Perder la virginidad es un momento importante de nuestras vidas. Todos recordamos esa primera vez como si fuera ayer. Y no se parece en nada a cómo lo cuentan las películas: duele, es incómodo y muy intenso. Sin embargo, las cosas pueden salirse de madre y pasar de una "primera vez estándar" a un evento catastrófico, dramático o muy, muy divertido. Desde rupturas desagradables hasta confusión con la anatomía del cuerpo y sus múltiples entradas, estas mujeres nos cuentan sus azarosas primeras experiencias.
Tamara J. (28 años), cosas de críos
"Ocurrió cuando tenía 16 años en casa de mi mejor amigo. Nuestras familias tenían muy buena relación y nos conocíamos de toda la vida. Una noche de sábado jugaba el Madrid y fuimos a ver el partido a su casa. A mí el fútbol no me interesa en absoluto, así que me dijo que fuéramos a su habitación a charlar. Allí estábamos, hablando de que jamás había besado a nadie. Sentí pena por él y me ofrecí a enseñarle. Una cosa llevó a la otra y de repente estábamos haciéndolo sin saber muy bien qué estaba pasando.
Fue terrorífico. Sus padres y mi madre estaban en la habitación de al lado, yo tenía más atención puesta en los gritos del partido que en el sexo. Para mí fue como una broma entre colegas, cosas de críos. Tampoco teníamos condón, así que ni siquiera terminamos. No volví a verle después: me inventé mil excusas para no quedar que mi madre atribuyó a mi fase de adolescente rebelde. Lo cierto es que no podía ni mirarle a la cara. Allí lo decidí, el sexo está muy sobrevalorado."
Cris S. (19 años), el aspersor humano
"Lo habíamos preparado todo para que fuera la típica noche de película. Habíamos escogido el lugar (la casa de sus padres, que se iban a pasar el finde fuera), la cena y una botella de vino que habíamos robado del mueble bar (teníamos 16 años y nos pidieron el DNI en la tienda). Yo también estaba preparada: me había depilado de arriba a abajo, comprado lubricante por si acaso, perfumado todo lo perfumable y comprado braguitas nuevas.
Cuando llegamos a su casa nos pusimos al lío en seguida. Con lo bien que me habría venido un poco de vino para calmar los nervios. Estaba histérica (literalmente). Tanto que empecé a notar mariposas en la tripa, y no de las buenas. Él quiso que yo bajara al tema y cuando lo hice, me rozó la campanilla y lo eché absolutamente todo. La papilla entera encima de él, de su pene y de la cama de sus padres. Al levantarme corriendo continué produciendo como si fuera un aspersor. Ahora que lo pienso ni siquiera hubo penetración. Después de eso, ¿cómo iba a haberla? Así que no se si cuenta como primera vez, pero yo la recuerdo como tal."
Gabby S. (37 años), triste porque él no lo sabía
Mi primera vez fue perfecta, o al menos, todo lo perfecta que debería ser. Fue con un chico que me gustaba mucho. Aunque ya no estemos juntos, fue mi primer amor y eso es algo bonito. Fue romántico, cuidadoso y cariñoso. Me dolió, claro, pero en general la experiencia fue como la imaginaba. Sin embargo, yo fui la más tonta del lugar. Éramos críos y en mi afán de parecer interesante, le había contado que yo ya había tenido sexo. Así que mientras lo hacíamos me callé el dolor y los nervios, porque él no sabía que era mi primera vez. Nunca se lo dije y es algo que pienso ahora, años después, y me pone triste. Por ahí fuera hay un hombre que no sabe que fue mi primero.
Sandra A. (23 años), un mix de confusiones
Aunque era la primera vez que lo hacíamos, ya habíamos tenido encuentros sexuales más light. Fundamentalmente masturbación y sexo oral, por lo que yo ya sabía que me costaba un poco. Por eso, decidimos comprar lubricante y aplicarlo en cantidades industriales. Aquello parecía una piscina de patos. Pero todo salió perfecto y no tuve excesivas molestias más allá de las normales de la primera penetración. Hasta que decidimos innovar y cambiamos nuestro misionero por la posición del perrito. ¡Error! Estaba todo tan lubricado que se resbaló y entró por donde no debía. Ya me entiendes. Con decirte que terminamos en urgencias... Eso sí, estas experiencias unen. Ahora llevamos 7 años juntos y nos casamos el verano que viene.
