Vivo en Fuerteventura y sé que toda la costa norte de la isla ha sido invadida por el turismo masivo. Cuesta mucho encontrar rincones que aún conserven esa esencia marinera de la isla. Pero existen, si sabes dónde buscar. Uno de ellos es Puerto Lajas, que siempre pasa desapercibido porque, visto desde la carretera, no parece gran cosa. Es un error de turista, porque esconde preciosidades en su interior.

Para encontrar la magia de Puerto Lajas hay que acercarse a su costa, una playa de arena negra volcánica que contrasta de una forma preciosa con el azul turquesa del Atlántico. Toda ella está rodeada de casas encaladas de pescadores, palmeras y un bar chiringuito al aire libre donde tomar algo mirando el mar.

Este remanso de tranquilidad está para disfrutar de la playa y para pasearlo brevemente. En su mayoría es residencial, con casitas bajas llenas de piteras y su callejón marinero por excelencia, una calle que terminar en la playa y que han decorado con boyas, redes de pesca y cactus. El propio sonido de las olas es su banda sonora y es, para mi gusto, uno de los rincones más auténticos de la isla.

Si sigues todo recto por este pasaje pesquero y dejando el mar a tu espalda, llegarás a la ermita de la Virgen del Pino. Su interior es discreto y muy humilde, pero su exterior, blanco impoluto y con el océano de fondo, te hará sentir en el mismísimo Santorini. Eso sí, sin turistas y masas de gente tratando de hacer la foto perfecta.

Por lo demás, Puerto Lajas es para pasear, desconectar, disfrutar del silencio y de la esencia pesquera en un lugar donde el tiempo parece pasar mucho más despacio. Absorbe toda su energía, déjalo todo como lo encontraste, respeta a los gatitos callejeros que viven allí y a recargar las pilas.
Fotos | @pepatatas, @diferente.playabar.
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