Bo Derek fue en los años setenta 10, la mujer perfecta. Raquel Welch, durante años, fue conocida como el cuerpo. Las icónicas top models de los noventa eran descritas con mucha frecuencia como «perfectas». Han sido décadas buscando la perfección, sea eso lo que sea, pero representado en portadas de revistas y en el imaginario popular con una serie de características: mujeres altas, delgadas, con ese 90-60-90 tan mitificado, generalmente rubias, generalmente blancas. Eso ha sido la imagen de la perfección... hasta que llegó la generación millennial.
Hace unos días hablaba con mis amigas sobre el ritual al que nos sometíamos hace unos años cuando teníamos un evento. Desde la dieta exprés a los bonos de solárium. Acabamos riéndonos de nosotras mismas, de aquella obsesión por la perfección, y confesándonos que, en los últimos tiempos, casi ni vamos a la peluquería, por una mezcla de pereza y búsqueda de la naturalidad.
Vivimos en tiempo de bloggers e instagrammers. Ellas han venido a ocupar el lugar que en décadas anteriores era de las modelos o actrices. Y hay mucha mentira en lo que vemos en Instagram, mucho filtro, mucho retoque y mucha falta de naturalidad, pero... también hay mucho de lo contrario. No todo son Chiaras o Georginas con cuerpos de pasarela unos días después de dar a luz.
También tenemos al alcance de un clic (y de millones de followers) a Ashley Graham, con una talla muy lejos del estándar de una modelo; a Leandra Medine, que tiene todo el estilazo del mundo, pero nadie la habría llamado guapa hace quince años; a Winnie Harlow, haciendo bandera de su piel con vitiligo; a Paris Jackson, luciendo acné sin rubor; por no hablar de decenas de bloggers que han decidido pasar de la depilación.
Podemos creernos muy independientes, pero el entorno nos influye. Hace veinte años pensábamos que el ideal físico al que debía aspirar una mujer eran Claudia Schiffer, Cindy Crawford o Elle McPherson. Qué (de)presión, ¿no? Hoy tenemos referentes para todos los gustos, modelos de belleza en los que «estándar» es un término ya casi sin sentido y mucha empatía.
Porque empatía es levantarse una mañana con un grano aterrador en la frente y saber que eso también les pasa a las celebrities. Que las estrías existen y hasta aparecen en catálogos de moda. Que la celulitis no es exclusiva de las mortales y también afecta a las famosas. Que el referente de esta generación está más cerca de la Lena Dunham de Girls que de Carrie Bradshaw recorriendo Manhattan subida a unos Manolos.
Un día del verano pasado, una amiga me propuso un plan de playa y le contesté que no porque estaba sin depilar. «¿Y qué?», fue su respuesta, mientras se partía de risa en mi cara. Veinte minutos después, estaba sobre la toalla, comentando que, unos cuantos años atrás, me habría muerto antes de estar en la playa con las piernas sin depilar. Una de mis amigas contó orgullosa que ella llevaba dos años sin pasar por la tortura. Otra estaba encantada de haberse hecho el láser. Un par decían que seguían depilándose, pero sin obsesionarse demasiado si un día salían a la calle a lo salvaje.
Diferentes mujeres, diferentes opciones. Y muchos referentes en los que fijarse para no creer que somos únicas en nuestras imperfecciones. Y mucha menos presión para entrar en una talla 34, para tener la piel perfecta, para esconder las canas, el vello corporal, la celulitis o las estrías. Quizá la mejor aportación que haga esta generación a las posteriores sea el orgullo de la naturalidad, de ser nosotras mismas y no querer parecernos a nadie.
Imágenes | Girls.
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