Estar rodeados de gente nos regala experiencias. Estar solos, el criterio.
Excluyendo los casos en los que estamos obligados a compartir nuestro espacio vital (y, siendo conscientes, son la gran mayoría), vivir solo es una experiencia única, necesaria y enriquecedora. Son muchos los que hablan sobre la necesidad de la convivencia («compartir es vivir», dicen), pero pocos defienden lo imprescindible que es saber vivir solo, estar solo y caminar, mano a mano, con la soledad (aunque sea por un tiempo) como parte de introspección y auto aprendizaje.
Y no, no es egoísmo, es todo lo contrario.
Convivir contigo mismo no es una tarea fácil. Tener todo el tiempo del mundo para mirarte el ombligo y lograr que éste no sangre es todo un arte. Solemos escapar de la soledad como si de una enfermedad terminal se tratase. Siempre he dicho que las personas que no saben estar solas son las que más solas están.
He vivido sola a lo largo de muchos años: soltera o en pareja, da lo mismo, porque la existencia de un novio no te hace más dependiente si no quieres que así sea. Vivir sola es emocionante y duro, a partes iguales. Estas son las cosas que he aprendido tras haber vivido sola.
He aprendido a descartar.
Cuando estás acostumbrado a convivir, te amoldas a cualquier cosa. Y eso está bien, salvo que pierdes la perspectiva de lo que te gusta y lo que no. Te adaptas tanto a las necesidades de todo el mundo, que te olvidas de las tuyas propias. No es de extrañar que cuando empiezas a vivir solo, tras muchos años de convivencia, no sepas lo que quieres: pasas de invitar a tu casa a cualquiera a querer estar solo.
Una vez te habitúas, aprendes a descartar a la gente que te provoca incomodidad emocional. Rechazas a los que no te aportan alegrías, porque estar solo se te antoja más que aguantar a cualquier personaje. Antes no podíais permitírtelo.
He aprendido a no hacer nada.
Cuando vivía en pareja tenía mucho en cuenta los deseos del otro (sin pasarse, pero sí, a fin y al cabo) y rara vez pasaba un día sin hacer nada. Mientras compartía piso con una amiga, tampoco podía permitírmelo: siempre venía alguien, o estaba viendo la tele, o le apetecía hablar. La única manera de no hacer nada era encerrarme en una habitación, y a veces uno quiere sentarse en el sofá y mirar al techo.
Vivir sola te permite apagarlo todo y estar sin estar. Y ojo, a veces estar sin estar es estar de verdad.
He aprendido quién soy y qué es lo que quiero.
Los momentos de soledad son magníficos para empezar a conocerse a uno mismo y para formar tus propios gustos. Somos una mezcla de gustos y opiniones ajenas y esto es invencible. Se trata de encontrar un equilibrio sano entre lo que cogemos prestado y lo que es solo nuestro.
He aprendido a ser más respetuosa.
Sólo cuando conoces el precio de la intimidad y de tranquilidad, empiezas a valorar la de los demás y a respetar su tiempo y espacio. Dejas de ser tan acaparadora y ya no te tomas como algo personal el simple hecho de que a alguien no le apetezca verte hoy.
He aprendido que no soy tan egoísta como me creía.
Parece mentira, pero así es. Tenemos la convicción de que la gente que hace lo que quiere es gente egoísta. Nada más lejos de la realidad. Hacer lo que quieres significa hacer lo que te vaya mejor y no lo que le moleste al otro. Si eres una buena persona, tus deseos no tienen por qué hacerle daño a nadie.
Los egoístas son seres infelices que están descontentos con su propia vida y, como sólo se centran en eso, no consiguen estar por nadie más. Yo no soy nada de eso. Y tú, probablemente, tampoco.
Y, por último, he aprendido a aprender.
Aprender a solucionar mis cosas por mí sola, aprender a no necesitar a alguien sino escogerlo conscientemente, aprender mis propios gustos, aprender a ceder mi espacio (con lo que cuesta hacerlo), aprender a valorar con tranquilidad, aprender a desestresarme. Aprender que estar sola no tiene nada que ver con estar soltera, porque tener tiempo para ti mismo es necesario independientemente de tu estado sentimental.
En definitiva, he aprendido que aprender es un trabajo difícil pero imprescindible para crecer y que requiere tiempo y tranquilidad. Y, desde entonces, sigo creciendo, sola o acompañada, soltera o en pareja.
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