Croacia es uno de los destinos mediterráneos más buscados y la culpa la tienen ciudades medievales tan hermosas como Dubrovnik o Split. Son tan cinematográficas y espectaculares que eclipsan a otras maravillas. Es el caso de Rovinj, una pequeña ciudad de la Edad Media en una isla que los expertos viajeros han apodado la 'Pequeña Venecia', pero sin turistas.
Solo unos pocos saben que existe, pero quienes la descubren caen enamorados de su encanto marinero, de sus callejuelas empedradas y de sus fachadas coloridas en tonos pastel. Todo en ella te hace sentir en Venecia, aunque ni siquiera estés en Italia. La razón es sencilla: fue controlada por la República de Venecia desde 1283 hasta 1797 y su arquitectura anclada en el tiempo lo demuestra.

Ubicada en la península de Istria, la huella veneciana se siente muy latente en cada rincón. Especialmente en su casco antiguo, que es todo un viaje en el tiempo. Sus callejuelas y pasadizos cubiertos por arcos son todos en cuesta, conduciendo hacia la iglesia de Santa Eufemia, un templo barroco del siglo XVIII imponente, que domina la ciudad desde lo alto y tiene las mejores vistas al mar Adriático desde el campanario.

El pueblo en sí es una galería de arte. En los detalles históricos, en la arquitectura, en las tiendecitas locales de pinturas y artesanía, en las buganvillas que invaden cada esquina. Todo ello aderezado de olor a salitre fresco y a marisco recién pescado. Es como estar en Venecia, pero antes de la masificación turística.

El puerto de Rovinj sigue siendo el alma de la ciudad, repleto de barcas de pescadores que se mecen en el agua, esperando a llevar turistas, a salir a fanear o, simplemente, descansando en este precioso mar de aguas turquesa. Tampoco podemos perdernos el arco de Balbi de 1679, con detalles venecianos y otomanos que muestran la rica herencia de Rovinj.

Tras visitar sus mercados, sus paseos por la costa y perderse por sus calles laberínticas, otro plan muy diferente es coger un barco a cualquiera de las 14 islas que componen el archipiélago, en busca de algo de desconexión. Muchas de ellas son paraísos naturales deshabitados, como la isla de San Andrés, con sus bosques de pinos y sus orillas de guijarros rojos.
Fotos | @lovelyrovinj.
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