«Tranquilízate» y otras sencillas frases con las que convertir una discusión en la Tercera Guerra Mundial

Ay, las discusiones de pareja, qué mundo tan complejo. Tan complejo y tan estandarizado, al parecer. Hoy se me ha ocurrido un experimento sencillo: preguntar a mis amigos (chicos y chicas) qué frases los ponen enfermos en una discusión. Y todos, sin excepción, me han dicho las mismas. Así que es el momento de elaborar un ránking definitivo de frases que pueden hacer que una discusión sencilla derive en el caos.

«Tranquilízate»

La ganadora absoluta. Top one. Cuando alguien está nervioso, un «tranquilízate» no lo va a calmar. El mundo sería sencillísimo si las cosas funcionaran así. De hecho, funcionan exactamente al revés. Pedir calma en una discusión es sinónimo de desatar la furia. La respuesta también está muy estandarizada: un «¡¡estoy perfectamente tranquilo/a!!» a voz en grito que, por supuesto, no va a solucionar nada.

«Te lo dije»

Oh, Dios. Claro. Cuando metemos la pata hasta la ingle, pocas cosas nos pueden reconfortar más que saber que nuestra pareja lo veía venir. Un «te lo dije» a tiempo puede convertir un pequeño desencuentro marital en una bronca en condiciones.

«No es para tanto»

Es una variante del «tranquilízate» en la cual, al hecho de recordarnos que estamos bordeando la histeria, le añadimos el agravante de que no hay motivo aparente para ello. La respuesta la conocemos: «No es para tanto... ¡para ti!». Ese para ti debe ser pronunciado con inquina y, a poder ser, con dedo índice señalando el pecho.

«Ya hablaremos en otro momento»

No, no, no. No me puedes hacer esto. Quiero discutir aquí y ahora. Darnos espacio para calmarnos (véase sección «Tranquilízate») no me va ayudar en absoluto. Esta frase suele terminar con el miembro de la pareja que la pronuncia huyendo a los cuarteles de invierno y el otro persiguiéndolo en plan psicótico, al grito de «¡pues yo lo quiero hablar ahora!».

«Es que no me escuchas»

¡Pues claro que no! Estoy demasiado ocupado/a chillando, no me da la vida para más. En muchas discusiones de pareja, no buscamos argumentos y nos perdemos en el follón, así que escuchar está muy sobrevalorado.

«No quería decir eso»

Sí, sí. Claro que querías decirlo. Bueno, puede que no quisieras... pero lo piensas. Vaya si lo piensas. El mal ya está hecho. No reculemos, huida hacia adelante. Pasemos a la siguiente.

«Si me quisieras de verdad...»

Oh, ese momento de toda discusión de pareja en que nos dejamos invadir por el drama y achacamos cualquier cosa a la falta de amor. Si me quisieras, habrías guardado la lechuga en el frigorífico. Si me quisieras, habrías llevado el coche a la ITV. Si me quisieras, no tendríamos que ir los domingos a casa de tu madre (vale, esta última puede que sea verídica).

«Haz lo que te dé la gana»

Psicología inversa al poder. «Haz lo que te dé la gana» es un «como lo hagas, va a arder Troya» de manual. La respuesta casi obligada es un «pues por supuesto que lo haré», aunque, por suerte o por desgracia, solemos acabar reculando.

El silencio

La peor frase de todas es la no pronunciada. Cuando estamos vomitando reproches y el único feedback que encontramos es el silencio sepulcral. Por favor, venzamos la tentación de zarandear al amado oponente para obligarle a ponerse a nuestro nivel.

«¿Tú te acuerdas de por qué empezamos a discutir?»

Mi favorita. Decidme que no me pasa solo a mí. Lo de encadenar reproches y frases hirientes hasta llegar a un punto en que ninguno de los dos sabemos cuál fue el origen del conflicto. Esto, en las películas, se soluciona con una risilla nerviosa, un abrazo y un poco de sexo de reconciliación. En la vida real, no se soluciona. Deriva en un «¡pues claro que no, pero ahora estamos discutiendo sobre la propia discusión!». Y así. En bucle.

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