Creo que, a estas alturas de la vida, ya todos nos hemos enterado de que la tele que ven nuestros hijos debe estar supervisada. Calificación por edades, horarios superprotegidos, multas por contenidos inapropiados... Todos sabemos que no debemos dejar a los niños delante del televisor sin comprobar antes que lo que van a ver sea adecuado.
Pero hubo una generación anterior en la que esto no era así. Por más que nos pongamos nostálgicos con que nosotros jugábamos en la calle, lo cierto es que los nacidos a medio camino entre los 70 y los 80 nos criamos delante de la tele, bocata de Nocilla en ristre. ¿Y qué aprendimos con aquella tele? Pues un montón de cosas. Una por cada momentazo que nos ofrecieron las ondas.
Alaska en La bola de cristal
La mañana de los sábados era el momento de Alaska. La bola de cristal fue un programa mítico, en el que trabajaron algunas de las figuras culturales más representativas de los 80, pero para todos los que éramos niños en la época, La bola de cristal eran dos cosas: Alaska y la Bruja Avería.
La bola de cristal nos enseñó a ser políticamente incorrectos y culturalmente inquietos. Nos trajo a los mejores grupos de una de las épocas más prolíficas de la música española, y algunas de las mejores series internacionales, como La familia Monster. Nos convirtió en niños que gritábamos en el patio del colegio Viva el mal, viva el capital.
Culebrones americanos
Mucho antes de que llegara Cristal y el boom de las telenovelas latinoamericanas, teníamos toda una ristra de series norteamericanas que nos tragábamos como fans incondicionales, por muy poco infantiles que fueran sus contenidos. Dallas, Los Colby, Dinastía, Santa Bárbara, por ejemplo, nos tenían pendientes de los míticos dos rombos. Daba igual la maldad de los personajes en cada episodio o el alcoholismo... Si había sexo, aparecerían dos rombos y nos iríamos a la cama. Además estaba la mitiquísima Falcon Crest, que se veía después de comer y en verano, sin rombos (que hayamos logrado recordar) y que nos enseñó cosas terroríficas sobre las relaciones familiares, mientras vivíamos en una sociedad que a duras penas empezaba a aceptar el divorcio. ¡Ah! Eso, y que los mayordomos asiáticos son los mejores.
La rata de V
Me encantaría conocer el criterio para otorgar aquellos famosos dos rombos de la tele de los ochenta. Supongo que iba directamente relacionado con los desnudos. No se explica de otra manera que se emitiera a las seis de la tarde una serie en la que una espectacular Diana se tragaba una rata sin titubeos. A mí la escena me sigue produciendo un estremecimiento con los treinta bien cumplidos.
La muerte de David, el gnomo
Ver la tele en la actualidad no tiene ninguna emoción. Cuando dan el bote en un concurso de éxito, nos lo anuncian durante toda la semana. Cuando una serie internacional llega a España, ya todos sabemos de qué va y vivimos con pánico a recibir más información de la que queremos. Pero los 80 sí que eran un mundo libre de spoilers.
Así, te sentabas una tarde tan tranquila con tu hermana para ver un capítulo más de David, el gnomo, con el vaso de leche y el bocadillo de mortadela, y acababas llorando y gritando, preguntándole a tu madre cómo podía haber ocurrido aquello. Sin ninguna duda, entre Chanquete y David, el gnomo, todos los niños de la EGB aprendimos lo que era la muerte.
La teta de Sabrina
Y, de repente, en aquella sociedad que aún se debatía entre el puritanismo anterior y los cambios que traía la movida... nos encontramos con un pezón. No creo que ninguno de los que éramos niños en la época podamos olvidar aquel Fin de Año en el que, aún sentados a la mesa, una chica italiana llamada Sabrina Salerno se sacó una teta en televisión. Y, no sé por qué, me imagino que en todas las casas se vivió algo parecido: las madres ojipláticas, los padres con la mirada clavada en aquel punto exacto, los abuelos protestando de la degeneración de la época y las abuelas apagando la tele y fingiendo que nada había ocurrido.
El milenarismo va a llegar
Vivimos en una época en la que los debates televisivos tratan sobre realities cutres. No es que en los ochenta fuéramos mejores ni más cultos. Simplemente, había un solo canal y, si lo que había que ver era un debate literario... pues se veía. Y ahí es donde aprendimos que el alcohol nos convierte en personas muy divertidas... y así nos va.
Que te pego, leche
Creo que solo en los 80, con todo lo surrealista que era aquella década, podía salir un empresario disfrazado de Superman dándole un puñetazo al ministro de Economía. Pensadlo, ¿os imagináis algo así hoy en día?
El caso es que los que éramos niños no teníamos ni la menor idea de qué iba aquello. Solo sabíamos que había un señor que se disfrazaba, otro muy serio y una filipina que había estado casada con Julio Iglesias. Menos mal que era todo real porque, si hubiera sido ficción, no nos lo habríamos creído.
La llegada de las privadas
El principio del fin. La locura. No me preguntéis qué emitía Antena 3 en aquella época porque yo solo soy capaz de recordar programas de Telecinco. Las Mama Chicho y Jesús Gil en su jacuzzi son imposibles de olvidar. No es que de aquello aprendiéramos mucho, la verdad, salvo que si no tenías miedo al ridículo podías tener un puesto asegurado en la tele, lo cual sigue vigente, por cierto.
Aunque creo que, para los que éramos preadolescentes en aquellos tiempos, la verdadera revolución llegó de la mano de Campeones, una serie que hizo que el fútbol dejara de ser patrimonio masculino y niños y niñas por igual nos plantáramos delante de la tele a ver si Oliver Atom conseguía recorrer aquel césped infinito. Que levante la mano el que no se sepa aún la canción enterita.
Los niños de los ochenta estamos ahora en edad de ser padres, y nos preocupan los contenidos que ven nuestros hijos. Y es que la tele de los ochenta puede parecernos muy fuerte, con sus peleas de ministros y aquellos pezones al aire, pero es bastante triste pensar que preferiríamos enfrentar a nuestros hijos a aquello que a muchos de los contenidos actuales.
Foto | RTVE
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