La pasada semana estuve de vacaciones en el País Vasco, donde vive mi hermano desde hace algo más de un año. Además de llevarme a hacer turismo por todos lo territorios vascuences habidos y por haber, también tuvimos algún momento de relax para ver pelis y una de las escogidas fue Drácula, de Bram Stoker, la cinta de 1992 que lo marcó cuando era pequeño y lo aterrorizó casi desde el primer momento del visionado.
Este largometraje está basado en la novela original del citado autor irlandés, un libro que llegó al mercado en 1897 y que narra la historia de miedo y amor del Conde Drácula, Gary Oldman, un muchachito que lleva ya vivo gracias a hacer un pacto con el diablo y a su renuncia a la Iglesia unos tres o cuatro siglos.
La trama se sitúa en 1890, cuando un joven abogado inglés, Jonathan, interpretado por Keanu Reeves, debe viajar a Transilvania, gracias a un orquestado plan por Drácula, para gestionar una serie de adquisiciones inmobiliarias que el conde rumano está comprado en Londres.
¿Pero a qué vienen todas estas molestias que se está tomando un señor vampiro mayorcísimo?, ¿qué es lo que hay detrás de su plan maquiavélico además de la especulación y la gentrificación de la ciudad inglesa? Algo por lo que de entrada debería ir al infierno.
Pues para responder a esta pregunta hay que retrotraerse en el tiempo y volver al siglo XV, cuando después de haber librado batallas y guerras en nombre de la Iglesia, su amada se suicidó al pensar que este había fallecido. Y claro, por lo que sea cuando este señor volvió a su castillo cansado de empalar a gente no terminó de tomárselo bien, de ahí que renunciara a su fe y maldijera todo lo posible. Una lloradita, un pactito con las fuerzas tenebrosas y a seguir viviendo (o muriendo).
¿Qué pasa entonces ahora? Pues que tras haber atravesado océanos de tiempo por amor, Drácula por fin se ha reencontrado con su amor. O al menos con la doppelgänger de esta, Mina, la prometida de Jonathan.
Y es que al fin y al cabo, ¿hay algo más terrorífico que una historia de amor tóxico? Como diría Noemí Argüelles, es que es para reflexionar. Por cierto, el director de esta adaptación de aires teatrales es nada más y nada menos que Francis Ford Coppola, artífice de otras obras como El Padrino, Lost in Translation o Apocalypse Now.
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Fotos | Columbia Pictures
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