La gente de éxito lo tiene claro: levantarse con el alba, antes de que el gallo haga su kikirikí o de que pongan las calles en su ciudad, es la clave de su éxito. O la única manera de estar preparado, llegar a todo y tener la energía necesaria. Y además, es tendencia.
Madrugar mucho es fundamental para triunfar en la vida y en el trabajo, y la clave del éxito de muchos grandes CEO´s según cuentan ellos mismos, porque de esta forma tienen tiempo para planificar mejor el día, tomar un buen desayuno, hacer ejercicio y visualizar lo que les espera por delante o las tomas de decisiones que tendrán que realizar.
También muchas celebrities llevan años explicando en las entrevistas que conceden que madrugar es la clave para conseguir llegar a todo: Gwyneth Paltrow hace una clase completa de yoga antes de desayunar y, antes de fichar en su despacho de la revista Vogue, Anna Wintour ya ha estado practicando tenis y ha visitado la peluquería para que la dejen impecablemente peinada.
A priori tiene sentido madrugar un poco más para asumir todas esas tareas para las que nunca tenemos un hueco:
Primero) porque estamos demasiado ocupados corriendo de un lado para otro de la casa, preparando la tartera, la ropa que nos tenemos que llevar, buscando las llaves del coche, sorbiendo un café a toda prisa… como para poder pensar en algo más.
Segundo) porque los estudios (y el sentido común, ese gran olvidado) demuestran que a última hora del día somos muchísimo menos eficientes para hacer casi cualquier cosa que nos propongamos. Sobre todo si se nos han gastado las pilas, como suele suceder en mi caso.
Lees que cada vez hay más gente que madruga para hacer todo eso que se le escapa a diario y asientes con la cabeza, lo entiendes, aunque no lo ves para ti.
¿Levantarse a las cinco para acudir a una cita con tu entrenador personal?
¿Atender todo tu correo personal mientras tu pareja ronca a tu lado?
¿Hacerse un peinado "a lo Wintour" para llegar perfecta al trabajo?
Quitando el hecho de que yo no conozco a nadie con el poder de exigirle a su peluquero que se ponga a alisar melenas a las cinco de la mañana, me pregunto si sería capaz de levantarme horas antes que mi familia para hacer deporte, algo para lo que nunca tengo tiempo (y para lo que ya casi no me quedan excusas). O si sería capaz de hacer algo productivo, algo muy diferente a pasearme por mi casa como un zombie sorbiendo café.
Pero si lo hace tanta gente no será tan difícil, ¿no?
Cómo sobrevivir a “un madrugón inmisericorde”
El primer paso es acostarse pensando en que, sí o sí, vas a tener que madrugar, porque así tus hormonas del estrés se ponen en estado de alerta. Según un estudio realizado en la Universidad de Lübeck (Alemania), nuestro cuerpo tiene en cuenta nuestros deseos (aunque sean suicidas) de levantarnos temprano y va preparando las funciones vitales poco a poco. Para demostrarlo, analizaron los niveles hormonales de los participantes y descubrieron que los niveles de cortisol se elevaban paulatinamente una hora y media antes de la prevista para levantarse.
Segundo paso: madrugar de verdad dejando que la luz natural entre en la habitación. Según la American Psychological Association, las personas que madrugan son más positivas, más estables y poseen un sistema inmunológico mucho más fuerte. Tienden a ser más felices porque su ritmo biológico está sincronizado con la luz solar y las actividades sociales. La luminosidad es una señal que detecta el cerebro, el aviso para que deje de segregar melatonina, la hormona que regula el sueño.
“Acostarse temprano y levantarse temprano hace a un hombre saludable, rico y sabio”. Benjamin Franklin.
Tercer paso: hacer ejercicio a primera hora. Una investigación llevada a cabo por la Universidad Estatal de los Apalaches, llegó a la conclusión de que el ejercicio a primera hora del día reduce la presión arterial, el estrés, la ansiedad y es indispensable para dormir mejor por la noche (de tal manera que regulariza el ciclo del suelo y vuelta a empezar).
Cuarto paso: atenerte a unas reglas. No vas a pegarte el madrugón para zambullirte en alguno de estos agujeros negros del tiempo: Facebook, Ebay, las webs de ventas privadas…
Quinto paso: acostarse tan temprano como te sea posible. Ya lo decía el gran Benjamin Franklin: “acostarse temprano y levantarse temprano hace a un hombre saludable, rico y sabio”.
La hora de la verdad: dos semanas levantándose dos horas antes
Para cualquier madre trabajadora dos horas más de tiempo al día parecen la solución a todos sus problemas. Pero ¿qué ocurre cuando esas dos horas al día son dos horas inhumanas?
Para empezar, el primer día de madrugón decidí salir a la calle a practicar mi deporte favorito, que ahora tiene un nombre tan cool como “power-walking” y sobre el que podéis leer en este artículo publicado aquí. La experiencia no hubiera estado tan mal si no me hubiera entrado un agobio terrible por estar tan sola en la calle y no hiciera más que mirar hacia atrás por si me seguía un desalmado.
De vuelta a casa decidí ponerme al día con todos los correos que tenía atrasados, clasificar los interesantes, eliminar los innecesarios y actualizar mi página de Linkedin, a la que tenía bastante abandonada (no, no equivale al agujero negro de Facebook).
En los días siguientes también le di un repaso a mi web personal y reorganicé los contactos de trabajo. Y sobre todo empecé a entender por qué los expertos consideran estas horas como mágicas. Sin nadie que te interrumpa, ni con problemas familiares o laborales, para que te puedas concentrar plenamente en lo que estás haciendo y el trabajo cunde de verdad.
Al finalizar la primera semana de prueba también había clasificado las facturas y organizado todo en unas carpetas. Ah, y escaneado los documentos personales de la familia, algo la mar de práctico.
Todos eran trabajos que estaban en mi Lista de Cosas por hacer desde hacía meses, pero ¿había merecido la pena levantarse tan temprano para llevarlas a cabo? Sobre todo teniendo en cuenta que al comenzar la jornada laboral, la auténtica de fichar, cargaba ya con dos horas previas de trabajo y la espera hasta la pausa para comer se me hizo eterna.
Abordar la segunda semana fue más fácil en algunos términos y más difícil en los otros. Me tomé más en serio lo de acostarme muy temprano y mi cuerpo empezó a acostumbrarse a madrugar. Ya no sufría ese vértigo y mareo que me provoca siempre despertarme a deshoras. Con las principales tareas de mi lista resueltas, decidí darle una nueva oportunidad al deporte y salir a andar por mi barrio. A la vuelta, sin mucho que hacer, le di un repaso a las plantas de mi terraza e incluso cociné por adelantado varios guisos para congelar e ir tirando durante el resto de la semana.
Conclusión: la dulce sensación de conseguir llegar a todo es genial. Pero también la confirmación de que en el fondo hay muchas cosas que no son tan prioritarias, que la perfección es un objetivo inabarcable (siempre hay algo por hacer) y que el sentimiento de ser una súper woman no se compensa si siempre estás pensando en esas dos horas en las que podrías estar durmiendo. A lo mejor no estoy hecha del material necesario.
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Fotos | Pixabay, Unsplash
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