Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un pueblo pesquero encantador oculto en la Costa Brava, solo disponible a ojos de unos pocos privilegiados. Sus casitas blancas y sus barquitas varadas en la orilla eran una postal marinera de cuento. Perderse en sus callejuelas y ver el atardecer desde su playa era todo lo que estaba bien en la vida. Se llamaba Calella de Palafrugell y lo único que queda de ese precioso pueblo es el nombre.
Como tantos otros pueblos bonitos de España, nos lo hemos cargado a golpe de masificación turística y por no saber parar a tiempo. Calella de Palafrugell ha muerto de éxito, sus calles están reventadas de visitantes y las calas y playas mágicas que lo rodean abarrotadas de sombrillas, toallas y postureo. Y, por ende, todos sus alrededores.

Toda la paz de la playa del Port Bo se ha ido con la corriente. No la del mar Mediterráneo, si no la corriente de turistas ávidos de sol, buen clima y una fotito para Instagram en lo que solía ser el paraíso. Los pescadores que se reunían allí para faenar hace tiempo que desaparecieron.
Por supuesto, esta adaptación al turismo ha afectado de forma radical a los comercios locales. Ya no hay tienditas de artesanía, de pescado fresco o de productos típicos. Han sido sustituidos por cadenas de heladerías, restaurantes con menús carísimos para aprovecharse del bolsillo de los viajeros, viviendas vacacionales y tiendas de souvenirs. El pescado fresco que antes era el mejor manjar del pueblo ahora es un lujo a precio disparatado.

Este boom turístico no solo ha afectado al pueblo y a su playa. También a los espacios naturales colindantes, como el Camino de Ronda. Este precioso paseo entre pinos al borde del acantilado comunica Calella de Palafrugell con algunas de las calas más bonitas de la Costa Brava. Antes era un camino silencioso, apartado y perfecto para desconectar. Ahora no solo hay gente, sino que está lleno de basura que, en la mayoría de las ocasiones, acaba cayendo al mar por el viento.
No es que Calella de Palafrugell se haya vuelto feo, eso es imposible (aunque tampoco hay que retarnos). Es que ha perdido su magia, su encanto, lo que lo convertía en un rincón marinero pintoresco y especial. Mantiene su estética, pero sin la autenticidad local se vuelve otro parque temático mediterráneo más. Y es una auténtica pena.
Fotos | @visitapalafrugell.
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