Aunque España tiene unas ciudades de lo más interesantes, si por algo destaca especialmente es por sus pueblos con encanto. Y es que son perfectos para hacer un viaje al pasado sin necesitar máquina del tiempo o desconectar del estrés urbano sin, al mismo tiempo, tener que alejarse mucho de él. Un buen ejemplo de todo ello es Santa Cruz de Rodes, un pueblito de Girona, ubicado en el Parque Natural del Crap de Creus, en el que las fachadas posteriores de sus casas hacen las veces de muralla y al que solo se puede acceder a través de los portales fortificados.
En tiempos medievales, Santa Creu de Rodes nació y creció a la sombra del monasterio de Sant Pere, entonces el más importante de Empúries por las reliquias que custodiaba. Gracias a él fue un lugar próspero para posaderos, sastres, panaderos, zapateros, herreros, taberneros o notarios, entre otros profesionales, que atendían a las necesidades del monasterio y ofrecían sus servicios a los muchos peregrinos que se dirigían al mismo. Además, se celebraban ferias y mercados, tal y como nos cuentan desde la oficina de turismo del Empordà.
En su época de esplendor, Santa Creu de Rodes llegó a tener unos 250 habitantes, protegidos por el castillo de Sant Salvador de Verdera. Este castillo había sido cedido al monasterio por los condes de Empúries, pero su valor estratégico, dominando el cabo de Creus, hizo que los condes intentaran recuperarlo, generando continuos enfrentamientos con los abades.
Finalmente, las guerras, los saqueos y los estragos causados por las malas cosechas y las epidemias lo convirtieron en un pueblo abandonado. De este modo, en la actualidad cuenta con varias casas en ruinas y una iglesia románica construida entre los siglos X y XI para acoger a los peregrinos pero que se conserva en buen estado.
De hecho, la plaza de la iglesia es su centro neurálgico. En torno a ella se construyeron sus casas, separadas por las calles que llevan a la plaza. Estos son edificios de grandes dimensiones, de planta baja y un piso, cubiertos de tejas y que que, en muchas ocasiones, disponen de un patio, huerto o corral.
No obstante, su construcción más destacable es la iglesia del monasterio, como explican desde el Departamento de cultura de la Generalitat, por su originalidad y antigüedad. Y es que este edificio destaca por la gran altura que le proporciona un original sistema de pilares y dobles columnas, así como por la riqueza ornamental de los capiteles y en la casi desaparecida portalada, obra del maestro de Cabestany. En resumen, una pieza excepcional en el románico catalán que y que capta el esplendor que vivió el monasterio.
Fotos | Rafael López-Monné / Departament de Cultura Generalitat de Catalunya
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