Era un domingo tonto de esos que no sabes por dónde van a salir. Nada apasionante había en el horizonte, así que decidí ojear por decimonovena vez el catálogo de Netflix. Fue entonces cuando vi a Sienna Miller y pensé que solo por el hecho de que ella apareciera en la serie ya merecería la pena. Y mira, yo no estaba preparada para la intensidad de Anatomía de un escándalo, de verdad que no.
El peso de la duda sobre los hombros
En Anatomía de un escándalo vemos a James (Rupert Friend), un joven, guapísimo (esto es muy importante en la serie) y carismático político británico al que acusan de violación. Por supuesto, este hecho hace que su vida dé un giro de 180 grados. La vida de Sophie (Sienna Miller), su esposa, se ve sacudida de forma constante al encontrarse ella también en el ojo del huracán, pero a pesar de todo se esfuerza en dar la imagen necesaria para demostrar que cree en la inocencia de su marido por encima de todo. O quizás no.
En el caso entra en escena Kate (Michelle Dockery), la fiscal que lleva el caso y que las tiene todas consigo para pensar que James es culpable del delito del que se le acusa. De este modo, Anatomía de un escándalo sigue los diferentes puntos de vista del juicio real y público del caso.
Además de la trama, la miniserie pone de manifiesto los privilegios de las élites y cómo las altas esferas de una sociedad endogámica siguen funcionando según determinados criterios. No todos somos iguales.
Otro aspecto interesantísimo de la propuesta de Netflix es el trabajo del vestuario del personaje de Sienna Miller, que además de ser impecable va cambiando conforme avanza la trama y se va desarrollando su propia personalidad. Esta parte me parece una delicia total.
Y sí, quizás este título no forme parte de las mejores series de la plataforma, pero sin duda es un buen plato para tomar durante el fin de semana y hacer un pelín de ejercicio de reflexión.
Fotos | Netflix
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