Es hora de romper con ellas para impedir que afecten a nuestra autoestima y relaciones, y pongan freno a nuestro desarrollo personal
Crecer en una familia disfuncional no sólo genera problemas en la infancia. Cuando somos adultos, y pensando en que lo que aprendemos de niños es el reflejo de nuestra personalidad en la vida adulta, podemos tener algunas creencias limitantes de las que ni nos damos cuenta. Es posible que hayas adoptado ciertos patrones de pensamiento que no te hacen ningún favor.
Según el psicólogo Bernardo Peña, una familia disfuncional es aquella que “no es capaz de proveer lo necesario para que los hijos crezcan sanos, tanto física como emocionalmente, y felices”. Hablamos de violencia intrafamiliar y manipulación, pero también de familias conflictivas, padres demasiado permisivos que malcrían a sus hijos, padres demasiado autoritarios y hasta de problemas de comunicación, empatía o falta de inteligencia emocional. La buena noticia es que nuestro pasado no tiene porqué determinar nuestro futuro ni afectar a nuestra autoestima. El primer paso para evitarlo es identificar las creencias que podemos haber desarrollado si hemos crecido en una familia disfuncional.
Tengo que arreglarlo todo
Como explica la Dra. Annie Tanasugarn en Psychology Today, cuando tienes unos padres incapaces de hacer una buena gestión de sus emociones, es posible que te hayas visto forzado a asumir un nivel de responsabilidad mayor del necesario para tu edad. Terminas creyendo que tienes que arreglarlo todo, desde resolver los conflictos familiares hasta incluso hacerte cargo de otros aspectos de tu familia como el cuidado de hermanos menores o solucionar los problemas de los demás. Spoiler: es inviable hacerlo y además resulta mentalmente agotador intentarlo.
No significa que no asumas responsabilidades y trabajes para resolver tus conflictos. Significa que no puedes cargar con todo ni controlarlo todo. Esa excesiva responsabilidad es un comportamiento típico si creciste con padres inmaduros, pero puede darse también en otros tipos de familias disfuncionales.
He normalizado patrones familiares que no son saludables
Cuando creces en una familia disfuncional terminas por normalizar ciertos patrones que se producen y hasta les restas importancia. Te pongo un ejemplo: tu hermano hace una “broma” sobre tu vida sentimental y tu familia se ríe. Tu padre te “recuerda” de una forma que parece amable que te equivocaste al elegir carrera y el resto asiente. Tu madre critica constantemente las decisiones que tomas porque “lo hace por tu bien”. Aunque pensemos que son situaciones normales, el menosprecio o rechazo constante pueden generar sentimientos de incompetencia, baja autoestima y hasta ansiedad.
Aunque hayamos normalizado esos comportamientos, la psicóloga Rosario Linares afirma que tenemos que reflexionar sobre cómo nos sentimos cuando pensamos en nuestra familia. Si nos hace sentirnos respaldados y sabemos que nos van a apoyar y ayudar cuando lo necesitemos, aunque no compartan nuestras decisiones, o si por el contrario “sentimos que no formamos parte de ella, o que no nos aceptan ni apoyan, incluso sentimos que nos dan más problemas que ayuda”. Si estamos ante el segundo caso, es posible que hayas llegado a normalizar actitudes dañinas. No se trata de ser perfectos porque ninguna familia lo es, pero sí de comprender y aceptar que ciertos patrones tóxicos no son normales. Abandonar esta creencia es el primer paso hacia relaciones más saludables y un mayor bienestar.
Tengo evitar el conflicto
Existe un término que se ha puesto de moda recientemente y que según Hailey Magee explicaba en el podcast HBR IdeaCast de Harvard Business Review es “el acto de poner las necesidades, sentimientos, deseos y sueños de los demás en primer lugar, a expensas de las propias necesidades, sentimientos, deseos y sueños”. Se le llama people pleasing y no se trata de ser amable y generoso, “sino de sacrificarse a uno mismo en el proceso”.
Cuando crecemos en un ambiente en el que el conflicto mal resuelto es habitual, podemos desarrollar la creencia de que lo mejor es evitarlo para mantener la paz y convertirnos en pacificadores, en personas complacientes (people pleasing) que evitan el conflicto a toda costa sin entender que este es necesario y práctico en cualquier relación. Cuando aprendemos a discutir bien, y aprendemos a manejar los conflictos correctamente, conseguimos que aumente la comprensión y mejore el vínculo en nuestras relaciones. Aceptar un conflicto de manera saludable significa expresar los sentimientos y necesidades de manera asertiva, escuchar las perspectivas de los demás y trabajar para lograr una resolución que respete a todas las partes involucradas.
