7 pequeñas cosas que siempre nos vienen mal a las mujeres

Hay tres cosas en nuestro día a día que siempre llegan en el peor momento como son el fin de mes, envejecer y esa semana en la que las hormonas se apoderan de nosotras -y hasta de La Bastilla si hace falta- y montan un caos en nuestro cuerpo y en nuestro estado de ánimo. Pero, sin llegar a esos extremos, hay otras cosas que nos pueden venir igual de mal o peor sin ser tan dramáticas.

Que tu chico tenga que celebrar algo o haya tenido un día horrible y aparezca con una botella de vino y medio kilo de chocolate. Justo cuando tú has empezado la dieta y llevas todo el día sacrificándote como una campeona a base de frutas y verduras crudas, pechugas de pollo a la plancha y “aguita” del grifo. ¿Qué hacer? ¿Le vas a dejar solo celebrando que le han dado un ascenso/una oportunidad/ha ganado su equipo de fútbol? ¿O vas a ser tan cruel de no apoyarle cuando le han tirado un proyecto/su jefe le ha echado una bronca/en su equipo favorito son todos unos paquetes?

Hacerte la manicura. En un mundo en el que todo son prisas, venga que hay prisa, tener que tomarte tu buena media hora para que se seque la laca de las uñas es un lujo que no te puedes permitir. Siempre hay cosas que hacer en las que estar manca te viene fatal. Y no, no me refiero a fregar los cacharros sino a nimiedades como sacar las llaves del bolso, abrocharte los vaqueros o contestar a ese mail de urgencia.

Te quedas sin batería del móvil. Y justo cuando estabas teniendo una conversación de lo más interesante con tu amiga por guassap en la que te iba a confesar quién le gusta de la oficina o estabas a punto de romper todos los récords en el Candy Crash. Claro, por algo has dejado el móvil seco, porque llevas todo el día abusando de él con chorradas, pero ahora tienes por delante cuarenta minutos de transporte público y la única distracción de comprobar que por estos lares nadie tiene el glamour de la gente que viaja en los aeropuertos.

Te ha salido una erupción, y no precisamente discreta. Quien dice una erupción, dice un grano, una espinilla, un volcán que deja al Krakatoa en ridículo con su amenaza de explotar y ponerlo todo perdido. Y justo hoy tienes una reunión/una fiesta/evento/una cita con ese chico tan especial.

Que los de tu compañía eléctrica te corten la luz. Aunque sea un microsegundo. Suficiente para que se te desprograme todo y tengas que volver a poner el horno y el microondas en hora. Y claro, ya ni te acuerdas de cómo se hacía eso, así que ahora tu microondas cree que vive en 1994 y que vas meter palomitas para ver Sensación de Vivir.

Encontrarte con tu ex. Eso sólo debería pasar por premeditación y con alevosía y no un día cualquiera en el que llevas el pelo sucio y has salido de casa con tanta prisa que ni te has puesto rimmel.

Una llamada de tu madre o de esa amiga que vive en la otra punta del mundo. Una llamada de las que duran cuarenta minutos o más justo cuando tienes que salir por la puerta, secarte el pelo antes de que se transforme en un caos o dar de cenar a los niños. ¿No sería mucho mejor que les llamaras tú, cuándo te venga fenomenal a ti y fatal a ellas?

Perder el autobús, ponerse unos panties, tener que visitar el servicio urgentemente, etc. La lista de cosas pequeñas que nos vienen mal es interminable y, peor aún, imposible de evitar. Pero siempre nos queda el sentido del humor para sobrellevarlo como mejor podamos.

Fotos: Gemma, Matt Reinbold

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