Con la llegada del verano, seguro que muchos hemos hecho ya nuestras reservas para pasar unos días en la playa o para escaparnos a alguna de esas ciudades que llevaban siglos en nuestra lista de pendientes. Hace unos años, no nos plantearíamos buscar otra opción de alojamiento que un hotel, pero los apartamentos de alquiler vacacional llegaron hace un tiempo para quedarse.
Airbnb y otros sites similares forman ya parte de nuestra rutina de búsqueda de viajes, pero no siempre nos paramos a pensar en ello desde diferentes puntos de vista. Hemos hablado con quienes más tienen que ganar o perder desde que existe esta modalidad de turismo. Quien viaja usando esta opción como prioritaria, quien ha encontrado un sobresueldo en alquilar un apartamento y quien ha visto su edificio invadido por estos alquileres vacacionales y se ha tenido que marchar.
El viajero: «Airbnb me ha descubierto una nueva manera de viajar»
David (36 años) es viajante de profesión y viajero por vocación. Hace años que usa Airbnb para alojarse en sus viajes de ocio y no le ve más que ventajas a esta opción. «Para una persona sola o una pareja, el precio suele ser bastante competitivo con respecto a hoteles, pero para viajar en grupo es aún mejor. Se puede ahorrar muchísimo dinero compartiendo apartamento entre cuatro o seis».
Pero la novedad que ha encontrado David en su relación con Airbnb es que ahora también lo usa para sus viajes profesionales. «La vida de comercial, de hotel en hotel, es dura a veces. Me alojé por primera vez en un apartamento de Airbnb para un viaje durante una feria en la que no quedaban habitaciones de hotel disponibles en la ciudad. Y me encantó la experiencia. No sé por qué nunca había relacionado mis alquileres de vacaciones con la posibilidad profesional, pero ha sido una buena idea».
David nos cuenta que todos están encantados con la opción, él y su empresa: «Yo, porque tengo un poco más la sensación de estar en casa cuando acabo la jornada laboral. Ceno cualquier cosa delante de la tele, desayuno con calma en pijama, etc. Y mi empresa se ahorra algunas comidas que hago por mi cuenta en el piso y, además, la diferencia de precio que suele haber con respecto a hoteles de negocios».
Solo ve un inconveniente en esta opción, y tiene que ver precisamente con una de las críticas habituales a los pisos de alquiler vacacional: la emisión de factura. «Tengo que asegurarme mucho, contactando antes con el propietario, de que realmente declara el alquiler y puede emitirme una factura que mi empresa pueda presentar como gasto. En una ocasión no lo hicieron y fue un pequeño caos contable en mi compañía».
La propietaria: «Alquilo mi apartamento a través de Airbnb»
Susana (32 años) ha encontrado en Airbnb una forma de complementar los ingresos que le proporciona su trabajo, que no tiene nada que ver con el sector inmobiliario ni con el turístico. Alquila un piso que recibió de una herencia familiar a través de la plataforma y no comprende las críticas que ha recibido muchas veces por ello.
«Heredé de mi abuela un piso de dos habitaciones en una localidad de las afueras de Madrid y, hace aproximadamente dos años, decidí ofertarlo en Airbnb. Hasta el momento, no he tenido más problema que algunos huéspedes no especialmente limpios. Tengo la suerte de que mi trabajo tiene un horario flexible que me permite entrar a preparar el apartamento en los cambios de inquilinos y hacer las entregas y devoluciones de llaves. Y jamás se ha quejado nadie de la comunidad de vecinos de esta práctica», nos cuenta.
Teme las regulaciones que puedan entrar en vigor en diferentes ciudades de España. «Mi piso no está en el centro de Madrid y no se verá afectado por las decisiones que tome su ayuntamiento, pero sí me preocupa que lo que hacen unos acabe afectándonos a todos. En mi piso no hay fiestas ni los huéspedes vienen a turismo de borrachera. Está muy cerca de un polígono industrial y la mayoría de gente que se aloja son trabajadores».
En cambio, cuando le preguntamos por la regulación de su piso con respecto a Hacienda y a su inscripción como vivienda turística, ve diferencias con quienes han convertido Airbnb en su modo de vida. «Yo no tengo una gran empresa con decenas de apartamentos repartidos por todo Madrid. Tengo mi trabajo y esta ha sido la manera que he encontrado de sacarme un dinero extra con un piso que, si no, iba a estar vacío, ya que he tenido malas experiencias con los alquileres a largo plazo. Si la regulación y las consecuencias fiscales van a acabar perjudicándome, echaré el cierre y seguiré con mi vida como antes».
La vecina: «Mi bloque estaba lleno de apartamentos turísticos y tuve que marcharme»
El caso de Patricia (39 años) es justamente el contrario al de David y Susana. Ella no ve ventajas en Airbnb, solo inconvenientes. Y lo hace como parte implicada, pues ha tenido que marcharse de su casa para huir de los alquileres vacacionales.
«Mi situación no ha sido fácil nunca. Soy profesora en un instituto de un pueblo costero muy turístico de Galicia. Desde siempre ha sido difícil conseguir un alquiler, porque a muchos propietarios les compensa más alquilar solo julio y agosto, en negro además, que tener un inquilino todo el año, con mensualidades mucho menores. Pero, desde que llegó Airbnb, todo se complicó más», nos comenta.
Y el gran cambio no estuvo solo en la subida de los precios del alquiler, sino en el perfil del inquilino: «Al menos, cuando se alquilaban los pisos de mi bloque por quincenas o meses de verano, entre particulares, el perfil solía ser de familias o parejas que venían a relajarse a la playa. Con Airbnb se convirtió en turismo de borrachera puro y duro. Supongo que en otras poblaciones no será así, dependerá de la localización del apartamento, pero en la costa, en verano, es un infierno».
Le preguntamos cuáles fueron los puntos determinantes para que tomara una decisión tan radical como embalar sus cosas y marcharse: «Vivía en un bloque de ocho viviendas y las otras siete se convirtieron en airbnbs. ¿Conclusión? Noches enteras sin dormir, para empezar. Y eso que yo tengo la gran suerte de no trabajar en verano, pero mi pareja se fue muchas mañanas a trabajar sin haber pegado ojo por los ruidos de los pisos de alrededor. Orina en los rellanos, llamarnos al timbre por error, carreras por las escaleras de un piso a otro... y hasta miedo a entrar en casa sola en medio de grupos de jóvenes muy pasados de fiesta».
Al final se marchó. De nada le sirvió llamar a la policía local en multitud de ocasiones («venían, la fiesta paraba durante un rato y, al marcharse, vuelta a empezar»), hablar con el propietario («es una empresa que gestiona los siete pisos y tienen todo en regla, por lo que ni siquiera me escucharon») o buscar una solución en su ayuntamiento («no había legislación específica ni parecían demasiado interesados en acabar con lo que para ellos nunca fue un problema»).
Ahora vive en una población cercana a su trabajo, pero en el interior, lejos del bullicio de la zona turística. «No es justo y, en su momento, lo pasé muy mal por ello. Pero ahora me he acostumbrado a tener que coger el coche para ir a trabajar y a disfrutar de las noches en calma». ¿Y con su antiguo piso, qué ha pasado? «Por lo que me han contado, ahora también está en Airbnb, probablemente lo haya comprado la misma empresa que disponía del resto del bloque».
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