Que te inviten a los Goya no es algo que suela pasar todos los días, sobre todo si no eres actor y tampoco tienes nada que ver con el mundo cinematográfico. Por eso mismo cuando LG me propuso la idea de asistir como invitado a la entrega de premios del cine más importante de nuestro país no me lo pensé ni un minuto. ¡Suerte que tengo en mi armario un buen esmoquin!, este es justo el momento en el que agradeces el día que pensaste: "Voy a hacerme con uno por si algún día me invitan a un sarao importante".
Pues sí, ese sarao llegó en el 30 aniversario de los Premios Goya y lo cierto es que no lo pude pasar mejor, desde principio a fin fue todo un descubrimiento. El hotel en cuestió está algo retirado de Madrid, si efectivamente, cuando buscas en "Google Maps" la dirección y crees que se equivoca pero en realidad no, en este caso tenía razón. Justo al lado del aeropuerto, todavía me pregunto si a Victoria Abril la despeinó un avión antes de entrar a posar a la alfombra roja.
Una alfombra roja que cuenta con 30 metros de longitud pero que a los periodistas que la cubrieron les seguía pareciendo pequeña debido al gran número de medios (nacionales e internacionales) acreditados que hay en esta noche tan especial. El photocall con un timming muy ajustado y con más tiempo para las estrellas que más brillan y algo menos para las que están alrededor, aún así mucho espacio para fotografías y sobre todo para modelitos de todos los tipos, qué os voy a contar que no hayáis visto ya.
Tras el control rutinario de seguridad (DNI imprescindible) me siento en mi butaca, en el pasillo central, perfecto para cotillear todas las bajadas de las celebrities. Paz Vega fue la más generosa, en cuanto a centímetros se refiere, con 16 en sus zapatos plateados, ¡todo un despropósito! Y sino que se lo cuenten al azafato que le tuvo que ayudar a subir y bajar para entregar el premio (otro Goya para él por la paciencia, sin duda). Otras tenían más soltura con las alturas pero complicaciones por la estrechez del vestido, el caso de Nieves Álvarez y su Georges Chakra Alta Costura.
Luego están los momentos para recordar, sobre todo cuando vi a tan solo cinco centímetros de mí a Penélope Cruz y su aura de estrella de Hollywood, que es distinto al de las demás. No me pude resistir y me salió la vena abuelil y dije (un poco más alto de los normal) a mi compañero de butaca: "¡Qué guapa!". Ella se giró, me preguntó: "¿Si?", yo afirmé y concluyó diciéndome: "Gracias". Pues si, estas cosas hacen ilusión la verdad. También para no olvidad son los tambores de Calanda, que me hicieron saltar de la butaca cuando comenzaron a tocar sin previo aviso aquellos majestuosos instrumentos o la emocionante ovación que recibió Mariano Ozores por su Goya honorífico.
En cuanto a la gala comentaros poco más de lo que pudisteis ver, los puntos de mala educación del presentador Dani Rovira, los shows un tanto trasnochados (a excepción de Bibiana Fernandez vestida de Vicky Martín Berrocal) y los flojitos trucos de magia de Jorge Blas. Quizás lo más interesante es ver cómo los actores y actrices van y vienen durante toda la noche ayudados por la organización para entregar y recoger premios, todo al detalle.
Para terminar (o sino esta crónica será más larga que la gala) contaros que la fiesta post-gala es algo "casposa" con manteles de color blanco y globos plateados y azules colgando de ellas (muy boda del 2000). Destacable es también que vayas a pinchar un trocito de tortilla y te encuentres la mano de Tim Robbins o la de la mismísima Juliette Binoche (por cierto, muy rotunda en sus andares) picando lo mismo que tú. Muchas gracias LG por hacerme pasar un rato estupendo, ojalá volver pronto.