No llevamos ni dos meses de 2017 y ya podemos decir que el panorama de la violencia machista se presenta desolador: 15 mujeres muertas en España, a manos de parejas o exparejas cuando ni ha acabado febrero. El maltrato de género es noticia, día sí, día también, en los medios y, si hay algo positivo que podemos extraer de ello, es que ya la gran mayoría de la sociedad se ha convencido de que la violencia machista no entiende de clase social, raza, religión ni... edad.
Es difícil digerir que exista el maltrato entre adolescentes. En realidad, es difícil digerir cualquier tipo de maltrato, claro, pero nos cuesta un poco más entender que exista entre jóvenes que ya han crecido en una sociedad concienciada contra esta lacra. Pero existen. Hemos conocido a chicas maltratadas antes de los 20 años y hemos hablado con ellas. También con sus padres y con psicólogos. Todo con el objetivo de conocer el fenómeno desde cerca, desde dentro. No creo que lleguemos a entenderlo, pero al menos podremos tener alguna pista sobre cómo evitarlo.
Qué dicen los datos sobre el maltrato en la adolescencia
La Macroencuesta de Violencia sobre la Mujer de 2015, publicada por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, indica que el porcentaje de chicas entre 16 y 19 años que han sufrido violencia de control por parte de sus parejas es del 25%. Curiosamente, otras conclusiones del estudio invitarían al optimismo si ese dato no lo empañara: más del 80% de los jóvenes conocen la Ley Integral contra la Violencia de Género, el teléfono 016 y los mecanismos disponibles para interponer una denuncia.
Una de las conclusiones a las que llega el estudio es que las causas hay que buscarlas en un lugar más profundo: la transmisión intergeneracional de mensajes de género erróneos, sobre todo los relacionados con los celos. También en la nueva realidad de las redes sociales y smartphones, que suponen un mecanismo de control y ciberacoso (un 25,1% de las chicas reconocen haberlo sufrido).
«No me maltrataba, me quería de una forma extrema»
«Al principio, no me pegaba ni me insultaba. Todo fue tan paulatino que no me daba cuenta de que era maltrato». Carla G.
Hablamos con Carla G., justo el día en que cumple 21 años. Hace aproximadamente seis meses que cortó definitivamente el contacto con su expareja, después de una relación intermitente que «duró más o menos tres años. Desde que teníamos 16 hasta los 19. A esos tres años de relación en los que hubo control, maltrato psicológico y, en dos ocasiones, físico, le siguió uno de acoso constante de él, que quería que volviéramos». La primera pregunta que nos viene a la mente es cuándo se dio cuenta de que la situación que estaba viviendo era un caso de violencia machista.
«Fue tan paulatino que no me di cuenta. Ahora, después de ir a terapia y leer mucho sobre el tema, me parece absurdo no haberme dado cuenta, pero fue así. Al principio, él me trataba muy bien, mejor que cualquiera de los novios de mis amigas a ellas. Pero ese muy bien se fue convirtiendo en control y celos. Pasamos de con quién vas a salir a por qué vas a salir a me enfado si sales. No me pegaba ni me insultaba, pero yo no quería que se enfadara, así que me fui alejando de mis amigas y, mucho más, de mis amigos chicos. Pero la clave es lo que he dicho: que fue muy poco a poco».
Sus palabras coinciden casi al milímetro con las de Silvia F., que tiene ahora 22 años y vivió una situación similar en su último año de instituto, entre los 17 y los 18. «Me costó mucho entender que el maltrato no es algo que se limite a chicas sin formación o de clase baja. Para mí, él no me maltrataba. Me quería de una forma extrema, para bien y para mal. Era muy celoso porque me quería con locura. Me espiaba el móvil y las redes sociales porque no quería que me relacionara con mala gente. Eso pensaba en aquel momento. Ahora me doy cuenta de que tuve mucha suerte de que las cosas no llegaran a más».
Sí llegaron a más en el caso de Carla. Un empujón que acabó con ella en el suelo después de una discusión porque ella había salido por la noche con sus amigos, y una bofetada el día que cortó la relación. «En el fondo, aquello me ayudó. Mientras el maltrato solo era psicológico y de control, no acababa de verlo claro. En el momento en que pasó a lo físico, me asusté tanto que centré todas mis fuerzas en alejarlo lo máximo posible».
Las redes sociales como armas de maltrato
Tanto Lucía, la psicóloga con la que hemos hablado, como las dos protagonistas de estas historias destacan la importancia de las redes sociales y, sobre todo, los smartphones en su realidad de maltrato. «Es una oportunidad que tienen en bandeja para controlarlas todo el día. Yo aquí he visto cosas muy preocupantes: chicos que controlaban los amigos en Facebook de sus novias, chicas que se borraban la cuenta de Instagram porque a sus novios les parecía que se exhibían... Y con el WhatsApp como herramienta principal en sus vidas, todo se complica más», comenta la psicóloga.
Silvia reconoce que tenía verdaderos problemas con el WhatsApp: «Llegó un momento en que no me atrevía a hablar con una amiga por la noche, para que él no viera que mi última hora de conexión era de madrugada. Siempre me preguntaba con quién había estado hablando y, en las redes sociales, se sabía de memoria mis publicaciones y qué personas las comentaban o le daban a me gusta».
