No se trata de ningún tratamiento revolucionario, ni de que nos sometamos a ningún tratamiento especial o cambiemos nuestro estilo de vida tan siquiera… Estamos hablando simplemente de un cambio radical de actitud. ¿Y si esa actitud fuera determinante para que en el futuro la autoestima de nuestras hijas no dependa de unas arrugas más o de unas estrías?
Vivimos en un mundo completamente obsesionado por el físico. Tan obsesionado que a veces tengo la impresión de que otras virtudes, como la inteligencia, la simpatía o la bondad, ya no sirven para nada, que lo único que importa es ser guapo o no.
Y lo peor: cada vez nos preocupa nuestro aspecto desde más temprana edad. Personalmente se me ponen los pelos de punta cuando escucho a una de mis hijas quejarse porque tiene un poco de barriguita o preocuparse por el qué dirán los demás niños de la clase porque el oftalmólogo ha decidido que necesita gafas.
Por favor: son sólo niñas. Deberían preocuparse por jugar y pasarlo bien, no por su aspecto. Y las barriguitas infantiles son monísimas. Y perfectamente normales.
Pero entonces recuerdo que mis hijas están acostumbradas a verme quejarme de lo mucho que me cuesta perder esos kilitos de más, de lloriquear frente al espejo porque tal o tal cosa no me quedan bien, a analizar exhaustivamente cada arruga y cada cana que me sale y a darle vueltas al tema durante horas con cada fémina con la que me cruzo.
Presión por la perfección física... ¿es sólo del exterior?
Y me doy cuenta de que en parte yo soy responsable de esa presión que ya existe sobre ellas. Que son testigos diarios de mis inseguridades, que beben de mi autoexigencia y que dan por normal que yo me pase el día criticando cosas de mí misma. Sí, yo. No son sólo los anuncios, ni los medios de comunicación, ni Youtube. No hace falta que mis hijas vayan muy lejos para recibir una buena dosis de la obsesión que nos afecta a todos.
¿Fue igual cuando nosotras éramos pequeñas? ¿Existía esa presión tan brutal en la generación de nuestras madres? ¿De niñas nosotras nos preocupábamos tanto por nuestro aspecto? Yo no lo recuerdo así. Sí recuerdo que mi madre hacía dietas de vez en cuando (somos una familia con tendencia a coger kilitos de más) y que se limpiaba el cutis una vez al mes o iba a la peluquería a darse mechas. Pero no recuerdo a mi madre obsesionada por mantener la misma talla después de los partos, ni intentando aparentar diez años menos todo el tiempo,...
Eso no quiere decir que nuestras madres no estuvieran estupendas y fueran atractivas, pero lo eran a su modo, en su estilo, para su edad. No pretendían ser algo que no eran. Ni nadie se lo exigía, claro.
Y sin embargo, nosotras hemos asumido ese imposible como algo que forma parte de nuestra normalidad. Que es normal no tener arrugas pasados los cuarenta. Que es normal mantener la misma talla después de varios partos. Que es normal querer tener unas piernas libres de celulitis, unos brazos tonificados y un estómago firme según pasados los años. En contra de la Ley de la Gravedad.
Pero no. No lo es. En absoluto.
Aceptemos que lo imposible no es posible.
Cuidarse y querer verse bien es una cosa. Obsesionarse con imposibles es otra bien distinta. Querer ser bella pasados los cuarenta y cinco es estupendo. Querer no tener arrugas pasados los cuarenta y cinco es una quimera. Mantener nuestra figura sin cambios a través de las décadas es imposible. Y lo sabemos. Entonces ¿por qué nos obsesionamos con conseguirlo? ¿Por qué nos dejamos tanto esfuerzo, tanto dinero, tantas lágrimas en ser lo que no somos?
He llegado a la conclusión de que tenemos que hacernos un favor, ya no sólo por nosotras mismas sino por nuestras hijas. Tenemos que aceptar que cuidarnos no es lo mismo que obsesionarnos con convertirnos en algo que no somos. Porque al fin y al cabo eso significa que no nos queremos.
Si queremos que el día de mañana nuestras hijas no tengan que preocuparse por sus arrugas el cambio debe empezar por nosotras. Un cambio de actitud es fundamental si queremos que en el futuro no repitan nuestros comportamientos. Si queremos que sean más felices, más libres, más auténticas… con arrugas o sin ellas.
Fotos: Unsplash.com, Pixabay.com
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