"¿Has sido bueno este año?" es la pregunta del millón de cada Navidad. Una frase que hemos escuchado hasta la saciedad desde que recordamos y de la que poco se habla. Quizá porque nunca le hayamos dado importancia, porque la tenemos tan interiorizada que nos parece algo de lo más normal...
Pues bien, según concluyen los expertos en psicología infantil, esta frase, junto con otras tipo "si te portas mal te llevará el hombre del saco" o "si te portas mal la policía te llevará a la cárcel", suenan a una especie de mecanismo de adiestramiento que hemos de desechar en la manera de educar a nuestros hijos y te contamos por qué.
"Siempre que escucho o leo esta pregunta me viene la misma respuesta: ¿Qué niño no lo es? Los niños son buenos por naturaleza, no hay niño malo. Lo que sí hay son niños etiquetados en una conducta", expone Patricia Valseca Marques, experta en psicología infantojuvenil.
Le viene a la mente un momento con su hijo. Iban de camino al colegio, cuando le preguntó: "Mamá, ¿por qué dicen que si te portas mal Papá Noel te traerá carbón si eso no es verdad?". "Tenía que darle una respuesta rápida", nos confiesa la experta, pero que explicase aquello que él necesitaba saber: "Le hablé de cómo, a veces, los adultos nos equivocamos y decimos cosas que no son ciertas porque las hemos aprendido y nos limitamos a repetirlas sin pararnos a pensar que quizás no son así".
Esta historia nos sirve de contexto para preguntarnos qué existe detrás del mal comportamiento de un niño. "Siempre hay un mensaje a descifrar, una creencia errónea que al niño le gustaría contar", matiza Valseca.
Las creencias que los niños elaboran son su interpretación de la realidad
La experta, especializada en educación infantil, insiste en que los niños son las personas más vulnerables y, movidos por esa necesidad de dependencia de su figura adulta de referencia, necesitan pertenecer, sentir conexión con ese otro; se construyen a través de nuestra mirada.
Nos recuerda que los niños están constantemente haciéndose preguntas y, a través de las relaciones que viven, se van contestando a sí mismos a preguntas como: "¿Quién soy? Soy bueno, soy malo, soy adecuado, soy inadecuado, soy capaz, incapaz... ¿Cómo son las personas que me rodean? Son buenas, son agradables, me dan miedo, me gritan, me regañan... ¿Cómo es el mundo? ¿Es un sitio seguro? ¿Es peligroso?"
A través de esas observaciones, interpretaciones y creencias, el niño toma la decisión sobre lo que necesita para pertenecer y ser importante. En definitiva, las creencias que elaboran son su interpretación de la realidad.
"Para que os hagáis una idea, imaginaos un iceberg, en el que el 20% está por encima de la superficie del agua y el 80% restante bajo ella. Pues bien, lo que nosotros siempre tenemos en cuenta del niño es el 20% que corresponde a la toma de decisión o comportamiento ignorando el 80% que corresponde a la percepción, interpretación y elaboración de una creencia", apunta la psicóloga. Nos cuenta que, cuando como adultos sólo nos fijamos en ese 20%, no solamente nos estamos perdiendo gran parte de la información y de cómo llegar a ellos, sino que estamos utilizando un mecanismo en el que sólo tenemos en cuenta la conducta ocultando realmente a la persona.
Así, informa que los niños pasan a ser víctimas, sin darnos cuenta de un mecanismo de adiestramiento en el que la pertenencia se reduce a comportamientos adecuados o esperados para el adulto.
"Es curioso observar cómo en la sociedad actual, desde el momento en que sabemos que vamos a ser padres, nos ponemos a recopilar información referente a este gran acontecimiento en nuestras vidas", asegura. De este modo, libros de pediatras, psicólogos u otros profesionales se convierten en nuestra inspiración.
No hay ninguna duda de que queremos ser los mejores padres. Queremos ser respetuosos, pero cuando nos enfrentamos a nuestro día a día, a una situación delicada o tensa, finalmente salta el automático, que está directamente conectado con nuestros instintos o necesidades y brotan nuestras emociones más primitivas. "Terminamos desconectando de nosotros mismos y olvidando a quién tenemos enfrente y surgen los gritos, las amenazas, los chantajes, los castigos. Cuando ocurre este caso, los adultos ya no damos ejemplo de sumisión o disciplina y tampoco proporcionamos a los niños ocasiones de aprender responsabilidades o motivación", añade.
Nuestros hijos necesitan que conectemos, hablemos y juguemos con ellos
Para la gestión de los cambios, no sólo es suficiente con "querer", éste está directamente relacionado con "creer", pero para poder "querer" y "creer" se requiere de una fuerza mayor... y depende de la lucha que mantenemos con nuestro tirano interior, ese que alimentamos de automatismos, creencias y memoria emocional.
Se requiere pues, no sólo de una caja de herramientas o de pautas que nos ayuden al cambio en nuestra forma de educar, también de un desbloqueo. Es decir, mirar a nuestros hijos con una mirada incondicional.
"Lo que nuestros hijos realmente necesitan es que conectemos, hablemos y juguemos con ellos. La conexión es la verdadera necesidad del ser humano. En ocasiones, como desgraciadamente no tenemos todo el tiempo que nos gustaría para estar con nuestros hijos, ponemos en marcha el mecanismo inconsciente de inundarlos de regalos para suplir esas carencias emocionales y de tiempo", sentencia Patricia Valseca Marques.
Fotos | Love Actually
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