Carla vivió una experiencia similar, aunque, en su caso, su novio llegó un poco más lejos: «En una ocasión, un amigo me puso en Instagram un comentario en una foto. Solo decía "guapísimas". No hablaba solo de mí, salíamos varias amigas. Y mi novio le respondió en la propia red social que "a ver quién era él para llamarle guapa a su novia". Bueno, con muchos más insultos y amenazándolo con partirle la cara. Eso, aunque nos cueste verlo, también es maltrato. Es amedrentar a una persona para que no se acerque a tu pareja. Es acoso y control».
Rupturas, denuncias y superación
Las experiencias de ruptura fueron muy diferentes en los casos de Silvia y Carla. «Yo me fui a la universidad en otra ciudad y la relación murió sola. Él empezó a salir con otra chica y a mí hasta me dolió. Supongo que aún estaba enganchada a él, pero con los años he visto que fue lo mejor que me pudo pasar», nos cuenta Silvia. Carla, en cambio, vio su pesadilla multiplicada en el momento en que quiso cortar la relación.
«Mi decisión estaba tomada. Pude tener dudas al principio, pero, en cuanto se lo dije y reaccionó dándome una bofetada, tuve claro que había tomado la decisión correcta». El acoso a Carla por parte de su expareja duró casi un año. Un año en el que ella no lo contó a nadie hasta que se vio superada por la situación. «Me llamaba a todas horas, tuve que bloquearlo en el WhatsApp y empezó a enviarme SMS, se presentaba en mi facultad, en los bares donde estaba con mis amigos, en el portal de mi casa. Me daba vergüenza reconocer ante mi familia y mis amigos que ellos habían tenido razón desde el principio, así que me callé y me callé hasta que tuve miedo real».
Curiosamente, ninguna de las dos tomó medidas legales. Silvia, porque siempre menospreció su propia historia. «He tardado años en darme cuenta de que controlarme cada movimiento o insultarme si no hacía lo que él quería es algo denunciable». En el caso de Carla, cuando finalmente lo supieron sus padres, decidieron hablar con los del chico, y así cesó la persecución.
«Sé que no hice lo correcto, pero era incapaz de pensar con claridad. Solo quería que se acabara, como fuera. Pensar en denuncias, juicios, abogados, etc. me provocaba un agobio horrible. Mis padres conocían un poco a los suyos (fuimos juntos al colegio) y la cosa se solucionó en privado, por decirlo de alguna manera. Lo mandaron a estudiar lejos y ahí se quedó el tema».
Los adultos alrededor del maltrato adolescente
«Tendemos a juzgar a las chicas como si ellas se dejaran maltratar». Lucía R., psicóloga.
Lucía R. es psicóloga en un centro escolar privado. Por su despacho pasan más chicas preocupadas por casos de maltrato de las que imaginábamos. «En realidad, ellas no lo identifican como maltrato. Hablan siempre de agobio, de control (sobre todo, relacionado con las redes sociales), pero si les decimos que eso es maltrato, muchas veces acaban defendiéndolos a ellos».
¿Cómo podemos evitar que los adolescentes caigan en situaciones de maltrato? Lucía pone el foco sobre los chicos: «Tendemos a juzgar a las chicas como si ellas se dejaran maltratar. Aquí los culpables son ellos, y curiosamente nunca he tenido a un adolescente en el despacho preocupado por estar demasiado celoso o por controlar a su novia. Hay una cuestión cultural de fondo que tiene que ver con los referentes que tienen. En los grupos de chicos, sigue triunfando mucho la figura del machito. Es algo aplaudido por el resto. Y si la música que escuchan, los libros que leen y las películas que ven utilizan tópicos como decirle a una mujer "eres mía" o equiparar celos con amor... las bases fallan y es fácil llegar a situaciones peligrosas».
«Para poder remediarlo, tenemos que saberlo». Esa es una de las claves que encuentra la psicóloga en el maltrato en la adolescencia: el desconocimiento de los adultos de la situación. «Que las chicas callen puede ser comprensible, dada la situación en la que están metidas, pero su entorno debe actuar. Si a una chica la está acosando su novio, si la insulta o le prohíbe hacer cosas o, por supuesto, si le pega, sus amigos deben actuar: hablar con sus padres o profesores. Son edades a las que son todos muy inmaduros todavía. Los chicos no tienen por qué ser unos futuros maltratadores. Si conocemos la situación, podemos trabajar para que aprendan a dar y recibir amor en relaciones afectivas de una manera sana».
¿Y los padres? Los padres de Carla han querido darnos su visión sobre lo que le ocurrió a su hija: «Es imposible explicar cómo nos sentimos cuando conocimos toda la verdad. Siempre nos hemos considerado unos padres jóvenes, modernos, en casa jamás han visto actitudes machistas... Creíamos que a chicas criadas en este ambiente no podían pasarles estas cosas. Evidentemente, estábamos equivocados», nos cuenta su madre.
Su padre nos habla del papel fundamental que jugó la terapia en su caso. No solo con Carla, también con ellos mismos. «Mi primera reacción y la de mi hijo (Héctor, dos años mayor que su hermana) fue irnos a por él. Por suerte, con el tiempo, y gracias al trabajo de la psicóloga de Carla, comprendimos que esa actitud también era machista en el fondo. Había mecanismos para solucionarlo que no implicaban violencia y optamos por ellos». No fue la denuncia, de lo que confiesan arrepentirse algunas veces, pero sí sirvió para que Carla, igual que Silvia, disfrute hoy de una vida normal.
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