Cada pareja es un mundo: dinámicas, costumbres, necesidades, gustos, etc. A unos les va el “kinky sex” y a otros las sesiones románticas cocinadas a fuego lento. Unos lo hacen a diario y otros cada año bisiesto. Pero si hay algo que los terapeutas comprobamos casi a diario es que hay un punto en el que gran parte de las parejas coinciden: hay mucho mito acerca del sexo que tenemos muy muy asumido… y que genera dificultades (innecesarias, claro). ¡Desterremos de una vez estas mentiras que nos vendieron!
1. Los hombres siempre tienen ganas (y siempre están listos para la acción)
Voy a decir algo que igual parece de Perogrullo, pero allá va: los hombres son personas humanas, no máquinas (aunque algunos lo parezcan). Partiendo de esta base es fácil entender que su pene es un órgano, como otros del cuerpo, con una base biológica, no con un motor ni un resorte, no tiene botón de On, ni palanca de emergencia. Y como órgano humano que es, hay veces en las que está más alegre y otras en las que no lo levanta ni la escena más hot de todos los tiempos (que cada uno se imagine la que quiera).
El pene funciona, entre otras cosas, en base al estado de ánimo. Es decir, si el dueño está estresado, triste o ansioso es perfectamente normal que tenga menos ganas, ¡y no pasa nada! Es igual de absurdo pensar que ellos quieren todo el rato como pensar que nosotras queremos menos que ellos. Ahí lo dejo.
2. El verdadero sexo es la penetración (y todo lo demás es otra cosa)
El modelo de sexualidad que nos han vendido (y que hemos comprado) es bien simple en realidad: el sexo de verdad es el coito, el sexo, así con todas las letras, consiste en meter cosas en sitios, concretamente un pene en una vagina (o en un ano). Si aceptamos que esto es así no es de extrañar que “el resto” de prácticas sexuales queden deslucidas y que se infravaloren.
Pero el sexo es sexo, desde un beso a un lametón, de la penetración a la masturbación mutua. El sexo es placer, disfrute, intimidad, deseo… y eso, creedme, no es patria potestad exclusiva de la penetración. Podemos tener una sesión de sexo absolutamente arrebatada sin que haya penetración alguna, y eso, por mucho que se nos diga lo contrario, sigue siendo sexo.
Este mito hace que pasemos de puntillas por otras cosas, que entendamos como “peajes” determinadas prácticas… y con ello le estamos quitando (y nos estamos perdiendo) todo el potencial sexual que tienen.
Además… si pensamos que el verdadero placer pasa por el coito una parte importantísima del proceso recaerá en el pene, cosa que no es nada estupenda para los chicos. ¿Por qué? Esta creencia somete a una presión brutal a los hombres: tienen que rendir, tienen que estar a tope, porque sin erección no hay coito. Y es esa presión, fruto de este mito, de este modelo, es la que en muchos casos lleva a problemas de erección.
Ojo, que nosotras tampoco salimos bien paradas: este modelo coitocentrista ha llevado a que muchas mujeres pensaran que eran incapaces de alcanzar el orgasmo porque no lo lograban durante la penetración. Hoy sabemos que el clítoris y su estimulación es clave para el orgasmo (aunque con la penetración indirectamente el músculo se estimule), así que…
3. “Terminar” los dos al mismo tiempo es la llave para entrar en el Olimpo
Y ya si de fondo empieza a sonar una orquesta, y simultáneamente a nuestros orgasmos (que por supuesto han de ser épicos) se inicia un espectáculo audiovisual-pirotécnico que ni en las Vegas, pues es lo hemos hecho “bien”.
Sin ánimo de ser pesada retomo lo del modelo de sexualidad imperante… Si la penetración era el paradigma del “sexo normativo” lo de tener que tener un orgasmo, sí o sí, y además los dos al mismo tiempo es el culmen del modelo, es lo máximo, tocar techo, alcanzar la gloria. Y claro, todo lo demás… pues mola menos. ¡Ay!
