Que nos hemos vuelto todos un poco bobos por culpa de la tecnología es algo que ya sabíamos. El cerebro ya no tiene arreglo; somos una generación desmemoriada que debería ir asumiendo que no puede recordar ni el cumpleaños de su pareja si no se lo recuerda una app sincronizada en portátil, móvil, tablet y demás gadgets. De encontrar una carretera sin navegador en el coche, mejor ni hablamos.
Pero, si pensáis que este era el mayor de nuestros problemas, amiguitos, ¡aaay!, qué equivocados estáis. Vamos a hacer un repaso de todas las desgracias que nos puede acarrear la dependencia tecnológica.
Parecer trastornados potenciales a ojos de cualquiera
Situación: uno de mis mejores amigos va paseando por la acera de enfrente a la mía. Es un moderniqui, así que lleva unos auriculares muy molones y va atento al móvil. Lo veo, le hago unas señales y, como no me hace ni caso, le pego un grito (soy una vulgar, lo sé). Por supuesto, lo habéis adivinado, no me ve. Ahora haceos la imagen mental: yo, muy mona y elegante, dando saltitos y gritando «¡¡Pablo!!» sola en mitad de la acera más concurrida de mi ciudad. Y ojalá eso fuera lo más triste.
Lo verdaderamente dramático del caso fue que no hice lo que dicta la lógica: cruzar, darle una colleja y decirle que va atontado. No, no. Yo, como mujer del siglo XXI, saqué mi móvil, dispuesta a enviarle un mensaje que incluyera un whatsapp repletito de iconos Munch. ¿Y qué descubrí? Que el motivo por el que mi amigo me había ignorado era… ¡que me estaba enviando mensajes a mí! Diciendo que a ver si nos veíamos pronto, claro. Bienvenidos a la paradoja de nuestro tiempo.
Perdernos hasta en el pasillo de casa
El título no es una exageración. Si dentro de veinte años no necesitamos un navegador para movernos de la cama al baño, habré errado la predicción. En el asunto GPS, los hombres son especialmente temibles. Sí, lo siento, chicos; se os unen dos cosas que os vuelven especialmente tontis: la tecnología y los vehículos a motor.
Situación: en un viaje de pareja por Portugal, hace algo así como mil años, comprobé la fe ciega que tenemos en la tecnología. Centrémonos: soy gallega, bajar a Portugal es actividad obligatoria de domingo. Todos sabemos cómo se va, por una autopista larga como un día sin pan, que te lleva todo recto de Coruña al Algarve. Clave: todo-recto. Parece fácil, ¿verdad?
Pues al parecer, para aquel proto-GPS, no lo era. Decidió que era fundamental para volver a casa sanos y salvos que nos desviáramos a un pueblo perdido de la mano de Dios. No sirvieron de nada los «¿Pero no ves que indica “España” todo recto?». Vencieron los «¿Pero vas a saber más tú que el GPS?». Resumen: tardamos una hora más en llegar a casa, pero compramos mantequilla salada y paté de sardina. Un fifty fifty para el GPS.
Vivir con pánico a equivocarte de destinatario
A mí el whatsapp no me compensa, lo juro. Ahora me parece muy divertido y tal, pero en algún momento me pasará factura. Me pasará factura el cardiólogo, quiero decir. Si alguna vez pensáis que nadie puede ser más torpe que vosotros en lo de equivocarse de destinatario, quedaos tranquilos. Yo lo soy. La más torpe. Ever.
Las he hecho todas: whatsapp a una amiga diciendo que me iba a inventar algo para no ir a comer con mi madre, enviado por error a… mi madre; whatsapp a una amiga confirmando que sí, que otra del grupo se ha puesto gordaca, enviado por error a… el grupo en el que convivimos todas las amigas; whatsapp subido de tono a mi pareja, enviado por error a… el grupo de toda la pandilla, compuesto en un ochenta por ciento por tíos. ¿Sigo? Porque, si esto lo estoy contando públicamente, imaginad lo que estaré callando.
Desaprender a utilizar lo analógico
Ojito, que esta es la peor de todas (bueno, vale, no, la peor es la de liarla siempre con los whatsapps). Pero esta también es un asco. Yo, sin ir más lejos, no sé escribir a mano. Yo tenía una letra preciosa, mis apuntes en la facultad tenían un montón de fans, de verdad. Y ahora no me entiendo la letra en la lista de la compra. Porque, si vivís pegadas al portátil (mi amienemigo favorito), hará años que solo practicáis la escritura a mano a nivel post-it. Cualquier cosa que implique más de cuatro palabras, pasa directamente a ser tarea del portátil.
Pero es que no saber escribir a mano ni siquiera es lo más grave. Desde hace algún tiempo, ya solo leo en el Kindle. Que sí, que soy escritora y debería decir que leer en papel es más romántico y que el olor de los libros y todo eso, bla bla bla. Yo no sé cómo de grandes son vuestras casas, pero en la mía ya no caben más libros físicos. Así que, cuando cae alguno en mis manos, no entiendo nada. Quiero ampliar el tamaño de letra, necesito una pantalla iluminada porque la cabeza me hace sombra sobre el papel, no encuentro la posturita porque el libro me pesa… Un infierno, vamos. Que me he vuelto idiota. A ver lo que tardo en acabar como la niña del vídeo.
PD: El móvil de una amiga cayó víctima del trabajo de investigación para este artículo. Sufrió el 'síndrome de caída de bolsillo de pantalón holgado en momento de ebullición de whatsapp de amigas'. Un nombre un poco largo para un síndrome, lo sé. Ningún otro animal o humano resultó herido.
Fotos | Sannester, Sony, Piensa en chic, Brandy Melville.
Vídeo | YouTube
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