En España se produce un divorcio cada cinco minutos. Más de 100.000 al año. Más o menos siete de cada diez matrimonios acaban en divorcio. Son datos demoledores, que arrojan la terrible realidad de que, cada vez que acudimos a una boda, estamos asistiendo a algo que es más probable que acabe en la crónica de una muerte anunciada que en un felices para siempre. Suena mal, lo sé.
Teniendo en cuenta estos datos, nos preguntamos qué sabemos del divorcio. O sobre la ruptura de una relación larga, importante, aunque no haya existido matrimonio como tal. Quizá tenemos suficientes datos sobre cuestiones legales, custodias de hijos o repartos de bienes. Pero ¿sabemos lo suficiente desde el punto de vista de la inteligencia emocional?
Yo pasé por un divorcio hace tres años y medio. De los duros (quizá todos lo son), por lo largo de la relación previa y por lo inesperado del final. Pero, sobre todo, aquello fue duro porque me quedaba mucho por aprender. Cada pareja (y expareja) es un mundo, y cada cual sacará sus propios aprendizajes vitales de una experiencia negativa. Porque de lo que duele se aprende, y estas son las nueve cosas que aprendí yo del dolor:
1. Que de amor no se muere nadie
Esa frase, así tal cual, me la dijo una de mis mejores amigas cuando yo aún pensaba que sí, que me iba a morir de dolor. Cuando, en el fondo, puede que me quisiera morir de dolor. Y me molestó. Porque, cuando estamos aún con las heridas abiertas, nos gustan demasiado las frases épicas. No, ni nos vamos a morir, ni nos han destrozado la vida, ni es verdad que jamás vayamos a salir adelante.
A algunos les dolerá durante más tiempo, a otros durante menos; algunos necesitarán ayuda externa, otros no... pero se sale adelante. Parecerá una obviedad para algunos, pero es difícil coger perspectiva cuando el dolor es reciente. Y tener claro que antes o después nos recuperaremos puede ser el primer paso precisamente para eso: para recuperarnos.
2. Que no es obligatorio superarlo
Hemos oído muchas veces que algunas desgracias de la vida no se superan, sino que, simplemente, aprendemos a vivir con ellas, con su recuerdo. Y escuchamos tantas veces a personas bienintencionadas decir que «tienes que superar lo que ha ocurrido» que lo interiorizamos. Casi casi nos ponemos un calendario para ello. Y superarlo se puede convertir en una carrera contra nosotros mismos en la que no salimos vencedores.
Yo pensaba que tenía que superarlo. Y cuanto antes, además. Que un día me reiría de ello, que sería tan feliz en el futuro que celebraría aquel divorcio liberador... pero ese día no llegaba. Y me moría de frustración. Hasta que asumí que nunca me parecería una anécdota graciosa de mi pasado, sino el fracaso de un proyecto vital bonito que no salió bien. Aprendí a vivir con ello sin que doliera. Y eso se parece mucho a superarlo.
3. Que una nueva ilusión es el mejor antídoto para el dolor
Esta idea más o menos la hemos escuchado todos. El problema es que «nueva ilusión» solemos traducirlo como «nuevo amor». Todo eso de «un clavo saca a otro clavo» y tópicos similares. Y habrá a quien le funcione, igual que otros ni podíamos planteárnoslo. Pero hay muchos tipos de ilusiones que no tienen nada que ver con un nuevo enamoramiento.
Puede ser un cambio de rumbo laboral. Puede ser aquel viaje que nunca te atreviste a hacer porque a tu pareja no le apetecía, ni a ti irte sin él. Puede ser tener otro hijo sola. Hay tantas ilusiones escondidas dentro de nosotros como personas. Solo hay que encontrar la que nos puede devolver las ganas de disfrutar.
4. Que alguien debería habernos enseñado que el amor empieza... y también acaba
A los datos del comienzo me remito. Por suerte o por desgracia, cuando empezamos una relación es más fácil que acabe mal que que lo haga bien. Y hay relaciones preciosas que duran toda la vida y que cumplen eso de que solo la muerte los separe. Pero también hay de las otras.
El divorcio está casi en pañales en España. La primera ley de divorcio de la democracia actual data de 1981. Por ello, es probable que muchos creciéramos viendo a nuestro alrededor matrimonios que duraban toda la vida. Y muchos nos encontramos con la realidad aplastante de que el amor se acaba cuando lo sufrimos en carnes propias.
