Siempre quise trabajar para “El Mundo Today” para inventar los títulos de sus publicaciones, pero tengo poca gracia para eso. Pero la noticia de estas semanas no necesita un título gracioso, ya de por sí parece mentira (pero, desgraciadamente, no lo es): en China han prohibido a las mujeres grabar y colgar los vídeos en los que ellas comen plátanos con una cara seductora. Se ve que ver a las mujeres comiendo plátanos perjudica gravemente la moral de la sociedad.
Como todos sabemos, la moral y la educación chinas, hasta ahora, han sido “impecables”: a las mujeres chinas que no están casadas a los 27 las llaman “sobrantes”; en los parking de este país los huecos para los coches conducidos por féminas son el doble de grandes; la primera ley contra el maltrato de género tan sólo ha entrado en vigor hace unos cuatro meses… Todavía nos acordamos de las 200 mujeres secuestradas y vendidas como esposas en 1995, pero ahora, veinte años más tarde, lo importante es no comer plátanos delante de la cámara. Lo demás, pues eso… poco a poco.
Claro, eso es como todo. Aquí en España o en Europa en general la noticia nos parece ridícula, algo polémica, indignante y… vergonzosamente efímera. ¿Qué podemos hacer? Nuestro propio país todavía es demasiado machista como para fijarnos en lo que pasa en el otro lado del mundo. Nos pasa con todo y, en parte, es hasta comprensible: nos duele más Bélgica que Yemen, nos preocupan más las 64 mujeres asesinadas en España en 2015 que más de 300 de Argentina, nos escandaliza mucho que alguien llame “maricón” a un gay en España, pero ni siquiera estamos informados de que el 74% de los rusos considera que los homosexuales no deben ser aceptados por la sociedad (el 5% de ellos asegura que hay que “liquidarlos”).
A mí España me duele y China no tanto. Me duele algo más Rusia, porque nací allí y hasta me da vergüenza ajena decirlo en voz alta a veces. Yemen me queda infinitamente lejos. Y yo también compartí la foto del niño sirio, pero no hice más al respecto. Me indigna el masacre de los refugiados, pero me pregunto quién de mis conocidos se atrevería a acogerlos en su propia casa.
Somos hipócritas. Las redes sociales nos ayudan a mostrar lo humanos que somos, pero esa “humanidad” nos dura exactamente lo mismo que el éxtasis por recibir “likes” por nuestro pseudovoluntariado.
Deberíamos darnos más vergüenza. Deberíamos - todos- dormir peor y soñar con los asesinatos en vez de con una tienda repleta de chaquetas amarillas de polipiel. Quizás así haríamos algo. Quizás así no nos dolería “malgastar” nuestra vida por ayudar a una mujer china en apuros o un refugiado con hambre.
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, está claro. “No hace falta soñar con sangre para querer pararla”, me diréis y os daré la razón. “¿Y qué has hecho tú para cambiar el mundo?”, me preguntaréis. Y yo, como tú o como ese otro también, te responderé: ¿Y qué puedo hacer yo sola?
Hace tiempo que siento rabia y vergüenza, a partes iguales. Y hace tiempo que me pregunto cómo podríamos concienciar a gran parte de la población para que hagamos algo entre todos. Y que lo hagamos entre todos y para todos, sin discriminar ni olvidarnos de nadie.
Y no encuentro la respuesta.
Pero mientras, me indigno con la ley de los plátanos en China y suspiro. Suspiro y escribo artículos. Escribo artículos y no veo la salida.
¿Y tú? ¿Se te ocurre algo? (con que hayas leído eso hasta el final, ya me vale, para empezar).
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