Se lleva todo: Minimalismo, maximalismo, barroquismo. Colores pastel, colores ácidos, colores fluo, colores fuertes, empolvados… Negro. Blanco. Se llevan las flores, los estampados geométricos, las rayas, las bananas. Safari, animal print (de nuevo), verde caza, aires explorador. Los pantalones se pueden elegir: pitillo, pesqueros anchos, capri, campana, shorts, bermudas… Las faldas: mini, maxi, súpermaxi. Tableadas, con volúmen, estrechas, súper tubo. Prendas… las que quieras: mono o kimono, traje, vestido, sayón, kaftán, túnica… Tejidos: sedas, jeans, payetes, saco, lino, crochet… Y todos mezclados. ¿Edades a reinventar? Todas: los 40, los 50, los 60 o los 70, los 80 o los 90. De cada época, un estampado, un look, un patrón… Si subes al desván, todo puede tener una nueva vida. Aunque cada temporada los profesionales de la moda hagamos acopio de tendencias, las tendencias han muerto. El estilo es lo que importa.
Acabamos antes si decimos qué no se lleva. Y es que, el efecto de la superglobalización y el auge de la industria fashion han marcado el fin de las tendencias. Hace poco Azzedine Alaïa afirmaba en el Womens Wear Daily: “El ritmo actual de la moda es inhumano: Demasiadas colecciones y demasiada presión” (vía Eugenia de la Torriente). La industria de la moda se comporta de una forma exasperada, nerviosa, inquieta… La moda se mueve al son de los grupos de capital riesgo, de los grandes objetivos económicos. Despojada de romanticismo (al menos para los mercaderes que se benefician de ella) y arrasada, la industria fabrica de todo “a ver si acierta”. Y como lo hace bien, gusta, y como gusta, se lleva. Ergo, “se lleva todo”.
En la calle también están pasando cosas. Y en Internet. Este gigante sin control que mueve las piezas sin que nadie se de cuenta. Aparecen los bloggers, los nuevos influencers, el Street Style. Se invierte la pirámide de influencias. Antaño la clase alta marcaba el deseo de lo que todos llevarían. Ahora, la influencia nace en la calle. The Sartorialist (ya convertido en celebrity), Hanneli Mustaparta, Jack & Jill,... Hay cientos de blogs y todos nos muestran imágenes deseables de gente original, diferente, con personalidad. Anónimos con estilo. Deseamos ser cómo ellos. El estilo es un ente supremo que supera a la tendencia. Lleves lo que lleves, está bien si te queda bien.
No olvidemos que somos un grupo de generaciones muy especiales (y digo grupo porque somos muchas las generaciones abocadas a la “destendencia” fashion). Nacimos en la era de la imagen. Somos nativos filmográficos. Nuestra estética está saturada de influencias. Revivimos en nuestros looks los recuerdos estéticos de toda época pasada porque en toda época pasada, de Love Story a Armas de Mujer, hay alguna película con una estética que nos fascina. Somos víctimas del celuloide, de la publicidad, de la televisión, de Internet, de la infoxicación. ¿No es acaso este fin de las tendencias una infoxicación en sí misma? ¿Y no es el estilo la personalidad que asoma en medio del caos?
Hubo un libro a principios de los 90: El fin de la Historia y el último hombre, de Fukiyama, que fue muy polémico. En él se hablaba del final de las ideologías, el final del bipartidismo. Capitalismo y comunismo ya no eran enemigos. Entonces la calma política no nos hacía pensar en lo que vino después. El 11S desencadenó un enorme cambio, la crisis que llegó después también… Hemos visto revivir la marcada lucha de la izquierda y la derecha.
Tal vez, lo dudo, suceda algo similar en la moda y demos marcha atrás. Tal vez sucedan cosas inesperadas y aborrezcamos tanta mezcolanza, ese todo y nada, esa locura y esa desorientación y queramos todos llevar un orden otra vez. Al menos, yo ya he leído en algún tuit ultimamente: “todo es más de lo mismo”.
Fotos | Net a Porter, Hanneli Mustaparta