Tener un orgasmo es algo estupendo, no seré yo la que diga lo contrario, pero… ¿es la meta final? Es más, ¿es esa meta lo único que importa? Si corremos (hablo de hacer deporte) es la propia carrera la que nos reporta refuerzos, la que sube el ánimo, la que nos lleva a querer mejorar… no es solo cruzar la línea de llegada, ¿verdad? Pues eso: corre… y disfruta.
Si partimos de que ambos miembros de la pareja han de tener un orgasmo al mismo tiempo vamos a encontrarnos con frustración, decepción… porque no es fácil, nada fácil. Además, el hecho de buscarlo hace que estemos más pendientes de otras cosas que del placer, lo cual a su vez hará que sea más difícil lograrlo… y nos llevará a entrar en un bucle que no tiene sentido. Ya sabemos que en el cine queda precioso, pero también lo era Narnia y por mucho que abras tu armario ahí no hay más que ropa.
4. La excitación de la mujer se mide por su lubricación
Basta ya, por favor. Asociar lubricación y excitación (y con esto me pongo muy seria) nos ha llevado, entre otras cosas, a sentencias espeluznantes en casos de violación en las que los jueces absolvían a los acusados bajo el amparo del “si ella lubricó es que estaba excitada”.
No, esto no es así. Las mujeres lubricamos durante todo el ciclo, y hay momentos en los que el flujo es más abundante y otros en los que es más escaso, con independencia a la excitación. Sí, hay mujeres que cuando están excitadas lubrican más, pero hay otras que no, otras que es tan poco que no se parecía, otras que tienen momentos y momentos…
En definitiva: determinar el nivel de excitación por la lubricación es un error. Uno que además nos puede llevar a sufrir molestias. En ocasiones en consulta vemos mujeres que sienten escozor o incluso cierto dolor durante la penetración… Y a menudo observamos que esas molestias podrían evitarse simplemente usando lubricantes. Además, con la cantidad y la variedad que hay hoy en el mercado su uso no solo mejorará la penetración, sino que puede convertirse en un juego la mar de entretenido…
5. Los dos debemos desearnos con la misma intensidad, si no es que algo va mal
Este mito lo escuchamos muy muy a menudo en consulta, y en ocasiones es el responsable de uno de los motivos de consulta también más habituales: el desequilibrio en el deseo entre los dos miembros de la pareja (pero ese es otro tema).
El deseo no es algo que nos venga dado por obra y gracia del cosmos, tampoco es algo innato, ni estable, ni inmutable… El deseo es algo subjetivo, personal, que cambia con el tiempo, con las circunstancias y con nuestros pensamientos y acciones.
Una relación está formada por dos individuos (o más), cada uno con sus particularidades, necesidades y circunstancias, como decía. Esto hará que no siempre el deseo esté de la misma manera en cada uno de los miembros de la pareja, pero eso no significa que algo vaya mal.
De hecho lo más habitual es que en la relación haya uno/a que de un modo general tiene más apetito sexual que el otro/a (y ojo, no siempre son ellos los que desean más, ni mucho menos). La clave está en encontrar un punto en el que ambos nos sintamos cómodos, en el que no se perciba el sexo como una renuncia o como un sacrificio, porque eso no tiene ningún sentido.
Ahora bien, si de verdad la diferencia en el deseo nos lleva a tener dificultades en la relación siempre podemos acudir a un profesional (sexólogo, terapeuta de pareja), seguro que será de ayuda.
Desde que el hombre es hombre (y la mujer, mujer) los mitos han acompañado nuestra sexualidad. Pero puestos a entrar en mitologías varias y en fantasías de luz y color, mejor ponerse una película o leer un buen libro: dejemos al sexo libre de mentirijillas… por la cuenta que nos trae.
Fotos: Troya; Invictus & Olympea (perfumes de Paco Rabanne)
En Trendencias: 10 cosas que pueden mejorar nuestra vida sexual... y no son los geles de sabores
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