No me vuelven a pillar jugando a un videojuego cooperativo con mi marido
A mi marido y a mí nos unen muchas cosas. Entre ellas, que en nuestro tiempo libre nos gusta pasar una buena tarde de juegos solos o con amigos. Yo soy más de juegos de mesa, él es más de videojuegos, pero ambos disfrutamos de las dos cosas y facilita que podamos compartir nuestro tiempo de ocio sin mayores dramas.
O eso creíamos, hasta que llegó el 'Overcooked' a nuestra vida. Por si alguien no lo conoce, el 'Overcooked' es ese videojuego cooperativo en el que te conviertes en cocinero y, en colaboración con el resto de jugadores, tienes que conseguir servir las comandas bajo circunstancias, digamos, estresantes.
Dice Alejandra de Pedro, psicóloga fundadora de ADP Psicología y especializada en adultos y parejas, que el 'Overcooked' puede ser bueno para las relaciones de pareja. Según la experta, este tipo de juegos cooperativos puede dar un lugar seguro para que las parejas puedan discutir, decirse las cosas que les molestan, llevarse la contraria y hasta hablarse mal, pero sin tantas consecuencias. Al final, lo más grave que puede pasar es que uno de los dos empuje al otro a un vacío lleno de lava.
Bueno, vale, no solo por eso. Sino que la experta recuerda que permitirá a las parejas reparar pequeños conflictos y seguir avanzando, además de facilitar que se fomente la sintonía emocional ya que durante el juego ambos pasarán por las mismas tensiones y emociones. Y, por supuesto, porque es tiempo de diversión y de calidad en la que se unirán en un "nosotros vs. el problema".
¿Estoy de acuerdo? En la teoría sí. ¿En la práctica? El 'Overcooked' casi me lleva al divorcio. Igual estoy exagerando un poco con fines humorísticos, pero la realidad es que tuve que dejar de jugar y nunca más he vuelto a intentarlo. Me gusta mi matrimonio en su estado actual, gracias.
Todo empezó un fatídico sábado noche en que, como buenos millennials, decidimos pasar un rato de juerga y desenfreno cenando en casa con unos amigos y jugando a videojuegos. Uno de esos amigos trajo el 'Overcooked', porque es un juego colaborativo que nos permitía jugar varios a la vez.
Será divertido, dijeron. Maldita la hora. Así, de primeras, parece un juego muy divertido. Los personajes que puedes elegir son monísimos, la estética del videojuego es muy cuqui, la premisa promete unas buenas risas. ¿Qué podía salir mal? Bueno, no contaron con mi necesidad de perfección que, irónicamente, acompaña a una gran torpeza. Uno pensaría que, si eres malísima jugando a este tipo de videojuego a lo mejor no deberías querer jugar de maravilla y hacerlo todo bien. Bueno, decídselo a mi psique, yo qué queréis que os diga.
La cuestión es que las primeras pantallas fueron más o menos bien. Eran relativamente fáciles, nos hacía hasta gracia intentar coordinarnos a gritos, porque mal que bien íbamos pasando pantallas. Inocentes. La cosa se fue complicando, claro y los gritos y la desesperación fueron aumentando. Y el caos.
"¡Ven aquí! No, ¡aquí! ¿Pero qué haces allí?", "¡Que me has tirado a la lava! ¡Torpe!", "¡Pero no ves que necesito pescado aquí!", "Os juro que os voy a tirar el mando a la cabeza...". Ponernos de acuerdo era cada vez más difícil. Uno pedía una cosa, el otro daba vueltas sobre si mismo sin saber dónde ir ni qué hacer, yo no hacía más que caerme y tirar a otros. En fin, se desató el infierno en el 'Overcooked' y los improperios empezaron a volar.
Señores, si en el instituto nunca quería hacer trabajos en grupo, ¿qué les hacía pensar que iba a querer ponerme de acuerdo con nadie en un juego tan estresante? Y menos que con nadie, con mi marido. Porque los demás son mis amigos, pero todavía me daba algo más de vergüenza ponerme como un basilisco con ellos. ¿Pero con mi marido? Ah, con mi marido. Que los demás no me hicieran caso, tenía un pase, ¿pero él? Que el resto se riera de haberme tirado al vacío, bueno, vale, pero cuando el que se reía era él me salía fuego de las orejas. ¿Por qué no podía este señor al que he dado mis mejores años y un hijo colaborar conmigo, hombre ya?
Además, a él le hace gracia que me enfade con este tipo de cosas así que, cuanto más me enfadaba yo conmigo misma por torpe y con ellos por no hacerme ni caso, más gracia le hacía a él. Tremendo panorama.
La duodécima vez que no conseguimos pasar una pantalla, nadie lavaba los malditos platos y las hamburguesas se quemaron, me retiré. Con palabrotas, claro. Faltaría más. "¡Jugad vosotros! Yo paso de esta (inserte palabrota malsonante) ya". Y nunca más he jugado. Han intentado convencerme. Han jugado delante de mí a ver si me tentaban. No, amigos, no estoy segura de que mi matrimonio resista una segunda ronda.
Fotos | Afif Ramdhasuma en Unsplash, Overcooked
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