Mi abuelo (al que nunca llegué a conocer) era de Málaga, así que desde siempre había tenido pendiente una visita a esta ciudad andaluza. Además, es uno de esos destinos de los que todo el mundo habla siempre bien y que parece que no puedes morirte sin haber ido, al menos, una vez. Así que el año pasado me fui a pasar un fin de semana largo en primavera, dispuesta a volver maravillada y enamorada. Sin embargo, me pasó un poco como con Toledo... y mi review puede resumirse en un frío: sin más. Pero entraré en detalle para que nadie se ofenda.
Antes de nada, es importante aclarar que yo he vivido gran parte de mi vida en el Mediterráneo. De hecho, el casco antiguo de Málaga me recordó muchísimo al de la ciudad de Murcia, donde nací y crecí. Es normal porque tienen un pasado (con los efectos que ello tiene en la arquitectura), un clima y una flora similares. Así que, sin el factor sorpresa, es normal que el lugar lo tuviera difícil para dejarme sin palabras. Yo sé reconocer que Málaga es una preciosidad, pero no volvería.
Lo que sí me gustó
Del casco antiguo de Málaga, lo verdaderamente destacable, para alguien ya acostumbrado a las peculiaridades de un trazado de calles árabe y a quien no impresionan las iglesias, es la plaza en la que confluyen el Teatro Romano y la Alcazaba. La vista de estos dos monumentos de épocas distintas, uno al lado del otro, es una auténtica pasada. Además, merece la pena hacer una visita guiada para conocer su historia y detalles.
También pienso casi a diario en los espetos de sardina que me comí en la orilla del mar en Málaga. No exagero si digo que es el mejor pescado que he comido en mi vida y, encima, a un precio imbatible... Doy fe de que nadie exagera cuando habla de este manjar malagueño. Mi consejo es que no os dejéis llevar por la lógica de pedir variado y probar varias cosas. Al revés, pedid la menor cantidad de cosas del menú que no sean espetos, que el resto de cosas ya las podéis comer cualquier otro día
Aunque mucha gente hace la cola que haga falta para entrar a La Fundación Museo Picasso y, si tienen tiempo, tampoco se pierden el Museo Carmen Thyssen. El centro cultural que más me gustó y que creo que merece más la pena de la ciudad es el Centre Pompidou, primera sede del Centre Pompidou de París en el extranjero. Eso sí, os tenéis que ir con la mente abierta porque cuenta con exposiciones semipermanentes, que tienen una duración de en torno a dos años y medio, y que suponen un recorrido temático y cronológico por el arte de los siglos XX y XXI.
Lo que me decepcionó
Ahora lo pienso y no logro entender por qué pensé que merecería la pena pagar una visita guiada por el interior de la Catedral de Málaga cuando ni siquiera es gran cosa por fuera. Me consta que los malagueños están muy orgullosos de su catedral manca, y que nadie se ofenda que es solo una opinión. Pero al edificio le falta una de las torres y el techo y se nota. De hecho, curiosamente, que esté incompleta y cochambrosa acaba siendo a la vez lo más interesante por lo anecdótico.
Por otro lado, el Castillo de Gibralfaro fue erigido en el siglo XIV para resguardar la Alcazaba y sus tropas, ubicado en lo alto del monte del mismo nombre. Se ve imponente desde el Teatro Romano, coronando el impresionante paisaje del que hablaba antes. Sin embargo, con verlo desde este spot ya vale realmente. La larga y empinada subida no tiene mucha más recompensa que las vistas panorámicas de toda la ciudad a 132 m. sobre el nivel del mar. Lo demás es andar y más andar por una fortaleza vacía.
Por último, como cualquier playa de ciudad, la costa de Málaga ciudad no es muy buena. No es un baño que quiera repetir ni que haya entrado en mi lista de los 10 mejores de mi vida. Eso sí, creo que sí volvería a la provincia de Málaga a disfrutar el mar de sus pueblos blancos, comprobar si en persona Ronda es tan impresionante como en las fotos o a atreverme con el Caminito del Rey, el desfiladero más largo de España.
Foto de portada | paolotrabattoni.it
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