Si hay algo que sabemos sobre las dietas es que ninguna de ellas funciona. Para empezar, la mayoría nos obligan a restringir una gran cantidad de alimentos, nos hacen pasar hambre, no nos enseñan patrones de alimentación saludables y son imposibles de mantener al largo plazo.
¿Significa esto que no podemos adelgazar y mantener un peso saludable para siempre? Sí que podemos, pero para ello tenemos que cambiar nuestros hábitos de alimentación. Y esto no solo quiere decir que tengamos que cambiar lo que comemos - que solemos necesitar hacerlo -, sino también cómo comemos.
Qué es la alimentación intuitiva
La alimentación intuitiva no se basa en reducir nuestro número de comidas o en restringir alimentos, sino en alimentarnos escuchando a nuestro cuerpo. Especialmente, se trataría de escuchar las señales de hambre y saciedad que nuestro cuerpo nos manda.
Y es que, en ocasiones, comemos por los ojos. Es decir, si algo nos resulta apetecible, nos lo comemos independientemente de si tenemos hambre o no. Comemos cuando estamos triste, estamos estresados o aburridos. Es más, en numerosas ocasiones seguimos comiendo aunque estemos llenos únicamente porque la comida está buena.
Esto acaba, muy a menudo, con nosotros encontrándonos mal, demasiado llenos y pesados. Y, sin embargo, no dejamos de hacerlo. Comer cuando no sentimos hambre o seguir comiendo más cantidad de comida cuando ya estamos llenos, supone ingerir una gran cantidad de calorías que no son necesarias e impactarán en nuestro peso.
La idea detrás de la alimentación intuitiva es alejarnos de esto, escuchar a nuestro cuerpo y aprender a entender las señales que nos envía, para poder reconocer cuando tenemos hambre de verdad, cuando se trata de un hambre emocional provocado por otras emociones y cuando estamos saciados.
La importancia de lo que comemos
En cualquier caso, que comamos de manera intuitiva y atendiendo a nuestras señales de hambre y saciedad, no implica que todos los alimentos sean igualmente saludables y buena idea.
Lo ideal sería que, cuando elijamos alimentarnos en base a nuestras sensaciones de hambre y de saciedad, también tengamos en cuenta qué alimentos nos hacen sentir mejor y nos cuidan por dentro y por fuera.
Por ello, es importante que nos alejemos de alimentos ultraprocesados, azúcares añadidos y grasas trans, que afectan a nuestra salud, nos hacen sentir más pesados y no ayudan a nuestra sensación de saciedad. Además, perjudican nuestra salud e, incluso, se notará en nuestra piel y en nuestro cabello.
Cómo aplicar la alimentación intuitiva
Come solo cuando tengas hambre
Para poder hacer esto tendremos que ser capaces de reconocer cuándo tenemos hambre real y física y cuando solo sentimos ganas de comer porque nos ayuda a tapar otras emociones (la tristeza, el aburrimiento, la ansiedad, etc.).
Para ello, es importante que trabajemos en nuestra persona y dediquemos tiempo a conocer y reconocer nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestros hábitos. Si cuando sentimos hambre esperamos un rato e intentamos entretenernos con otra cosa, sabremos si el hambre es real o no. Si después de un rato de estar entretenidos nos olvidamos del hambre, lo más probable es que fuera emocional y no necesitáramos comer.
Prestar atención a la saciedad y ser capaces de parar
Es interesante que comamos despacio y fijándonos en cómo se siente nuestro cuerpo. Lo ideal es que paremos de comer cuando nos encontremos satisfechos, pero antes de llegar a sentirnos completamente llenos o demasiado pesados.
Disfruta de lo que comes
Tanto si te estás alimentando con comida muy saludable, como si un día decides darte un capricho y comer una hamburguesa o un trozo de pizza, es importante que no comamos por comer, sino que lo disfrutemos. Esto implica que dejemos a un lado las culpas o las preocupaciones de si vamos a engordar o no.
La comida es un placer toda ella. Por ello, tomarnos el tiempo para apreciar los sabores, los olores, etc., nos ayudará a comer de manera más saludable. En ocasiones, cuando comemos por comer, perdemos esa parte de disfrutar y apreciar lo que nos metemos en la boca.
Cuando comemos porque tenemos hambre real, y nos paramos a fijarnos en cómo huele y sabe lo que comemos, lo disfrutamos y apreciamos muchos más. La comida sabe mejor y nos sienta mucho mejor, porque realmente la necesitamos.
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