Las redes sociales e Internet han hecho un gran favor al mundo de la moda respecto a popularidad, expandiéndolo a niveles que hace unos años poco podíamos imaginar. Ahora la información circula rauda y veloz, las fotografías de los desfiles se filtran antes de que incluso salgan las modelos sobre la pasarela y las colecciones se consumen previa a tienda. Entonces ¿esto beneficia o perjudica a la moda?
No es ninguna casualidad que Céline opte por un desfile íntimo (embarazo de Phoebe Philo al margen), para unas pocas personas y que reitere la recomendación de no hacer fotos para compartir por las redes sociales (ignorada por completo, como podéis ver en el artículo).
Hace un tiempo fue el propio Tom Ford quien orquestó una buena campaña a su alrededor en función de la privacidad. Hoy en día, la privacidad en la moda se ha perdido. Y es algo que más tarde o más pronto volverá puesto que la privacidad en el sentido de exclusividad es uno de los valores más importantes a la hora de vender algo. Si se consigue una buena exclusividad el interés puede aumentar hacia la firma y la bola ir rodando sola hasta que al final de la colina todos estemos esperando a ser aplastados por ella con tal de ver un mínimo instante de ella. Esperar a ser parte de esa exclusividad que unos pocos elegidos ya han podido disfrutar. Aplastados por la bola, sí, pero orgullosos del moratón final.
Tom Ford prohibió cualquier intento de fotografía en su vuelta al armario de la mujer. Fue más estricto al decidir esquivar cualquier comunicación apoyada en notas de prensa a los medios con un amplio catálogo de imágenes o en acreditaciones a los fotógrafos. Él logró mayor impacto creando un contexto etéreo de deseo a su alrededor sin nada visual que lo apoyase que con una campaña de puertas abiertas a todo aquel que decidiese acercarse a la marca. La realidad fue que todos estábamos hablando de él.
El mundo del lujo ya tiene ese deseo de exclusividad incluido en su ADN desde que comenzó. La prueba está en su buen estado de forma en un momento complicado (PPR aumentó un 11% sus ingresos en 2011). Ese lujo de unos pocos que va asociado a un estilo de vida, unos valores, un estatus… Muchas variables de las que la moda prêt-à-porter podría tomar nota a la hora de vender sus colecciones.
Hablo en el sentido de comunicación, ya que las firmas de pasarela tienen en los precios una de sus barreras estudiadas, pero en cambio en materia comunicativa no hay filtro alguno y eso puede producir un desgaste a la larga.
Todo lo que está sobreexpuesto a un impacto determinado acaba cansando y eso podría ocurrir con la moda dentro de equis tiempo. Que si Twitter, que si Facebook, que si Instagram, que si Pinterest, que si… Todo redes sociales, todo información rápida y de consumo de usar y tirar, cual cadena de fast-food, solo que aquí hablamos de firmas cuyos vestidos se venden por miles de euros.
Las tendencias cada vez se queman antes, al igual que las colecciones. Todo está demasiado visto. Demasiado expuesto al público que tiene impactos constantes por todos los lados con la última novedad de la última colección de la última colaboración de la última idea del último producto de moda que mañana ya está quemado.
Las redes sociales e Internet en general han aupado a la moda a una popularidad que ha llevado a dicho sector a unas cuotas de interés nunca vistas. El público sigue creciendo día a día pero por el camino también se está produciendo un desgaste por la sobreexposición y la nula política de lograr dar valor a algo. Una colección sube a la pasarela y muchas veces desaparece, pensando ya en la próxima pre-fall o crucero que llegará en dos días. Eso se lo puede permitir Zara, pero no otras firmas de alto coste. La humanización a veces es positiva pero también tiene sus contras.
Veamos cuántos diseñadores optan por ir reduciendo la presentación de sus desfiles a un ámbito más privado en los próximos años. Mi apuesta es que Tom Ford o Céline no serán los únicos, sino una tónica general.
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