Tengo una amiga a la que quiero mucho. Por desgracia ha decidido estudiar joyería, lo que hace que nuestra amistad peligre. No deja de regalarme sus creaciones y de vez en cuando me pregunta por qué no me las pongo. La respuesta sincera, directa y difícil sería que son horribles.
¿Por qué no se da cuenta de ello? Por el efecto Ikea.
Se trata de un sesgo cognitivo, un pequeño fallo de nuestro pensamiento, descrito en el artículo “The “IKEA Effect”: When Labor Leads to Love” ("El Efecto Ikea: cuando el esfuerzo lleva al amor"), publicado por la Universidad de Harvard. En él se describen varios estudios en los que a los participantes se les pidió que monten cajas de Ikea, construcciones de Lego o que hagan origami. Los investigadores pudieron comprobar que los participantes valoraban mucho más sus propias piezas que las montadas por los demás, a pesar de que fueran idénticas. Cuando se les proponía pujar por comprarlas, su puja era un 62% mayor que la que hacían por comprar otro objeto idéntico que no habían montado ellos.
¿Por qué ocurre esto? Porque en realidad queremos las cosas no por lo que son, sino por lo que nos ha costado conseguirlas, por el esfuerzo que hemos invertido en ellas. Por cómo nos hacen sentir.
Un objeto físico, hecho con nuestras propias manos, nos dice que somos personas competentes, capaces de llevar algo a buen puerto. Cada vez que lo usamos, nos acordamos de ello: puede que el día haya sido un desastre, el jefe ha criticado mi propuesta, los niños no me hacen caso, pero mira esta mesa, la he montado yo sola y sin más herramientas que una llave Allen, no soy una inútil.
No creo que el creador de Ikea, cuando construía su empresa, era consciente que sus muebles, aparte de su función directa, tendrán también un efecto terapéutico para los que los montamos. Lo que ha conseguido no es sólo crear una marca asequible, también nos ha dado la oportunidad de sentirnos mejor con nosotros mismos cualquier sábado por la tarde.
Hay otra empresa que consigue un objetivo interesante gracias al mismo efecto Ikea. Se trata de Alabama Chanin, una marca de ropa muy cara. Son prendas de punto de algodón con muchos bordados y que utilizan a menudo una técnica que se llama fabric manipulation. Se hacen completamente a mano, como las prendas de alta costura, por eso el precio es elevado. Pero la marca te ofrece una alternativa: en lugar de comprar un vestido de 1.000 euros, puedes comprar el kit para hacértelo tú misma. Después de dedicarle horas y horas llegas a entender el precio y seguramente no estás dispuesta a vender tu propio vestido por menos de esos 1.000 euros.
Aunque haya contextos en el que el efecto Ikea pueda ser positivo, la incapacidad de ser objetivos con nuestro propio trabajo es casi siempre un problema. Por eso os alegrará saber que hay maneras que disminuir su fuerza.
Los investigadores han visto que si haces que una persona se sienta incompetente, por ejemplo, pidiéndole que resuelva un problema de matemáticas muy difícil, el efecto Ikea se verá reforzado. Si, en cambio, antes de pedirle que valore su trabajo le provocas un subidón de autoestima, se aferra menos a su pieza, es capaz de verla de manera más objetiva.
Esto me da una idea. Quizás podría hablarle a mi amiga de todas las cosas que hace muy bien. De lo mucho que ha evolucionado su técnica. De lo admirable que es su esfuerzo por estudiar algo tan difícil. Le podría decir que guardo todos su regalos, pero no me los voy a poner. Todavía no. Pero estoy segura que un día me pondré algo hecho por ella. Ese día podrá estar segura que lo hago no porque es mi amiga, sino porque es por fin una artista.
Fotos | Pixabay, Alabama Chanin
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