La gente que fue “malcriada” en su infancia suele mostrar estos siete rasgos cuando son adultos, según la psicología

Algunos de estos comportamientos son sinónimo de una falta de inteligencia emocional que provoca un grave impedimento para tener relaciones saludables

Tengo una vecina con niños pequeños a la que oigo constantemente si están las ventanas abiertas. Ayer mismo le decía a su hijo que no fuera malcriado, que no podía tener todo lo que se le antojase y eso me hizo preguntarme lo que significa “malcriar” a un niño y si hacerlo, tiene repercusiones en su vida adulta. La respuesta corta es que sí, porque todo lo que los niños aprenden y viven siendo pequeños, moldea su futura personalidad.

Según los expertos de Rincón de la Psicología, los niños malcriados tienen un comportamiento egocéntrico e inmaduro con una gran falta de consideración hacia los demás. Muestran “una actitud prepotente, demandante y egocéntrica” que les impide “relacionarse de manera asertiva con los demás”. Y para sorpresa de nadie, no nacen siendo malcriados, los padres les convertimos en ello. Debido a la falta de límites apropiados para la edad establecidos por los padres, los niños malcriados terminan desarrollando algunos rasgos comunes que se manifiestan en la edad adulta.

Son intransigentes

Una persona que fue malcriada de pequeña se cree con todos los derechos y sin muchas responsabilidades más allá de su propia felicidad. Se convierten en adultos intransigentes que no están dispuestos a ceder, ni cambiar su posición para llegar a un acuerdo o arreglar un problema, porque siempre esperan que las cosas salgan como ellos quieren, cuando ellos quieren y en los términos que ellos quieren. Es más, tienden a pensar que las cosas suceden o deberían suceder como ellos quieren simplemente porque sí, como explicaba la psicóloga especializada en psicología positiva Reena B. Patel a Parade.

Tienen pocas habilidades de comunicación

Si hacemos creer a un niño que en su entorno todo se hace acorde a sus preferencias y necesidades, estamos haciéndole un flaco favor a sus futuras habilidades de comunicación. Y no solo expresándose, sino también escuchando. Como padres hay que enseñarles a prestar atención y considerar que la forma en que dice las cosas puede afectar negativamente a los demás.

Por encima de los deseos del niño, hay que enseñarle algunas habilidades de comunicación para que escuche y sea escuchado. Practicar la escucha activa y la asertividad con ellos. Si de pequeños no aprenden eso, “pueden convertirse en adultos maleducados a los que no les importa ni tiene en cuenta cómo hace sentir a los demás sus palabras” como explica la Dra. Denitrea Vaughan, supervisora ​​de Thriveworks y psicóloga experta en relaciones. Se vuelven exigentes comunicativamente hablando y poco dados a escuchar a los demás.

Son egoístas

Empezaremos por decir que el egoísmo es una conducta natural que forma parte del desarrollo evolutivo normal del niño y que supera en torno a los 6 años según los expertos. Pero si pasado ese tiempo el niño sigue reticente a compartir sus juguetes, se niega e incluso exige que los demás compartan con él, tenemos un problema que se materializa con el egoísmo en la edad adulta. Es quizá el rasgo más común que tienen los adultos que de niños eran malcriados. Como explica Patel, en la edad adulta "se centran en lo que les funciona y lo que es mejor para ellos y no suelen tener en cuenta las preferencias o los sentimientos de quienes los rodean".

No son empáticos

Como resultado de una actitud egoísta, es común que la empatía no se desarrolle y brille por su ausencia, y en eso también tiene mucho que ver que los niños hayan aprendido o no cómo comunicarse de forma asertiva. Vaughan asegura que "cuando no sabes cómo comunicarte y no te han desafiado a lidiar con el conflicto, careces de la capacidad de tratar de entender las cosas desde la perspectiva de otra persona". No somos capaces de ponernos en la posición de otra persona porque pensamos que la nuestra es la única postura válida.

Son impulsivos

Cuando los niños aprenden a llorar y calmarse, a frustrarse y a manejar lo que les ocurre de una forma autónoma, aprenden a gestionar sus emociones. En cambio si siempre les damos lo que piden al primer llanto, estamos impidiendo que desarrollen su inteligencia emocional. Además, no consiguen aprender lo que es la gratificación diferida, la capacidad de posponer una recompensa presente por una mayor en el futuro y al no tenerla nos encontraremos con adultos demasiado impulsivos a la hora de tomar decisiones.

No tienen autodisciplina

De nuevo volvemos a la inteligencia emocional y en este caso a la importancia que los límites tienen en su desarrollo. Los límites sirven como estructura, y una crianza permisiva que los malcría, carece de ellos. Vaughan asegura que cuando no existieron reglas ni límites, o no se hicieron cumplir lo suficiente, la autodisciplina no existe ni cuando son pequeño ni siendo adultos. Son personas a las que les cuesta, por ejemplo, llevar una alimentación saludable o cumplir con las exigencias de un trabajo como explica la experta.

No saben gestionar los conflictos ni discusiones

Si de niño siempre te han hecho creer que tenías razón o si siempre te has salido con la tuya siendo un crío, ¿qué te hace pensar que tus expectativas cambiarán cuando eres adulto? Cuando creces, quieres lo mismo: ganar siempre, llevar razón en todo y que el resto te baile el agua. Sin duda es un problema enorme para mantener relaciones saludables porque "no has aprendido a gestionar los conflictos y los desacuerdos de manera eficaz” según Vaughan. Además, si a los niños malcriados se les dice "sí" la mayor parte del tiempo aunque la respuesta inicial fue "no", se convierten en adultos inflexibles lo que tampoco facilita que una discusión sea productiva.

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