Hace un par de años me dedicaba horas a espiar a mi ex por las redes sociales. De acuerdo, pensarás que yo era una loser, y probablemente lo era un poco, ¿pero quién no es loser hoy en día cuando es tan fácil saber todo lo que pasa “después del fin”? Yo fui una stalker como Dios manda: no sólo espiaba a mi ex, sino también a su nueva novia y hasta al ex novio de su nueva novia. Ya lo sé, visto así era de locos, pero ya sabes: miras una foto etiquetada, luego la galería del etiquetado, luego la de sus amigos… y te encuentras sentada en el sofá, un par de horas después, con una cara de amargada que ni tú sabes a qué viene.
Puede que te parezca una locura, pero oye, a día de hoy si no has espiado nunca a nadie eres un bicho raro.
Lo malo de espiar la vida de tu ex, es que no puedes dejar de compararte con sus nuevos ligues. Si son más feas, te fastidia que tenga tan poco gusto y te haya dejado escapar; si son más guapas, ya ni te cuento. No sé qué es peor. Pero el problema es que te compares. Tú, tan guapa y tan inteligente, mujer de éxito y de idea claras. Sí, tú, la que está (mal)gastando su vida viendo la de los demás. Y lo que es peor: la vida de alguien que ya no está en tu vida. Una locura, ¡pero qué locura tan apetecible!
(Que sí, que sueles decir que meterse con el físico de alguien es horrible, pero cuando tu ex se echa una novia, tus principios flaquean de inmediato).
Al principio, quizás, lo hacía porque no había superado la ruptura. Luego, cuando tenía claro que no sentía nada, ya se había convertido en una especie de afición: era como ver el nuevo capítulo de “Girls”, pero más auténtico (o no, pero ignoraba el asunto).
Seguí algún tiempo haciéndolo, sin saber muy bien por qué, hasta que, el día menos esperado, mientras estaba conectada a Instagram, recibí un like de la chica con la que estaba mi ex. Al principio no me lo podía creer: ¿qué hace ella viendo mi galería de fotos? Hasta hice un pantallazo de su like, para asegurarme de que era cierto. Sin embargo, cuatro segundos después, el “like” ya había desaparecido. O sea que lo había borrado. Entonces lo entendí… ¡me estaba espiando y se le había ido de las manos! A eso le llamo yo un “desastre de fat finger”.
Me desperté de golpe. ¡Ella también me espía a mí! Ella, la exitosa y guaperrima nueva mujer del idiota de mi ex novio no sólo sabe quién soy (que ya me imaginaba que sí), sino que, quizás está comparándose conmigo. Conmigo, con la pobre desgraciada que estaba comparándose con ella desde hace más de seis meses.
Me pareció ridícula. Y, por consecuente, me parecí ridícula. ¿Por qué nos dedicamos tanto tiempo a torturarnos? ¿Por qué no salimos del bucle del pasado? ¿Por qué no sabemos tirar adelante, sin más? Y, lo más importante, ¿por qué creemos que lo que vemos es cierto?
Fue entonces cuando decidí dejarme de tonterías. Cada día hay más y más redes sociales, cada día actuamos más en vez de vivir, y cada día, por tanto, nos dan nuevas herramientas con las que frustrarnos, con las que saber algo que ya no deberíamos saber (o nunca deberíamos haber sabido), con las que el pasado nunca se queda en el pasado y con las que nosotros -¿para qué?- no llegaremos nunca a ser felices.
Un año después me enteré de que mi ex y su nueva novia, que tanto me había inquietado, nunca habían sido felices. Todo porque ella, entre otras cosas, se había obsesionado con que yo era mejor que ella, lo cual no ayudó demasiado en su relación.
No me sentí bien sabiendo eso, qué va. Sentí mucha pena. Y me pregunté: ¿cuándo alguien nos va a ayudar a dejar de estar tan enganchados a las vidas de los demás?
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