Instagram tiene un lado oscuro, pero también está la maravillosa sensación de ver disfrutar a la gente a la que quieres en directo

Mientras escribo esto, estoy de vacaciones. Es importante que lo mencione, de lo contrario este artículo podría ser interpretado como una envidia absoluta y yo podría pasar por una ajetreada falta de descanso.

Estoy escribiendo esto con una copa de vino en la mano y un paisaje maravilloso detrás de mi portátil. Lo estoy tecleando y aparto mi mirada de la pantalla para contemplar la belleza del Sur. Luego vuelvo al texto y corrijo todas la erratas, fruto de mis múltiples despistes.

La mayoría de mis amigos también están de vacaciones. Se lo están pasando bien. Lo sé, porque apenas cuelgan fotos en Instagram. Lo sé porque las pocas imágenes que suben carecen de estética tan propia de los influencers. Lo sé porque me mandan fotos por Whatsapp y me dicen que están felices.

Hay algo que no podemos negar: Instagram atonta. Me da pena, porque algo creado para compartir la vida, a modo álbum, se ha convertido en una herramienta para mostrar la vida que te gustaría tener o adorar la de los demás.

Ayer, después de la cena, abrí el Instagram para ver los Stories (lo hice adrede, porque tenía que escribir este artículo al día siguiente). Me desesperé. Y me divertí a la vez. Todo eran poses en la playa, yoga delante de la cámara, risas para el vídeo, aguas cristalinas en las islas más pobladas de agosto, cócteles imposibles, outfits estudiados, vídeos con filtros de Snapchat y frases como “Qué mal nos lo estamos pasando” o "Sufriendo todo el rato". También hay mucha comida y mucho deporte, seguidos de fiestas y más poses. Hay personas que documentan cada paso de su día a día evitando, y menos mal, los momentos en los que se van al baño.

Los Instagram Stories es el nuevo Gran Hermano.

Quizás me hago mayor, sí, pero tan sólo pensar en ponerme complementos o maquillarme para ir a la playa me provoca una desgana absoluta hacia la vida. Yo sólo quiero ponerme un vestido, coger mi bolso de playa (crema, toalla y libro) y desaparecer por unas horas. Hay días en los que ni siquiera me acuerdo del móvil.

Quizás me hago mayor, sí, pero desde hace un tiempo el Instagram que me gusta es el que sí sirve de álbum de fotos. El de mis amigos y conocidos que comparten las cosas como son: sin poses, sin frases manidas, sin conjuntos estudiados. Comparten la vida misma.
Sin preguntarse si la vida que tienen le “mola” a alguien o no. Comparten la verdad, la sencillez, la imperfección.

Quizás me hago mayor, sí, pero yo veo sus fotos y me hacen feliz. Porque sé que son auténticas. Son fotos en las que los manteles son arrugados, las copas tienen carmín, y el culo, las estrías. Son fotos de sonrisas algo amarillentas, pero felices. Son fotos de amigos que se han reencontrado y quieren recordar ese momento. Con su máscara de pestañas corrida y sus flequillos pegados a la frente. Porque en verano hace calor.

Quizás me hago mayor, sí.

Bienvenida la vejez entonces.

Fotos| H&M, El diario de Bridget Jones

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