Lo primero que me ha llamado la atención del desfile de Alta Costura de Jean Paul Gaultier ha sido la presencia sobre la pasarela de Eugenia Silva. No me la esperaba. Y la verdad, y obviamente, no desentonaba, Eugenia no será excesivamente alta ni es ya una cría (con Tanya Dziahileva, también presente el el desfile, se lleva ni más ni menos que quince años), pero sigue teniendo tablas.
Jean Paul Gaultier es otro que nunca defrauda. Y es que por algo es uno de los pocos elegidos para crear magia. El enfant terrible de la industria sigue haciendo de las suyas, nadie como él para crear la perfecta simbiosis entre historia de la moda y silueta femenina;
es irreverente, políticamente incorrecto e incombustible ya que no solamente se hace cargo de su propia marca sino que se ocupa también de Hermès, en total: seis colecciones al año, sin perder un ápice de credibilidad y energía.
Gaultier simplemente me encandila, me encanta su descaro, su exquisita desfachatez; es gótico, es victoriano, y sobre todo muy medieval,
muchos momentos del desfile recuerdan ligeramente al otro niño malo de la moda, Alexander McQueen con esos tocados dignos de Philip Treacy pero pero en galo;
e incluso a Thierry Mugler, con siluetas encorsetadas y moños infinitos,
las sirenas ya no están presentes, ahora las musas son unas coloridas heroinas de comic con aires de princesa Leia,
color, volumen, sensualidad y erotismo en su justa dosis y sensacional sentido de la leyenda y la tradición, si en la roja tienen al niño Torres, en la moda, tenemos al enfant terrible: larga niñez a Gaultier y sus épicas fábulas.
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