Claves para construir un perfecto fondo de armario (II): la camisa blanca

Es absolutamente imprescindible tener una. Forma parte del uniforme diario de la mujer trabajadora y aunque normalmente se asocie a la formalidad y a un estilo serio, la camisa blanca no tiene porque ir ligada a los asuntos laborales o de gala.

A muchas les da pereza llevarla fuera de la oficina porque sin ella se sienten liberadas pero es la más versátil de entre las prendas y casa con todo: con trajes, con jeans, con leggings, con faldas, con shorts o directamente, sin nada.

Las hay de mil y un tipos y precios, desde las de 9'90 acrílicas que puedes comprar en Zara, hasta la de típica de camiseria masculina de toda la vida, así que no hay excusa para no tener una en tu repertorio.

Las puedes llevar solas o acompañadas; con un cardigan, un blazer, un chaleco o una corbata; con los botones hasta el cuello o semi desabrochada; con gemelos o con las mangas remangadas, e incluso arrugada, porque a nivel práctico, el peor handicap de una camisa es que hay que plancharla.

Su mejor aliado es sin duda el negro, sea en versión falda,

o pantalón.

Y es que lo mismo viste que resulta informal y es una combinación que nunca jamás pasará de moda y que siempre gana.

En Mango he descubierto un par de opciones a precio más que razonable. En primer lugar esta (que es más marfil que otra cosa) de seda con lazo y tres botones, perfecta para la noche, y por tan sólo 39'90.

O esta otra fruncida en el pecho y con tablas, simulano la clásica camisa de esmoquin.

Aunque esta de Topshop es una de mis adquisiciones más deseadas: ancha, con babero tableado, cuello mao y media manga, perfecta con jeans pitillos, botines y mini cinturón.

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