La gente se toma las bodas muy en serio. Los invitados se dejan medio sueldo, entre regalo y outfit; las familias se dejan los ahorros de toda una vida; y los novios... los novios casi se dejan la salud organizándolo todo. Nada debería fallar. Y, para conseguirlo, es fundamental neutralizar a determinados especímenes.
La novia nerviosa
A veces no es necesario que venga nadie de fuera a estropear una boda. El estado comatoso-histérico de la novia puede ser el peor enemigo de la celebración. Hay que tener mucho cuidado con esto de los nervios, que todo el mundo sabe que dan sed, y no... no es buena idea tomarse un par de chupitos de orujo antes de salir de casa para relajar. Suele ser el inicio de una carrera sin fin hacia el desastre.
El novio despreocupado
El novio suele ser el gran olvidado en su propia boda. Tan, tan olvidado que, muchas veces, nadie recuerda decirle que salir a tomar unas copas la noche antes de la ceremonia no va a entrar en el top ten de ideas brillantes de su vida. Si se rinde a la tentación y llega a su propia boda con retraso y resaca, se la está jugando a acabar comiéndose el ramo a modo Mr Big.
Otro tipo de novio a evitar (si es que no es demasiado tarde) es el que quiere hacer florituras con su look. Un traje clásico, a medida y en un color discreto es garantía de éxito. Da igual cuánto le guste ese futbolista que se casó de blanco inmaculado con dos diamantes en las orejas. Para una boda en un yate en medio del Mediterráneo... pues vale (en realidad, no, no vale, pero los invitados estarán demasiado borrachos como para recordar nada). Para una boda en Parla... definitivamente, no.
La madrina implacable
Una madrina implacable puede hacer muy complicado un día de boda. Es el día de la boda de su niño (quiera Dios que no sea hijo único) y ella lleva pensando el look desde que hizo la Primera Comunión. Así que le dará igual si queréis una boda hippy en una playa de Formentera, ella se plantará el traje de tafetán tornasolado y forrará con la tela sobrante todo lo que le quede a mano: bolso, zapatos, corbata del marido... ¿Que os casáis en Galicia en pleno diciembre? Si siempre soñó con llevar mantilla y peineta, lo hará, aunque amenace con salir navegando a vela por el Atlántico. Y así con todo. Paciencia y ánimo.
El padrino desubicado
El pobre hombre ha sobrevivido a un año de preparativos con su mujer y su hija. Lo reconocerás en toda boda por ser el que lleva un chaqué que parece que le acaban de lanzar desde un helicóptero y que lo lleva tal cual ha caído. Por toda esta serie de circunstancias, hay que perdonárselo (casi) todo. Entre los comportamientos imperdonables, estaría demostrar los conocimientos como sumiller catando el vino de misa tras darle unas cuantas vueltas en la copa / cáliz (true story).
El amigo borracho
Todos tenemos un gran amigo que preferiríamos que el día de nuestra boda tuviera otro compromiso ineludible. La primera pregunta que hizo cuando le entregamos la invitación fue si habría barra libre, y sabemos que, antes del segundo plato, ya se le habrán ocurrido doscientas ideas espantosas. Asumámoslo: hará bromas a gritos durante todo el banquete, sacará a bailar a la abuela con riesgo de dislocamiento de cadera y, lo peor de todo, durante años todo el mundo lo recordará como un tío súper gracioso, mientras los novios aún sueñan con matarlo.
La amiga bocazas
En España nos estamos perdiendo una de las grandes maravillas de las bodas americanas: las damas de honor. Creo que hasta la soltera más declarada pasaría por el trago nupcial con tal de ver a sus mejores amigas vestidas de repollo brillante. Lo más aterrador de las damas de honor son, sin duda, los discursos. Y esa costumbre sí que la estamos importando. El porqué, lo desconozco. ¿No hemos aprendido nada de las comedias románticas? La combinación de barra libre y micrófono en manos de esa amiga que conoce todos tus secretos suelen ser una combinación infalible. Infaliblemente mala, quiero decir.
El fotógrafo estrella
Quizá la primera frase que se le debería decir al fotógrafo de nuestra boda sería «No eres Mario Testino» (aunque cobre como si lo fuera). Puede ser muy borde, sí, pero evitaríamos que la boda se convirtiera en una sesión de fotos dirigida por él. De nuevo, true story: en una boda, vi con estos ojitos cómo el fotógrafo hizo salir a la novia (después de que el cura ya hubiera empezado la ceremonia) porque no había grabado bien la entrada. Y así fue cómo la novia tuvo dos entradas triunfales.
El cura orador
Cuando alguien nos pregunta qué tal una boda, solemos responder hablando del banquete. Y, si alguien nos pregunta por la misa, lo mejor que podemos decir suele ser... «cortita». Porque todos hemos tenido que pasar por el trago de alguna homilía en la que dudamos si el cura está hablando sobre los Evangelios, aconsejando a los novios o agradeciendo un Óscar. Menos es más, por Dios (nunca mejor dicho).
Fotos | Pixabay, Cordon Press, Giphy.
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