Ser atractiva es una cuestión de actitud (y de cambiar siete malos hábitos)

Las apariencias no lo son todo. Nos lo dicen nuestras madres desde bien pequeñas, pero muchas veces nos empeñamos en no hacerles caso y preocuparnos más de nuestro aspecto exterior que de cultivar nuestro interior. Sin embargo, ser atractivo de verdad tiene mucho más que ver con tu actitud que con lucir el corte de pelo adecuado. Y con eliminar estos siete malos hábitos, verdaderos errores en los que si caes sólo conseguirás que la gente te evite, por muy mona que vayas.

1.- Creernos el centro del Universo.

El centro del universo no está ni en nuestro ombligo ni en lugar llamado Fraggle Rock. Asumirlo y abrirse a la posibilidad de que existen otras personas con vidas ajenas a la nuestra, con sentimientos y problemas propios, es el primer paso para ser una persona estupenda.

2.- Juzgar a los demás todo el tiempo.

La vida no es blanca ni negra y, por supuesto, no puede juzgarse sólo desde el rasero de un individuo. No caigas en la trampa mortal de juzgar a la gente desde tu perspectiva, abre tu mente, vive y deja vivir, be water, my friend...

3.- Ser inseguras.

Sentirse fuera de lugar y tener miedo de cada cosa que hacemos nos convierte en sombras de nosotras mismas. Eso sí: creer en uno mismo no es sinónimo de ser un creído.

4.- Pasarnos de quejicas, quisquillosas o ser victimistas.

A nadie le gusta estar siempre con una drama queen, una persona que se comporta como un niño con pataletas, que se pone hecha una hidra porque a su pedido le han añadido alcaparras o que lo ve todo siempre negro.

5.- Ser poco empáticas.

Ignorar las circunstancias de los demás, no ser capaces de ponernos en su lugar y de entenderlos nos convierte en personas menos atractivas. La gente que tiene empatía y que está siempre dispuesta a entender es gente con la que uno quiere contar siempre.

6.- Mentir, mentir y mentir más.

Este punto no necesita explicación, ¿verdad?

7.- Hablar mal a todo el mundo.

Cuando no tenemos nada bueno que decir, mejor no decir nada. Y sobre todo no caer en la trampa de abrir la boca para demostrar que lo realmente malo es nuestro hábito de lanzar improperios y groserías.

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