Esta pregunta me ronda la cabeza desde la celebración de los premios Barcelona és Moda. Y lo hace porque en esta edición, El Delgado Buil, las eternas promesas más consolidadas de la pasarela Cibeles, recibían su primer galardón como empresarias. Emergentes, eso sí. Es decir, no se alababa su dirección artística sino el buen hacer con su moda como negocio.
La etiqueta, a veces lacra, de diseñador novel, suele ser siempre sinónimo, si no garantía, de diseño alternativo, diferente e independiente. Y por ello entendemos creaciones que no son siempre comerciales y que responden más al patrón estético de aquel que crea que a aquello que compran los consumidores. Es decir, al que empieza en esto del diseño se le supone fresco, con las ideas muy claras, y de entrada, no sujeto a factores que no tengan que ver con la creatividad. Cuando a uno le ofrecen la oportunidad de desfilar en El Ego o en la 080, el primer impulso suele ser el de presentarse ante el mundo de la manera más virgen posible. Es decir, sin ningún tipo de condicionante. Por eso las creaciones que vemos en este tipo de circuitos suelen ser mucho más trangresoras y a veces, inverosímiles, que las de diseñadores ya consolidados.
Pero a la hora de salir al mercado lo que uno ha hecho en plataformas visibles como Cibeles no es más que una carta de presentación idílica que de nada sirve si uno quiere vivir de la moda. Hay que vender lo que se hace y eso, en muchos casos, supone ceder o bien ante patrones distintos a lo que uno en principio tenía en mente, o bien aliarse con grandes marcas comerciales para poder producir en masa las propias creaciones.
Así que mi respuesta a la pregunta del título es que desde el mismo momento en que acaba saludar al final de su primer desfile. Porque la prioridad cuando uno se baja de la pasarela ya no es el ofrecer un espectáculo único, sino el vender un producto. Y ahí el papel del diseñador se diluye y se confunde con la del empresario porque prima la mente comercial sobre la artística aunque no sean (casi nunca) incompatibles la una con la otra.
Volviendo a El Delgado Buil por ejemplo, Anna y Macarena son precisamente dos diseñadoras con una visión clarividente de lo que es y será su ropa y mantienen su esencia, guste o no guste, desde que desfilaban en el desaparecido Circuit de Barcelona. Eso sí, las colaboraciones con casas como Kipling para comercilizar a gran tirada su línea de complementos, son inevitables.
Hoy mismo me llegaba la noticia de que una de mis creadoras fetiche de la pasarela catalana, Laura Figueras de Bambi by Laura, es la diseñadora encargarda de darle vida a la colección Primavera-Verano 2010 de Roxy Heart. Sus propuestas me encantan (cuando tenga la colección al completo os la enseño) y en su caso, su espíritu chic vanguardista enriquece una marca destinada en principio a un público bastante diferente si no fuera por este proyecto especial que hace que se turnen al frente de su equipo de diseño, jóvenes creadores.
Pasará lo mismo cuando José Castro diseñe la línea de 50 piezas que, os adelantaba el otro día, tiene pensado formalizar con Caramelo. Una marca que, como Bershka en su momento, nada parece tener que ver con él.
Al final, este tipo de alianzas se hacen imprescindibles. Y son bastante inócuas para la integridad del diseñador cuanso son puntuales. La cosa cambia si te compra un gran grupo, porque las prioridades son otras.
Ni siquiera hace falta que cambie de manos tu nombre, un simple salto cualitativo como el que acaba de dar Teresa Helbig de Barcelona a Madrid, puede ser totalmente significativo.
Otras veces, la mentalidad empresarial no está solamente enfocada al éxito comercial. Y a Josep Font me remito siguiendo con la analítica a la española. El único e inimitable creador catalán no reinvierte lo que gana en reciclarse (léase descafeinarse) para vender más, sino en acentuar todavía más su particular estética y centrar todos su esfuerzos en cumplir su sueño de presentar sus creaciones en la Semana de la Alta Costura de París.
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