Mostrar emociones es un signo de debilidad
No llores por tonterías. Deja de montar un numerito, me estás avergonzando. Van a pensar que eres un gallina si sigues comportándose así. Los chicos no lloran, son fuertes. ¿Reconoces alguna de estas frases? Si en tu familia se ha castigado la manifestación de las emociones, es más que posible que ahora creas que mostrarlas es un signo de debilidad. Sin embargo, son muchas las investigaciones psicológicas que demuestran que expresar y gestionar las emociones es señal de fortaleza mental y resiliencia.
La alexitimia, la dificultad para expresar y entender las emociones, puede tener su origen según los expertos en un entorno en el que la expresión emocional es desalentada o no reconocida, aunque las normas culturales y sociales también pueden influir. Según la psicóloga y directora de Trendencias Iria Reguera, “no hay emociones negativas o positivas. Todas ellas son emociones, todas ellas son válidas y ninguna de ellas es evitable”, y está comprobado que reconocer y validar nuestros sentimientos puede conducir a una mejor salud mental, mejores relaciones y bienestar emocional general. Por el contrario, reprimir las emociones pensando que son un signo de debilidad puede causar angustia, estrés e incomodidad, y por supuesto, pueden ser un impedimento para conseguir tener relaciones sanas cuando somos adultos.
Estoy solo en esto
Haber crecido en una familia disfuncional puede hacernos creer que estamos solos. Llegas a pensar que eres el único que ha pasado por esto, sin embargo hay millones de personas que han tenido experiencias similares, por eso los grupos de apoyo funcionan tan bien. Brindan la oportunidad para que las personas compartan experiencias y sentimientos personales y estrategias de afrontamiento y al hacerlo y ver que no solo ellos pasan o han pasado por lo mismo, el aislamiento se reduce.
Pensar que estamos solos nos impide en muchos casos pedir ayuda, igual que el pensamiento de que la vulnerabilidad no es un signo de debilidad. Mostrarse vulnerable no hará que la gente te vea como menos de lo que eres, ni tampoco que se aprovechen y aunque pedir ayuda puede dar miedo, es el primer paso para eliminar esta creencia limitante y que la soledad no se convierta en un problema.
Debo ser perfecto
Según el psicólogo Jonathan García-Allen, el perfeccionismo, “Síndrome del Perfeccionista” o “Trastorno Anancástico de la Personalidad”, puede ser causado por crecer en un ambiente en el que se reciben elogios constantemente, ser humillado durante la infancia de forma continuada o ser hijos de padres perfeccionistas entre otras causas, que se engloban en ese concepto de familia disfuncional del que hablamos.
La psicóloga Alice Miller, afirma en ‘El drama del niño dotado', que esta creencia puede “llevar a una desconexión con nuestro verdadero yo, generando sufrimiento emocional en la edad adulta”. El perfeccionismo extremo puede ser consecuencia de haber crecido en una familia disfuncional, por ejemplo con padres excesivamente exigentes. Si se mantiene la creencia de que debemos ser perfectos para gustar a todo el mundo, corremos el riesgo de sufrir ansiedad, estrés y miedo al fracaso en el ámbito personal y profesional.
Es de mi sangre, tengo que quererlo
La presentadora y licenciada en Derecho Inés Hernand contó en el programa de Jesús Calleja que lleva desde los 25 años sin saber nada de sus padres. Afirma que que no tiene relación con sus padres por problemas que considera estructurales y que la mala relación con sus padres le ha dejado varias secuelas traumáticas por las que va a terapia: "Me afecta con una ristra de relaciones tóxicas a consecuencia de unas carencias afectivas. Acabas, al final, saliendo con la primera persona que te quiere, porque no te han querido".
Lamento decirte que compartir sangre solo nos hace parientes y no familia. El amor recíproco no entiende de genética y es algo que se crea, se alimenta y se cuida, tanto con una buena relación como con el respeto por la individualidad del otro. Y si no existe porque has crecido en una familia disfuncional, no pasa nada. Puedes encontrar a familia en tus amigos o tu pareja.
No merezco que me quieran
Crecer en una familia disfuncional puede llevarte a creer que no eres digno de amor. Es quizá una de las consecuencias más tristes. Como bien explican los psicólogos de Cepsim Madrid, “son personas que no se creen merecedoras de afecto por los demás, que no son valiosas, ni dignas de que los demás les quieran”. ocurre, por ejemplo, si crecemos sin que nos presten atención o nos muestren afecto, y también si el niño crece en un ambiente de abuso y maltrato. Es fácil que los mensajes o acciones negativas de nuestra familia los integremos cuando se repiten de forma constante, llegando a generar esa creencia de que no mereces amor y respeto.
Te diré algo: tu valor no se define por las acciones de los demás ni depende de alcanzar estándares imposibles. Mereces ser amado y respetado por quién eres, y con todo lo que tengas, bueno y malo. Abandonar esta creencia y practicar la aceptación de tu propia persona, te permitirá tener relaciones más sanas y menos dependientes.
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