Vale, si no tenías plan para el fin de semana, toma buena nota. Eso sí, luego nada de lloraditas existenciales
Hubo una época en la que parecía que estábamos viviendo en el guion de una cinta de ciencia ficción. Hace ya cuatro años que la pandemia asoló nuestra realidad para luego dejarnos con un más que manido y terrorífico término que no paraba de explotar en nuestra boca: "nueva normalidad". Fue entonces cuando se estrenó Vivarium, una película de este género que se mezcla con el thriller bajo la batuta del director irlandés Lorcan Finnegan y que pareció en su momento anticipar, por los tiempos de grabación, lo que estábamos viviendo en aquel presente. Sí, los personajes se queda atrapados en casa. Pero también pasa mucho más.
Vivarium: una asfixiante nueva vida
Según la sinopsis que hacen los compañeros de Sensacine de este título, Gemma (Imogen Poots) y Tom (Jesse Eisenberg) forman una pareja que decide comenzar una nueva vida juntos. El paso que dan al inicio del film consiste en contactar a un agente inmobiliario para que les muestre una serie de viviendas. Pero lo de serie va en serio, ya que los lleva a un barrio en el que todas las casas son iguales. Finalmente, los chicos deciden que aquella propuesta no es para ellos, pero cuando se montan en el coche y comienzan a circular, siempre terminan delante de la vivienda número 9 ante el laberíntico enmarañado de calles.
Llega un punto en el que el vehículo se queda sin gasolina y terminan pasando al interior de la casa en cuestión. ¿La sorpresa? Que al día siguiente se encuentran una caja con comida, un bebé y una nota "alimentado y será liberado".
Es entonces cuando Gemma y Tom, con caras confusas, comienzan una nueva vida de forma forzada, que no es la que esperaban a pesar de las ganas que tenían de la misma.
El retrato de una pesadilla millennial
Pasé la pandemia en casa de mis padres y en líneas generales fue bastante bien a excepción de un par de cosillas. Un día discutí con mi padre, algo que no es que acontezca de forma habitual, pero si sucede, las cosas no se quedan a medias tintas, lloradita incluida.
No recuerdo bien el porqué del inicio de aquello, pero sí que yo defendía que a mi generación, la millennial, y especialmente a aquellos que hemos nacido a los 90, nos ha tocado vivir una época muy complicada para progresar a nivel personal y profesional: la generación de nuestros padres y la nuestra es muy diferente, las prioridades son otras; en el 93 tuvo lugar una de las peores crisis económicas que ha azotado a España tras la burbuja inmobiliaria que reventó en Japón y la guerra del Golfo; en 2001 fue el 11S, algo que sacudió el ritmo al que se movía el mundo; en 2007 estalló una nueva burbuja inmobiliaria, siendo España uno de los países más afectados por la misma; y cuando estábamos levantando la cabeza de nuevo, nos sobrevino la pandemia.
Yo nací en 1994, es decir, estas crisis han ido marcando mi formación durante la infancia, la adolescencia, la joven adultez y la salida a un mercado laboral cada vez más competitivo en el que "gana" el peor postor, es decir, aquel que está dispuesto a sacrificarlo todo por ganar el salario mínimo con la formación máxima. Desolador cuanto menos. Después nos preguntarán por qué soñamos con ser funcionarios...
Todo este contexto desemboca en mil y un escenarios: desde un aumento de la edad media a la que se es madre por primera vez, descenso de la tasa de natalidad, la utopía de la conciliación laboral, mucha exigencia a todos los niveles, dificultad para encontrar pareja, para enfrentar ciertos compromisos, imposibilidad de acceder a una vivienda en propiedad, miedo a llevar una vida estandarizada y a no tener control sobre ella, el capitalismo voraz...
Y así un largo y terrorífico etcétera que se refleja en Vivarium, de la que se pueden extraer multitud de conclusiones: desde lo que supone la maternidad para una mujer, una atadura de por vida por la que serías capaz de dar la propia, los criterios con los que deberíamos cumplir según la etapa vital en la que nos encontremos, las rutinas que nos encierran y consumen nuestra esencia haciéndonos olvidar todo lo que somos a título personal y en pareja o comunidad, la alienación de nuestras vidas en pos de algo que nunca sabemos si llegará y siempre a favor de la clase dominante, el sentirnos como productos de usar y tirar, meramente utilitarios. Pero ya está, no te cuento más por dos razones: la primera, para no deprimirte, y la segunda para que descubras tú todo lo que encierra la cinta.
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