5. Que buscar culpables es una pérdida de tiempo
Lo más probable, cuando una pareja se divorcia, es que haya culpas por ambas partes. Pero ¿qué más da? ¿De qué sirve dilucidar quién es el culpable? Es más, ¿hay alguna idea peor que pasarse días, semanas y meses analizando al detalle quién tuvo más responsabilidad?
Un divorcio no es una película. No tenemos por qué nombrar un bueno y un malo. Cada día que pasemos odiando al otro «porque es todo culpa suya» o a nosotros mismos «porque es todo culpa mía» será un día perdido en el camino hacia volver a ser felices.
6. Que nos quiere mucha más gente de la que creemos
Cuando evocamos en nuestra cabeza la palabra «amor», el romántico es el primero que nos viene a la cabeza. Pero hay muchos otros tipos de amor: el de los amigos, el de la familia, el de los hijos, si los hay... Y los malos momentos suelen ser una prueba de fuego perfecta sobre cuánto amor tenemos alrededor.
Apoyarnos en la gente que nos quiere, recuperar la relación con esas amigas solteras de las que nos separaron un poco las diferentes formas de vida, conocer gente nueva que pronto se convierte en imprescindible... No hay mejor forma de sobrevivir al desamor romántico que consolándonos en todo el amor real que tenemos alrededor, aunque a veces ni lo sepamos.
7. Que escuchar demasiados consejos puede llegar a ser perjudicial
Cuando llega un divorcio, el ambiente en torno a nosotros se llena de consejos. De los buenos, de los malos y de los regulares. Yo los escuché todos: «tienes que alejarte de él», «no vuelvas a hablarle», «contrata un buen abogado y sácale lo máximo que puedas» (sí, en serio), «intenta volver con él», «ni se te ocurra volver con él», «acostaos una última vez», «ni se te ocurra acostarte con él», «vete a vivir con tu madre una temporada», «vete a vivir lejos una temporada», «daos un tiempo antes del divorcio», «divorciaos cuanto antes»...
Sí, apetece gritar. A mí me apeteció muchas veces. Sobre todo, porque la mayoría de consejos venían de gente cargada de buenas intenciones. Pero, cuando estás débil emocionalmente y todo el mundo se permite opinar, se corre el riesgo de acabar dando bandazos entre lo que crees que es lo correcto y lo que de verdad sientes. ¿La solución? Conseguir que te den consejos solo cuando los pidas.
8. Que beber para superar una ruptura es poético, pero también la peor idea del mundo
Esa va a ser la propuesta de un montón de amigos (de nuevo, bienintencionados): «Sal de fiesta, emborráchate y olvídate de todo». Lo hemos visto en un montón de películas, ¿no? Tiene que ser una buena idea. Vale, ahí va un spoiler: no lo es.
La noche, la fiesta y el alcohol no suelen ser buenos compañeros de viaje cuando estamos aún inestables emocionalmente. Y quiero pensar que hay muchas otras formas de que nuestros amigos estén a nuestro lado en un mal momento que compartiendo una botella de whisky que, probablemente, hará que a la mañana siguiente lo veamos todo aún más negro y, en lugar de haber dado un paso adelante, hayamos retrocedido un poquito.
9. Que nunca te conocerás mejor a ti misma que cuando pase la tempestad
Esa sí es la mejor noticia de todas, el mayor aprendizaje. Dicen que cuando mejor se conoce a las personas es viéndolas actuar en los momentos más duros. Y eso es aplicable a uno mismo también. Cuando todo va bien, es fácil vivir empujados por la inercia de un día a día que funciona. Pero, cuando hasta levantarse cada mañana supone un esfuerzo, aprendemos cuáles son nuestras fortalezas y nuestras debilidades.
Ha pasado el tiempo desde mi divorcio y supongo que el objetivo está conseguido: mi vida sigue siendo la que era en lo que me gustaba, y ha mejorado en lo que no. No he vuelto a llorar por amor, porque he aprendido a vivir las relaciones con menos irracionalidad y más inteligencia emocional. He aprendido muchas cosas, sobre los demás y sobre mí misma, y esa es la mejor lección que saqué de ello.
Imágenes | Giphy.
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