Esta pieza nos ha hecho perder un poquito más la fe en la humanidad, pero es muy necesaria
Recuerdo que cuando era adolescente romantizaba la vida en Estados Unidos. Por supuesto, parte de la culpa la tenía el contenido de cultura pop que consumía: Sexo en Nueva York, Gossip Girl y demás series y películas que me hacían soñar con una vida al otro lado del charco llena de glamour y no pobre cual rata. Eso sí, el documental de Super Size Me, cuyo director murió la pasada semana, que nos pusieron tres veces en el instituto ya me hizo vislumbrar algo.
Hoy en día, desde el país anglosajón solo me llegan informaciones que me hacen perder un poquito más la fe en la humanidad: desde la crisis del Ozempic, esa medicina para tratar la diabetes de tipo 2 que la gente rica está usando para adelgazar de forma insana; lo de que los niños evitan llevar zapatillas con luces a colegios e institutos para ser un objetivo algo más salvable ante un posible tiroteo escolar; el problema con el consumo de fentanilo; o simplemente el capitalismo voraz, que también ha dado lugar a lo que allí conocen como el mercado de niños de segunda mano. Sí, tal y como lees.
En YouTube puedes encontrar el documental Niños desechables, una práctica conocida como rehoming que consiste en reubicar en nuevos hogares a niños que ya han sido adoptado pero que las familias deciden descartar. Y en efecto, es tan descorazonador como suena.
En una de los momentos del documental, se ve además cómo hay una especie de feria de exposiciones organizada y una "madre" va tomando referencias de la oferta de niños que hay, anotando puntos a favor y en contra de cada uno, porque claro, básicamente se trata de un catálogo.
La señora, por llamarla de algún modo, ya que al fin y al cabo es una persona que está criada en semejante sociedad defectuosa a más no poder, hace estas declaraciones: "Es como una feria comercial, solo que los productos en venta son niños y para una madre como yo, que espera adoptar, es un espectáculo bastante emocionante".
En efecto, todo está mal en sus palabras y mi cabeza ha volado a otras cosas terribles como el mercado de la esclavitud o la mal llamada trata de blancas, una expresión anacrónica y tremendamente racista, que debe ser sustituida por trata de personas.
Por supuesto, hay una serie de agencias que toman partido en todo esto y que se lucran por llevar a cabo este tipo de trámites. ¿Su comisión? En torno a los 3.500 euros. Estoy tristísima.
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