Terminemos con el tabú: la competitividad entre mujeres puede ser sana si sabemos cómo gestionarla

En los últimos días, con la noticia de la candidatura de Soraya Saénz de Santamaría y de María Dolores de Cospedal a presidentas del PP, hemos sido testigos - una vez más - del trato que se da a la ambición y competitividad entre mujeres. Ya lo habíamos dicho en otras ocasiones: la palabra "ambición" es peyorativa en las mujeres. Ser ambicioso puede ser una cualidad atractiva e incluso necesaria en un hombre, pero en las mujeres es otro tema. Y no solo eso: cualquier de deseo explícito de acceder al poder y de ostentarlo, si viene de una mujer, ya no se ve con tan buenos ojos.

Algo similar ocurre con la competividad: que una mujer pretenda competir con un hombre ya tiene su aquel, pero como la competitividad se dé entre dos mujeres, entonces se comienza a presuponer que detrás de dicha competitividad hay un transfondo negativo y oculto. Tal vez un problema personal, intención de interferir en la vida de la otra mujer o cualquier otra cosa que nos haga parecer malas. Por supuesto, esa competitividad no puede deberse a un sano deseo de superarse a sí misma o de obtener cierto poder.

Esto es lo que sucede en los últimos días con Saénz de Santamaria y Cospedal. La mala relación existente entre ellas ya ha sido tema de conversación anteriormente, pero ahora que las dos se han postulado como candidatas a presidir el Partido Popular tras la marcha de Mariano Rajoy, esta supuesta guerra entre ellas se ha convertido en el tema principal de los medios. Tanto que a veces pareciera que no hubiera otros candidatos a presidentes del PP.

Dichos titulares se centran en "la guerra" existente entre ambas, las armas que van a usar para luchar la una contra la otra e incluso aseguran que se han presentado al puesto por evitar que la otra llegue a dirigir el PP. Claro, porque fastidiarse entre ellas es la única motivación posible y no un deseo real de ser jefas y superarse a sí mismas.

Viendo esto, y teniendo en cuenta la imagen que nos pintan la televisión y el cine con respecto a la competitividad entre mujeres - protagonistas o personajes secundarios dispuestos a caer en los más bajo solo por hacer quedar mal a la otra - una llega a plantearse qué hay de verdad en el estereotipo de que las mujeres somos peores entre nosotras y si de verdad la competitividad es algo malo.

La competividad: ¿amiga o enemiga?

Como muchas otras cosas, la competitividad puede ser tanto beneficiosa como perjudicial, dependiendo de cómo la enfoquemos. Un alto nivel de competitividad requiere tener mucha energía personal, ser inteligente, flexible y poseer mucha creatividad. Estas características pueden utilizarse de forma sana, racional y productiva o, por el contrario, pueden utilizarse de forma destructiva y dañina.

Según algunas clasificaciones, la competitividad puede ser de tres formas:

  • Dependiente, irracional, destructiva y con una estrategia a corto plazo.
  • Dependiente, racional, constructiva y también con una estrategia a corto plazo.
  • Libre, racional, constructiva y como estrategia a largo plazo.

Si bien es cierto que una competitividad mal entendida puede derivar en problemas como el perfeccionismo poco saludable, e incluso en ansiedad, no es menos cierto que altos niveles de competitividad pueden aumentar nuestro autoestima e incluso nuestro bienestar para con nuestra vida. Y esto no solo es cierto para los hombres, sino también para las mujeres.

Es más, ser competitivo - cuando deriva del deseo de ser el mejor en algo o dominar los retos que se nos presentan como modo de crecer personal y profesionalmente, y no como modo de demostrar que eres mejor que otra persona - es un buen indicador de autoestima en ambos géneros. Y, de hecho, es mejor indicador para las mujeres que para los hombres.

No solo eso, sino que tener ese tipo de competitividad, puede ayudar a reducir los niveles de ansiedad en las mujeres.

Así que sí, la competitividad puede ser perjudicial, pero no es una característica o situación necesariamente negativa. Y, en el caso de las mujeres, puede resultar de lo más beneficiosa para nuestra autoestima y bienestar. No es algo a lo que temer, sino que es una cualidad que - con el enfoque correcto - debemos incluso atesorar.

Las competiciones pueden incluso provocar que las personas cooperen más entre ellas y que realicen más actos altruistas o beneficiosos para la sociedad que si no existiera dicha competencia. Esto, a nivel de políticas podría suponer un enfoque interesante: ¿podría la competitividad entre las dos candidatas a secretarias generales del Partido Popular llevarles a considerar más medidas positivas que si no existiera dicha competencia?

La competitividad entre mujeres en los tiempos de la sororidad

Uno de los problemas de asumir que la competitividad es algo negativo es que, cuando se da entre dos mujeres, parece un ataque entre ellas. Este tipo de comportamiento chocaría con la sororidad entre nosotras aunque, en realidad, no tiene por qué ser así. Es más, la competitividad entre nosotras, bien entendida, puede ser una muestra más de sororidad.

Y es que, la sororidad trata sobre el apoyo mutuo y sobre la amistad y el respeto entre mujeres. Pero también trata sobre el reconocimiento de las otras mujeres, de quienes somos, como individualidad, como mujer, como persona o como trabajadora. En este sentido, una competitividad sana entre nosotras podría no solo ser señal clara de respeto hacía la otra persona - consideras que es tan buena en lo que hace que tienes el suficiente respeto para con ella y para contigo misma como para no hacerte a un lado -, sino que podría ayudar a ambas a ser mejores.

Este tipo de competitividad podría obligarnos a sacar lo mejor de nosotras mismas, pero también a ver lo mejor de las otras mujeres, aprender de ellas y dejarnos inspirar por ellas y por sus logros.

Existe este mito, bastante terrible, de que las mujeres somos las peores entre nosotras. Se dice que nos tratamos mal y que somos quiénes más duramente juzgamos a las otras, sin embargo, la realidad es bastante distinta. En contra de lo que se pueda creer popularmente, los hombres se ven también involucrados - como perpertores y como víctimas - en agresiones indirectas, como cotilleos, o exclusión social, tanto como las mujeres. Es más, algunos estudios sugieren que lo hacen incluso en mayor medida.

No solo no somos tan malas entre nosotras como se asegura, sino las mujeres tendemos a ayudar a otras mujeres,especialmente en el mundo laboral. Así, cuando muchas mujeres trabajan juntas, estas sufren menos discriminación por género y menos acoso. No solo eso, cuando mujeres jóvenes tienen como supervisora a otra mujer, estas indican que reciben más apoyo y ayuda a la hora de compaginar horarios con la vida familiar de lo que lo hacen con supervisores hombres.

Vamos incluso más allá, cuantas más mujeres hay en posiciones altas, ejecutivas o de dirección, menor es la brecha salarial. Qué sorpresa que los estereotipos en este caso no se correspondan con la realidad.

Es muy posible que Soraya Saénz de Santamaría y María Dolores de Cospedal no sean santas de nuestra devoción - o quizás sí. Y, la verdad, es que no importa si comulgamos con sus ideas o no, o si se llevan bien o mal. Lo importante es que hay dos mujeres en posición de liderar uno de los partidos políticos más importantes de nuestro país y que hablar de la competitividad entre ellas en términos negativos sigue manteniendo unos estereotipos y unos mitos que son del todo desacertados.

Imágenes | EFE, Chicas malas, La madre del novio, Oceans's 8
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