Los amantes del cochinillo asado tienen en esta villa castellana un lugar de peregrinaje obligatorio
Hay pueblos que se visitan por su impresionante naturaleza, otros por el patrimonio arquitectónico histórico que atesoran y también los hay que atraen a los visitantes con su excepcional gastronomía. Es, por ejemplo, el caso de Priego, al sudeste de la provincia de Córdoba o del gallego Betanzos. De hecho, hasta a la ciudad amurallada mejor conservada de Europa le hace la competencia un pequeño destino de peregrinación foodie. Se trata de Arévalo, en Ávila.
Arévalo, además de un humorista y actor del destape, es la segunda población más importante de la provincia de Ávila (después de la capital). Se ubica a 50 km al norte, en el limite entre Segovia; Valladolid y Ávila, y está rodeada por dos ríos que actúan como defensas naturales de la ciudad y que son unas sendas perfectas para pasear.
No obstante, una de las características por las que destaca esta villa es por su arte Mudejar, que combina arte islámico y los estilos románico y gótico. De este modo, encontramos múltiples construcciones como iglesias, la muralla, un puente e incluso el castillo que son mudéjares. No por nada Arévalo está declarado Conjunto Histórico Artístico.
Ahora bien, su gastronomía es la auténtica marca de la casa, siendo el lugar de toda la provincia de Ávila en el que mejor se come. Entre las materias primas de la zona destacan las legumbres de la Moraña, las judías, los garbanzos… Pero hay, en concreto, un plato estrella en este pueblo que no se puede comer en otro lugar. O, por lo menos, no igual de espectacular.
Se trata del tostón de Arévalo, un asado de cochinillo que es ideal para acompañar con un Tinto Ribera del Duero Balbas. La carne se cocina durante una hora y media aproximadamente con la piel, y sazonado únicamente con sola, en una cazuela de barro en el horno.
Recomendamos, en especial, probarlo en un restaurante cuyo nombre ya deja clara su especialidad: El Tostón de Oro. Es un restaurante mítico del lugar que cuenta con una larga tradición familiar, en este momento, la 3ª generación.
No obstante, para el postre los más golosos no se pueden ir del pueblo sin probar los jesuitas y las tortas del veedor. El primero es un hojaldre con crema y piñones. El segundo es de elaboración entretenida y tiene un sabor muy particular y muy fino. Aunque también tienen mucho renombre los rozneques, unos tirabuzones de masa frita duces y anisados.
La tienda especializada de María Teresa de Santos, en los soportales de la plaza del Arrabal desde hace más de 140 años, es un magnífico lugar para llevarse a casa un cargamento. Además, aquí y en otras panaderías tradicionales, se puede encontrar una gran variedad de otros dulces de la zona: mantecados, bollos de aceite y de manteca rellenos de arrope, hojaldres, mojicones... y también las famosas legumbres de Arévalo y otros productos de la tierra.
Foto de portada | Santiago López-Pastor
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