Veamos. Son muchas las frases que me tienen asombrada, y no precisamente en el buen sentido de la palabra. Entre ellas, por ejemplo, la de “las mujeres reales tienen curvas” (las demás sois un fruto de la imaginación) o la de “estoy como el tiempo” (me despierto, abro la persiana, veo que llueve y decido deprimirme). También están en mi lista negra la de “el día que seas madre, entenderás de qué va la vida” (¿es intelectualmente superior una mujer que ha sido madre?) y la de “si yo fuera tú…” (pero no lo eres, nunca lo serás y estoy convencida de que eres una afortunada por no serlo).
Pero mi favorita es, sin duda: “Tenemos que quedar un día” y sus múltiples variantes.
Ya me entiendes. Un día recibes una llamada o un mensaje: “Ey, guapa, cuánto tiempo”. La que está al otro lado del WhatsApp es una amiga a la que no podrías llamarla “amiga”, pero tampoco puedes considerarla “una conocida” porque suena como si te hubiese hecho algo. Aparece de la nada, después de meses sin acordarse de tu existencia (ni tú de la suya, seamos honestos), y te pregunta cómo estás.
Tú le dices que estás muy bien, porque pasas de teclearle una hora, contándole que lo habías dejado con tu pareja, que tienes otro piso y que desde la ultima conversación cambiaste tres veces de trabajo. Te da pereza explicarle todo aquello de tu vida. La misma pereza que te da saber de la suya. Según su Instagram, viaja mucho y está muy enamorada y no necesitas averiguar si es cierto o no, porque igualmente jamás te lo va a decir. Pero se lo preguntas igualmente: “Y tú, ¿qué?”.
Si te responde que todo muy bien, significa que te escribe para pedirte algo. De lo contrario, te cuenta lo que no está bien y pasas una hora pendiente del WhatsApp porque tu consciencia no te permite abandonarla en un momento tan duro, por muy poco amiga que sea. Te preguntas por qué te escribe a ti, pero la respuesta suele ser más sencilla (y menos agradable) de lo que parece: sus amigas de siempre ya están hartas del tema o simplemente nadie le está contestando a sus mensajes en este momento.
Y entonces, tras soltarte todo el rollo o (si tienes suerte) de pedirte un favor de los suyos, te lo dice:
“Tenemos que vernos un día de estos”.
No te propone: ¿qué tal lo tienes para tomar un café mañana al medio día?”. Tampoco te pregunta por tu agenda de la próxima semana.
No. Qué va.
Te envía un “Tenemos que vernos un día”.
Desconecta.
Luego añade: “…guapa”.
Vuelve a desconectar. Tú le respondes que sí, os veis sin falta y os ponéis al día. Y al cabo de media hora te manda un beso con el corazón y se te declara: “Te quiero, tía”.
Y hasta el año que viene.
Tú suspiras y no entiendes para qué te suelta lo de veros si ambas sabéis que jamás os vais a ver. Igual que sabes que su “te llamo mañana”, en el caso que se haya atrevido a pronunciar algo tan descabellado, es un “Te NADA mañana”. Ella también lo sabe, pero lo dice igual.
Y al cabo de unos días, mientras te estás tomando un café sola y no sabes qué hacer, le escribes a un amigo, al que no puedes llamarle “amigo”, pero tampoco puedes considerarlo “un conocido” porque suena como si te hubiese hecho algo. Le preguntas qué tal, le cuentas lo tuyo y al cabo de media hora le pones:
“Tenemos que vernos un día de estos”.
Y te dice que sí, claro. Sabes que es mentira, pero te alivia saberlo, porque en realidad no tienes ninguna necesidad de verlo.
Porque nuestras palabras ya no tienen sentido. Porque nuestros “te quiero” se han convertido en un saludo y los “estoy aquí para lo que necesites” en una coletilla para quedar bien. Porque desde que tenemos tantas posibilidades de comunicarnos, hacemos de todo menos comunicarnos.
Ver todos los comentarios en https://www.trendencias.com
VER 0 Comentario