¿Qué lleva a alguien a implicarse en una relación que no implica convivencia en lugar de en algo más convencional?
«Cada uno en su casa y Dios en la de todos», decía un refrán muy repetido por nuestras abuelas. Aunque dudo que ellas se refirieran a las relaciones de pareja, lo cierto es que una norma similar es la que aplican quienes viven una relación LAT (Living apart together). Sí, parece que jamás nos desharemos de las siglas para nombrarlo todo, así que llamémosle de otro modo: «Te quiero mucho, pero tú en tu casa y yo en la mía». ¿Puede funcionar una relación así o está abocada al fracaso? ¿Cómo se organizan quienes se han decidido por esta forma de no-convivencia? Hablamos con tres parejas LAT, y ellos nos dan todas las claves.
El secreto del éxito
Blanca y David. Cristina y Javier. María y Rubén. Los seis viven o han vivido una relación marcada por una características que los hace diferentes al resto de parejas de su entorno: no conviven. Y todos, a pesar de no conocerse entre ellos ni haber coincidido para esta entrevista, nos han dado la misma clave del éxito, así que nos fiamos de su palabra: una relación LAT solo puede funcionar si la decisión de no vivir juntos es algo meditado, decidido y aceptado por las dos partes. Si es una de las dos personas la que se amolda a la decisión del otro, pueden surgir rencores, malentendidos y, a la larga, un fracaso en la relación.
Mamen Jiménez, psicóloga y sexóloga en el gabinete Bliss Psicología, está de acuerdo en la importancia del mutuo acuerdo y, por lo demás, considera que este tipo de relación es tan válida como cualquier otro: «Las relaciones LAT no tienen por qué implicar ningún problema a nivel de compromiso o madurez, que es quizá lo primero que se nos puede venir a la cabeza. Siempre que haya un acuerdo por ambas partes, es algo que puede perfectamente funcionar. La no convivencia proporciona una dosis de novedad y experiencias excitantes durante los encuentros que es quizá más parecida a la que se produce en los primeros momentos de relación o en las relaciones a distancia, y eso es muy atractivo».
¿Por qué una relación LAT?
Una vez aclarado lo que parece más importante para establecer este tipo de relaciones, una pregunta flota en nuestra cabeza: ¿por qué? ¿Qué lleva a alguien a implicarse en una relación que no implica convivencia en lugar de en algo más convencional? Como suele ocurrir, cada relación es un mundo, así que dejamos que ellos nos cuenten cuál ha sido su experiencia.
Blanca y David, 30 y 32 años
«Llevamos juntos seis años. Nos conocimos de la manera más típica posible: teníamos amigos comunes, nos presentaron, congeniamos, empezamos a salir y creo que nos enamoramos muy pronto. Yo acababa de terminar mis estudios y buscaba un lugar donde independizarme. David llevaba un par de años viviendo solo. Estuve meses sin saber qué hacer, porque realmente no quería irme a vivir con mi pareja tan pronto. Además, llegué a dudar de que él realmente estuviera tan implicado en la relación como yo, porque ni una sola vez me propuso que me mudara a su casa. Por suerte, un día nos sentamos a hablarlo», nos confiesa Blanca.
«Esa conversación fue la clave», continúa David. «Los dos nos sentíamos raros porque, para entonces, ya llevábamos un año juntos, estábamos muy bien y todo el mundo nos decía que era el siguiente paso lógico. Pero no nos apetecía, esa es la realidad. A ninguno de los dos. Continuamos viviendo separados y así hemos llegado hasta hoy. Y no hemos tenido ni una sola crisis en seis años».
Cristina y Javier, 34 años
«Nosotros fuimos amigos muchos años antes de tener una relación. Y los dos sabíamos que nuestra carrera profesional era nuestra prioridad. Yo trabajo desde mi casa y sin horarios, lo que se traduce en una convivencia complicada, porque hay días, muchos días, en que me quedo trabajando de madrugada o, simplemente, a las horas en que, si viviera en pareja, debería pasar tiempo con él. Y eso es algo a lo que no quería renunciar», nos cuenta Cristina.
