Muchas veces me gustan colecciones porque son objetivamente ponibles y llevaderas, armoniosas, sencillas, impolutas y fáciles, y otras, porque aunque sean estéticamente imposibles, son un pensado ejercicio artístico o el mejor achivo histórico.
La colección de Michael Kors Pre-Fall 2009, por ejemplo, es bonita ¿o no? Son vestidos que todas nos pondríamos, colores combinables, cortes elegantes, formas clásicas, no hay ningún pero, porque Kors es de la escuela de Carolina Herrera u Oscar de la Renta: ellos hacen ropa para ser vestida. Mejor o peor confeccionada pero siguen una misma línea y cortan por el mismo patrón. Y eso es lo que muchos llaman moda.
Lo que inventaron el maestro Cristóbal Balenciaga, monsieur Christian Dior, mademoiselle Coco Chanel, Jeanne Lanvin y el gran Yves Saint-Laurent, pioneros en su época y abanderados de la estética más exquisita, los mismos cuya figura muchos creen que se ha mancillado dándole un giro de 180 grados a su legado.
¿Pero qué crees tú?
Muchos piensan que cuanto más desconcierta un diseñador, mejor es, y otro creen justo todo lo contrario: que un buen creador, debe ser coherente, al estilo Valentino. En mi opinión, un buen modisto no debe dejar nunca de soprender, sea por la vía que sea. Ese debería ser el mejor medidor.
Y es que la moda es cómo el arte: porque uno no la entienda, no significa que sea peor. Es mucho más fácil amar el Nacimiento de Venus de Boticcelli que la cúpula de la ONU de Barceló, porque hay obras universalmente hermosas y obras feas en las que hay que ir un paso más allá para captar su esencia. Obras preciosas pero vacías, y obras tremendas pero cargadas de significado.
Lo mismo que hay diseñadores que hacen ropa simple y llana, y otros, que experimentan, que juegan, que arriesgan y cuya meta no es lo convencionalmente bonito sino lo inesperado, lo bizarro y lo imprevisto: es un hecho, y no se les puede meter a todos en el mismo saco. Solamente unos pocos tienen el don de combinar las dos técnicas y salir ganando.
Elsa Schiaparelli fue una gran incomprendida en su momento, “la italiana” como la llamaba despectivamente Coco Chanel, fue profeta en el arte del desconcierto; el efecto trampantojo, los motivos geométricos, los camafeos, el rosa shocking y los tejidos experimentales (telas sintéticas), eran su especialidad y la falda-pantalón (toda una novedad para aquella época) y el abrigo-camisa, su herencia “más normal”.
Amante de la obra de Dalí, con el que creó conjutamente una serie de chaquetas y sombreros surrealistas, quiso extrapolar su esencia de “lo absurdo” al mundo de la moda, y siempre defendió que la “belleza artificial”, podía estar por encima de la “belleza natural”. Y lo consiguió. Porque hizo que lo chic dejara de ser exclusiva del “lujo pobre” de Chanel y pasara a serlo su metafísica concepción.
La cosa como véis, no viene de ahora, muchos de los que se llevan las manos a la cabeza al ver lo que hacen conceptualistas como Martin Margiela, Yamamoto, Miyaki o Kawakuwo, desconocen que ya en los años veinte, lo inverosímil estaba a la orden del día, y que ya entonces, se rompieron reglas y moldes, los mismos que ahora permiten que lo que hacen señores como Galliano, Gaultier, Ghesquière, o Theyskens, sea moda “como la copa de un pino”.
Ver 8 comentarios