Lujo. Es la palabra que se me viene a la mente cada vez que veo una colección de Lanvin, y en especial ésta para el próximo otoño-invierno 2012/2013, con la que Alber Elbaz celebra sus diez años al frente de Lanvin. Gran lujo, porque cada vestido, cada falda y cada abrigo vale su peso en oro.
Poco a poco, sin escándalos, sin la ayuda de modas pasajeras, sin convertirse en carne de clon low cost, sin campañas multimillonarias, Alber Elbaz ha conseguido poner esta firma en el top de las firmas francesas actuales. Pocos consiguen hacer tantas salidas, y todas ellas, absolutamente adorables. Tantos vestidos que abrazan el cuerpo de la mujer con curvas sinuosas: mejorándolo, amándolo, rindiéndole pleitesía.
El desfile ha comenzado con una explosión de colores, unos cuantos vestidos cortos de día de líneas sencillas que dan todo el protagonismo a los rojos intensos, a los verdes vibrantes y a los azules eléctricos.
Después ha llegado el turno del negro, del humo. Del cuero en relieve, del pelo negro mezclado con el paño, de las sedas hechas jirones, de las túnicas griegas reinterpretadas, de los abrigos hábilmente cortados, del toque monacal de algunas faldas. Un auténtico autohomenaje a colecciones pasadas.
El negro ha dado el paso a los pesados brocados, a los vestidos con exageradas aplicaciones de joyas y piedras preciosas.
Y el remate final de tan expléndido desfile lo componen unos cuantos vestidos con descarados volantes, ricos encajes que juegan al constraste de tonos, tejidos teñidos con grafismos y atrevidas pieles de colores.
Nos rendimos a sus pies, maestro, Señor Elbaz.
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