«Javier se pasa la semana viajando por trabajo. Es el caso contrario al mío. Y él lo tiene claro: cuando regresa, le apetece verme, pero también le apetece llegar a una casa vacía en la que organizarse a su manera, sin tener que coordinarse con otra persona para una convivencia que funcione. Llevamos así más de dos años y, para ambos, es la relación más larga y más satisfactoria que hemos tenido».
María, 46 años
La de María es la historia de una relación LAT fracasada. O todo lo contrario: de una relación que se acabó cuando dejó de ser LAT. «Mi exmarido y yo vivimos diecinueve años en ciudades diferentes. Habíamos sido novios en la universidad y, después, aprobamos oposiciones que nos llevaron a vivir a 300 kilómetros de distancia. Lo cierto es que logramos organizarlo muy bien: nos casamos, tuvimos dos hijos, nos veíamos todos los fines de semana, pasábamos juntos las vacaciones...».
El matrimonio de María se rompió, precisamente, cuando consiguieron aquello que llevaban años buscando: «Desde que habíamos aprobado las oposiciones, todos los años intentábamos conseguir plaza en la misma ciudad. Cuando ocurrió, no duramos juntos ni un año. Nos habíamos acostumbrado demasiado a vivir solos, los chicos ya eran mayores y hacían su vida más independiente y nosotros... no supimos vivir juntos. Fue muy triste».
Y, en la práctica, ¿cómo se organiza una relación LAT?
«Tener claras las ideas comunes es fundamental. Por ejemplo, en nuestro caso, ninguno de los dos queremos tener hijos, que sería una situación en la que creo que habría que plantearse establecer la convivencia. Y asumir que no hay pasos obligatorios que dar en una relación. Que no queramos convivir no significa que estemos estancados en una etapa de la relación ni que estemos menos comprometidos; simplemente, somos felices así y no le vemos sentido a cambiar algo que funciona», nos cuenta Blanca.
«Nosotros encontramos la solución que nos va bien en vivir separados, pero cerca. Vivimos en la misma calle, a dos portales el uno del otro. Pasamos mucho tiempo juntos, tiempo de calidad. A veces ella se queda a dormir en mi casa, a veces yo en la suya, sin marcar en un calendario cuándo hacerlo. Pero supongo que cada pareja, LAT o no-LAT, tiene sus métodos para hacer funcionar su relación», recalca David.
Cristina y Javier también insisten en que no convivir no implica menos compromiso en la relación, solo una forma diferente de entenderla y organizarla. «Hemos tenido que renunciar a cosas, como todas las parejas. Ella ha dejado de trabajar los fines de semana, por ejemplo, y, en nuestro caso, convivimos durante esos días. Desde que salimos de trabajar el viernes hasta el domingo por la tarde», nos cuenta Javier.
Cristina recuerda, entre risas, una frase que le dijo él cuando ya llevaban tiempo juntos: 'Estoy loco por ti, pero los domingos estoy deseando que te vayas a tu casa'. «No sabía si estrangularlo o reírme a carcajadas, porque, en realidad, a mí me ocurre algo similar. Me encanta estar con él, y nos vemos un montón de veces entre semana, pero me gusta demasiado tener mi espacio personal, solo para mí».
María recuerda con nostalgia los años en que su relación a distancia funcionaba y cree saber cuál fue la clave del fracaso: «Lo bonito de esos años fue que sabíamos aprovechar al máximo nuestro tiempo juntos, no existía la rutina ni el aburrimiento. Éramos como novios eternos. El problema fue que no supimos asumir que esa era la dinámica que funcionaba en nuestra relación. Nos obsesionamos con conseguir vivir en la misma ciudad y, cuando fue así, todo lo que realmente funcionaba entre nosotros se había acabado».
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