Nuestras madres nos han metido el miedo en el cuerpo desde bien pequeñas: ojito con usar los cuartos de baño públicos, que los carga el diablo, que están llenos de gérmenes y que a saber quién los ha usado antes que nosotras. Pero... ¿es todo un mito o sus miedos eran ciertos? ¿Son realmente los cuartos de baño públicos un foco de infecciones? Y si lo son ¿cómo podemos usarlos y qué debemos evitar sin caer en las heroicidades?
De pequeñas ir a un cuarto de baño de un bar o un restaurante era toda una epopeya. ¿Os acordáis? Había que ser contorsionista para poder usarlos sin rozarlos, cuando no ir preparadas con un paquete entero de pañuelos desechables que tardábamos horas en colocar alrededor de la taza para proceder a sentarnos higiénicamente y para tranquilidad de nuestras progenitoras.
Yo envidiaba a los chicos con toda mi alma porque ellos podían hacerlo de pie, en cualquier sitio y sin arriesgarse a que les diera un calambre al adoptar extrañas posiciones.
También les envidiaba porque no tenían a una madre histérica, gritando cada vez que estabas a punto de rozar algo porque creía que ibas a pillar la peste, como poco. O una enfermedad sexual. O a quedarte embarazada, como aquella canción que cantábamos en el autocar entre risas...
Afortunadamente, en la actualidad es muy difícil encontrarse con un cuarto de baño que parezca salido de la película Saw. Cualquier local cuenta con unas instalaciones medianamente decentes y ya no hay que vacunarse contra varias enfermedades infecto-contagiosas si queremos usarlos. Pero es que además parece ser que todos aquellos temores del pasado eran infundados y ya no hay que comportarse como una heroína o un saltimbanqui.
Según el doctor William Schaffner, profesor de medicina preventiva en el Vanderbilt University Medical Center, nuestra piel es altamente efectiva a la hora de protegernos contra los microorganismos que podemos encontrar en un w.c. público, bacterias como la e.coli o los estreptococos. Es más: el doctor Schaffner afirma que usar fundas para asientos de w.c. (ya sabéis, esas fundas pijas de papel que hay en algunos locales y que impiden que nuestro trasero toque directamente la taza) no sirve realmente para nada y que no son una barrera tan efectiva como pensamos. Desde luego, no tan efectiva como nuestra propia piel.
Además, resulta que las tazas no es lo que más miedo nos debería dar. Y es que los suelos de cualquier cuarto de baño tienen hasta doscientas veces más gérmenes, según un estudio realizado por MythBust. Vamos, que llevamos toda la vida apoyando el bolso en un charco de gérmenes y transportándolos allá donde vayamos. Bravo por nosotras.
Este programa también reunió a un grupo de estudiantes de la Universidad de Berkeley para recoger muestras de objetos de nuestra vida cotidiana susceptibles de contener suciedad, hizo una lista de Top Ten Suciedad Máxima y ¡sorpresa!, los estropajos de cocina, el dinero y los teclados de los ordenadores estaban por delante de las tan temidas tazas en cuanto a suciedad. Y asquerosidad.
En resumen: que la primera norma que nos enseñaron nuestras madres, ¡no te sientes en una taza de un baño público!, no sirve absolutamente de nada. Si realmente quieres protegerte de posibles contagios lo único que tienes que hacer es lavarte bien las manos con agua y jabón, frotando al menos durante 20 segundos, y secártelas con toallas de papel. Y, por supuesto, tener en cuenta que luego tendrás que hacer la heroicidad de usar el picaporte para salir del baño. Picaporte que habrá tocado mucha gente que no se las habrá lavado. Mucha suerte.
Fotos: CordonPress
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