Estefania H. (18 años), tres son multitud
Me quedé sola en casa y la invité a venir. Era mi primera novia formal, con la que había salido del armario y quería que fuera con ella. La verdad es que las dos estábamos un poco pez sobre lo que debíamos o no debíamos hacer. Pero nos pusimos al lío y, en mitad de ello, llamó su madre por teléfono. Y ella contestó. Y se pusieron a discutir a grito pelado. Mientras yo aún tenía un dedo dentro de ella. Hablaron de que no le dejaba salir el fin de semana y que tenía que ir a una comida familiar. También algo del perro y el veterinario y de que nunca le dejaba hacer lo que ella quería. Me enteré porque me mantuve inmóvil, en el mismo sitio, durante al menos 3 minutos. No sabía muy bien qué hacer así que me fui al baño a ducharme. Fue lo más irrespetuoso e incómodo que he vivido. Eso sí, ahora siempre recuerdo apagar el móvil antes de hacerlo.
María L. (28 años), un cúmulo de despropósitos
Teníamos 15 años y decidimos hacer pellas un día para tener la casa libre y poder hacerlo. No íbamos al mismo colegio así que no cantaba mucho. Pero yo quise abarcar demasiado y aprovechar un día sin padres para hacer todo lo que quisiera. En este caso, un piercing en la lengua. Obviamente, no hace falta adelantar que las cosas no salieron bien.
Comenzamos por el sexo. Bien, correcto, primera vez normal, con dolores y muchas torpezas. Y en mitad de ello, el pene se le puso como una berenjena y estalló el preservativo. Horror, no sabíamos que había pasado, tenía una pinta horrible. Pero sobre todo irresponsabilidad. Porque decidí que primero me hacía el piercing y luego ya nos íbamos al centro de planificación familiar a preguntar qué había pasado. Un terrible orden de prioridades que pasó mucha factura.
La lengua se me puso del mismo color y tamaño que su pene, hinchada y morada. Para cuando llegamos a la clínica nos informaron de que él había tenido una reacción alérgica al látex. Yo apenas podía hablar y él tuvo que explicarlo todo, como si yo fuera muda o tonta. Pensaron que yo tenía algún tipo de retraso o problema y decidieron llamar a nuestros padres para que me pudiera tomar la píldora del día después, por si acaso. El piercing me duro la media hora que mi madre tardó en quitármelo con unos alicates. El castigo duró hasta casi el día de hoy.
Cris T. (25 años), desde entonces ya no ve vídeos de gatitos en Youtube
Mi novio por aquel entonces tenía un gato. Uno de esos suaves y pegajosos que se te sientan encima a la mínima oportunidad y te maúllan para que les hagas caso. Un gato pesado. Y siempre quería estar pegado a mi chico. Sí, incluyendo mientras lo hacíamos por primera vez.
Allí estábamos nosotros, en la cama de sus padres y solos en casa. Y ahí estaba el gato, en la mesilla mirándonos fijamente. Yo le pedí que lo sacara de la habitación pero me dijo que iba a ser peor. "Rascará en la puerta todo el rato" me dijo. Suena a incordio, pero si hubiera sabido lo que estaba por venir no lo habría dudado.
Empezamos a hacerlo despacio, porque a mí me dolía. Para marcar el ritmo me puse yo encima. Al principio todo bien pero cuando me incliné para besarle, el gato se me posó encima. Ahí, entre los dos omóplatos. No conseguí quitármelo y con los nervios del momento, decidí que seguía hasta el final. Al primer "sube-baja" el gato se volvió loco, pensó que estaba haciendo daño a mi chico y me arañó toda la espalda, nuca y cuero cabelludo. Aún me quedan algunas marcas de "mi primera vez" y desde entonces, cuando me preguntan, yo soy más de perros.
Fotos | Youtube.
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