La French Riviera o la Costa Azul, como la conocemos los mediterráneos, siempre ha sido un lugar de tránsito, al que los británicos acudían para buscar ese sol que los médicos de la época recomendaban para la salud. Ya en 1766 el escritor Tobias Smollett hablaba de sus famosos mosquitos y de los gigolós.
En 1821, coincidiendo con que la temporada del limón se había dado fatal, la comunidad británica de Niza contrató a los agricultores desempleados para que construyesen un paseo marítimo que, como es lógico y natural, bautizaron con el nombre de la Promenade des Anglais (el paseo de los ingleses).
En 1834, lord Brougham fondeó en el puerto de Cannes. Absolutamente seducido por este pequeño puerto de pescadores, hizo de él una ciudad muy próspera que todavía hoy sigue rindiendo honores a una estatua de su fundador situada cerca del mar.
Muchos artistas de la talla de John Ruskin, Aubrey Beardsley o Robert Louis Stevenson venían a reponerse a la Riviera. El autor de La Isla del Tesoro comentó una vez antes de morir: "Sólo fui feliz una vez, ¡y fue en Hyères!".
Durante los años 20, otras grandes plumas acudieron al reclamo de la vida sencilla al borde del mar, a rebufo de W. Somerset Maugham, para quien la sencillez rimaba con un ejército de trece criados, y cenas todos los días de la semana en su Villa Mauresque de Cap Ferrat. Maugham describió la Riviera como un lugar soleado para gente sombría, una cita que luego se ha vuelto ha emplear hasta la nausea para describir el particular ambiente de la Costa Azul. Se comenta que, durante la guerra, ante el temor del avance alemán, tuvo que huir deprisa y corriendo. Tanto que sólo pudo meter en una de sus mangíficas maletas Vuitton su smoking, pero no su frac pues no disponía de sito.
En 1865, por iniciativa del Zar Alejandro II, y a instancias de la zarina que adoraba el pueblito de Villefranche-sur-Mer, el tren llegó a Niza, y con él más de cien mil visitantes rusos, para disfrutar del clima y de este estilo de vida, que no sólo gustaba a la familia real rusa sino también a escritores de la talla de Tchekhov o Tolstoï, quienes mantuvieron una relación de amor con la Riviera que duró más allá de la Revolución, puesto que los ballets rusos se instalaron en la Ópera de Montecarlo desde 1922 hasta 1929.
En 1908, el hijo de Louis Vuitton, fundador de la firma, abrió la primera boutique de la firma fuera de París, en pleno corazón de la ciudad de Niza, donde también instaló un taller, y un apartamento donde poder pasar la temporada (de diciembre a mayo) codeándose con clientes y amigos.
Para no perder este tren, Georges Vuitton mandó fabricar sus famosos baúles - inspirados en aquellos que nacieron para ser transportados en los grandes barcos -, tan ligeros como resistentes, para poder transportar todo el equipaje que se requería para una elegante estancia.
La llegada del tren permitió viajar con más facilidad y, por consiguiente, acortar las estancias, disfrutando entonces de la comodidad de los grandes hoteles. Sólo en la ciudad de Cannes, y tan sólo en veinte años, los hoteles pasaron de ser dos a cincuenta, con ascensores y cuartos de baño. El sumún de la modernidad para la época. Ocho reyes acudieron a la inauguración del hotel Negresco en Niza en 1912.
Gaston-Louis Vuitton, nieto del fundador y responsable de las boutiques en Niza, comentaba que su clientes frecuentaban los palacetes y los hoteles de la costa, y que sus equipajes, fabricados por Vuitton, solían adornarse con las etiquetas que solía pegar cada establecimiento y que, de esta forma, pasaron a convertirse en auténticos blasones de un saber viajar cosmopolita. El mismo llegó a coleccionar más de tres mil etiquetas de hoteles durante los viajes que realizó a lo largo de su vida.
Durante la Primera Guerra Mundial, los soldados americanos descubrieron las bondades de todos estos balnearios de la Costa Azul durante sus permisos, pero fueron sobre todo los bons vivants con posibles quienes se instalaron en la Riviera.
Como Gerald Murphy y su mujer Sara quienes abrieron las puertas de su Villa América a artistas como Scott Fitzgerald, Cole Porter, Picasso, o Hemingway. Este Edén bañado por el sol fue quien inspiró a Fitzgerald su libro El Gran Gastby.
Al final, todos lo caminos conducían a Mónaco - ese pequeño paraíso del juego y del placer, con su casino, su ópera y sus maravilloso hoteles -, que atraían tanto a los ricos como a los temerarios.
Desde 1904, la familia Grimaldi ha sido cliente de Vuitton, pero hubo que esperar hasta mediados de los ochenta para que la primera boutique Louis Vuitton pudiera abrir sus puertas en la prestigiosa avenida des Beaux-Arts.
En 1997, para festejar los 700 años de la presencia de la familia Grimaldi en Mónaco, los responsables de Louis Vuitton mandaron hacer un bolso conmemorativo en cuero rojo, bautizado con el nombre de Le Malicieux - un guiño a François Grimaldi apodado Malizia, que conquistó la fortaleza de Mónaco en enero de 1297.
Después de la Riviera literaria, aquella en la que brillaron Colette o Jean Cocteau, sus playas descubren todo el glamour de la feminidad. Brigitte Bardot hizo de Saint-Tropez su terreno de juegos. Desde 1946, el Festival de Cannes atrae a todas las celebrities relacionadas con el séptimo arte.
En el 2008, Louis Vuitton celebró los primeros cien años de vida de su boutique en Niza. Desde hace un siglo, la manera de viajar a cambiado, la ciudad de Niza también, pero la firma sigue presente, exactamente en la misma ubicación.
El éxito de Louis Vuitton consistió en comprender que el guardarropa que nos llevamos de vacaciones no suele ser el mismo que utilizamos en nuestro día a día. El éxito del turismo entre las clases pudientes, potenció el nacimiento de las colecciones cruceros, destinadas, sobre todo, a esos clientes americanos e ingleses que eran los primeros en exiliarse a lugares más cálidos durante los rudos meses del invierno.
Disponibles en las boutiques desde el mes de noviembre, las colecciones crucero proponen modelos más ligeros destinados a estas escapadas invernales, para una clientela elegante y deseosa de novedades antes de la llegada a las tiendas de las colecciones de verano. Las nuevas colecciones crucero proponen, a partir de los locos Años 20, una moda más depurada, y deportiva, de colores más vivos, para poder fidelizar a esa clientela cosmopolita a quien le gustaba vivir contra corriente.
En nuestros días, estas colecciones pre-fall - aunque ya no reflejan las necesidades de una clientela particular -, sí que permiten a los directores artísticos expresar toda la creatividad de la marca. Al presentar su primera colección crucero como director artístico de Louis Vuitton, el pasado 17 de mayo, Nicolas Ghesquière ha creado todo un evento mediático que ha servido también para rendir homenaje a la tradición.
No en vano, este primer desfile crucero de la maison vuelve a beber de las fuentes de la leyenda Louis Vuitton en la Costa Azul, allí donde han sabido conjugarge el arte del viaje, con el gran lujo y la evasión.
Más información | Louis Vuitton
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