Mi primera introducción a las redes sociales llegó con la fiebre del Tuenti en España. Esa que vino tan rápido como se fue y que se me pegó fuerte. Olvídate del Messenger, en Tuenti se hablaba todo en directo, en el muro o por el chat bajo las fotos. Ya no guardábamos las imágenes de las noches de fiesta en carpetas en el escritorio. Ahora estaban todas ahí colgadas, a disposición de cualquiera que quisiera cotillear. Eran nuevos tiempos, nuevas formas de comunicación y, de pronto, un nuevo "yo online".
Sobra decir que no existía ninguna conciencia sobre lo que se debía o no se debía subir. No había #FreeTheNipple, censura alguna ni conceptos de privacidad. Tan solo un tímido botón escondido que te permitía denunciar una foto en caso de resultar ofensiva, y que poco importaba porque no nos ofendía nada. No conocíamos bien los peligros de compartir tu vida vía redes sociales y nos comportábamos como si estuviéramos en nuestro salón, con toda la comodidad y confianza posible. Pero también con un altavoz desconocido hasta el momento, que nos permitía maximizar el "poder" de nuestras ideas, palabras e imagen.
Si en tu vida diaria te importaba lo que pensaban tus amigos de ti, online te importaba lo que pensaban tus seguidores, que eran muchos más que en la vida real. Porque siempre ha sido más fácil dar a seguir al chico guapo de la clase de al lado que acercarse en persona a decirle 'hola', para que nos vamos a engañar. Así que al altavoz maximizado que era el muro de Tuenti se suma el aumento desproporcionado de "amigos online". Si a eso sumamos Facebook, Twitter, Instagram y Snapchat la disociación está servida: todos hemos creado un alter ego de nuestra personalidad en redes sociales.
Cómo empezó todo
Mi primera fotografía en Facebook es una selfie de mi misma disfrazada de abeja, con antenitas de purpurina y una sonrisa de oreja a oreja. Hablo de Facebook porque Tuenti desapareció y no podría deciros cuál fue mi foto de presentación allí. Escogí esta foto porque en ella parezco una chica divertida, extrovertida y con ganas de reírse mucho. Intentaba demostrarle a Internet y al mundo lo genial que soy. Como muchísima gente con 17 años, trataba de crear una versión de mi persona mejorada a través de status y fotos de perfil muy pensadas. ¿El mensaje a transmitir? "Yo siempre soy así".
No cabe duda de lo que estaba haciendo: generar una personalidad propia para Internet que, en mi opinión, no es otra que la que nos gustaría que percibieran de nosotros mismos en la vida real. Así que llegados a este punto, puedo afirmar sin duda que no, que mi "yo real" y mi "yo en redes sociales" no somos la misma persona. Más bien es como si a mi personalidad original le hubieran dado esteroides.
Así ha evolucionado el asunto
Hoy en día podemos decir sin miedo a equivocarnos que todas esas "personas" que viven en Internet tienen su guarida en Instagram, la app que más ha evolucionado ese alter ego elevado a la máxima potencia. Porque en Instagram se redujeron las palabras y todo lo que quisiéramos decir, hay que decirlo con imágenes.
¿Cómo digo que soy feliz? Pues con selfies sonriendo desde algún lugar insólito del mundo. ¿Cómo cuento lo buena que es mi vida? Con imágenes #foodporn de manjares exquisitos que luego no conseguimos ni terminarnos. Y sin comerlo ni beberlo, apareció el "postureo" como concepto. Las redes sociales se han convertido en el escaparate de nuestras vidas, es ese "véndete en 5 minutos" de las antiguas entrevistas de trabajo. Y si, todos tenemos empleos, responsabilidades y malos lunes, pero ¿quién quiere ver eso?
Una conclusión tan válida como cualquier otra, la mía
No me malinterpretéis, no hay nada de malo en impulsar y promocionar los aspectos positivos de nuestras vidas para enseñarlos al mundo. Incluso puede ayudarnos a percibir las pequeñas cosas que hacen de nuestro día a día algo mejor y a valorarlos más, aunque sea con un hashtag detrás. Pero es innegable, somos personas diferentes.
En la realidad es un "yo completo", mientras que en mi vida online es un "yo selectivo" que solo plasma las cosas que yo querría plasmar, las buenas, las positivas, las que me hacen sentir orgullosa. Es el "yo al que aspiro", pero que deja fuera muchísimos aspectos de mi forma de ser que me convierten en la mujer completa y compleja que soy hoy. Y espero, followers de "mi otro ser", que no os sintáis decepcionados con ello.
Fotos | @amandaoleander, @pattysupercool, @alejandralunik.
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