Lo que vivimos en nuestra infancia afecta a lo que somos como adultos, y la pobreza infantil, los escasos recursos y las dificultades, también son culpables de que hayamos desarrollado ciertas habilidades
Muchas experiencias que vivimos durante los primeros años de vida, tienen efectos a largo plazo. Un claro ejemplo de esto son los traumas que, como explicaba el psicólogo Manuel Hernández Pacheco a Infosalud, nos acompañan en nuestra edad adulta. “Aunque seamos adultos, aún conservamos dentro de nosotros un niño que ha sufrido miedos, o inseguridades, por ejemplo. Ese niño sigue con nosotros, y si esos traumas que no se han superado seguirán afectándonos en nuestra vida adulta”, explicaba el experto.
Crecer en la pobreza es otro ejemplo. Cuando somos criados en un entorno pobre, éste puede moldearnos de manera profunda y dejar huellas que duran toda la vida. Hasta puede llegar a cambiar nuestro cerebro. España es el país de la Unión Europea con la tasa de pobreza infantil más alta según el último informe de UNICEF España: Pobreza infantil en medio de la abundancia. El 28% de los niños y niñas se encuentran en situación de pobreza. Esos datos, alarmantes, tienen consecuencias en la salud, la educación y hasta a nivel social y emocional, como explican desde Unicef.
La pobreza, o la escasez de recursos, puede ser la causa o la consecuencia de que se desarrollen comportamientos que nos acompañan cuando somos adultos. Cuando un niño crece con menos recursos, no hace falta que sea en la pobreza extrema sino con dificultades, puede llegar a desarrollar ciertos rasgos que nos acompañan en la edad adulta.
Dan valor a la sencillez
Mi madre creció en una época complicada en la que la pobreza era algo habitual. Eso le ha hecho ver el valor de la sencillez y ante los lujos que ahora podría permitirse, siempre escoge la practicidad. El hecho de que siendo niña tuviera lo justo, y en ocasiones ni eso, ha hecho que ahora valore mucho más lo que tiene. Y no, no queremos romantizar crecer en la pobreza ni mucho menos. Como bien explicaba el filósofo Francisco Checa “El empobrecimiento, en suma, no es bello en ninguna parte, ni en ningún momento. La pobreza no es ética ni estética”.
Este rasgo, de hecho, puede enseñarse a un niño sin que le falte un vaso de leche que llevarse a la boca. Por ejemplo, es conveniente evitar el síndrome del niño hiperregalado ya que, aunque tengamos recursos suficientes para darle a nuestros hijos decenas de regalos, el exceso sobreestimula a los niños y reduce su nivel de tolerancia a la frustración, y como bien apuntaba María Gómez, terapeuta infantil, limita su fantasía, su pérdida de ilusión y desarrolla antivalores que puede provocar en ellos comportamientos egoístas y consumistas.
Desarrollan el ingenio
Hay un famoso refrán español que asegura que “El hambre agudiza el ingenio”. Ojalá ese ingenio no tuviera que cultivarse por necesidad. Cuando era niña, mi padre nos arreglaba los juguetes que se nos rompían en lugar de comprarnos otros. Mi madre hacía cocido y de una sola comida sacaba varios platos de aprovechamiento como las croquetas o la ropa vieja.
Esas vivencias me enseñaron que es posible arreglárselas con lo que ya tenemos, que siempre podemos aprovechar un poco más de alguna forma y que con algo de imaginación (y de ingenio) podemos alargar la vida útil de lo que tenemos sin entrar en un bucle de consumismo que nos devora.
El ingenio se relaciona con la imaginación a la hora de resolver problemas de la vida cotidiana y lo cierto es que da igual que tengamos o no recursos porque esto lo podemos enseñar y cultivar en los niños aún teniendo seis ceros en nuestra cuenta del banco. Lo más sencillo es, por ejemplo, reducir el número de juguetes con los que nuestro hijo puede jugar. Según Psychology Today, “Si hay menos juguetes, los niños juegan con ellos por más tiempo y de manera más imaginativa”. Menos juguetes, más ingenio.
Son empáticos
Este estudio de la Universidad de Berkley encontró que las personas que crecieron en hogares con bajos ingresos son mejores para interpretar las emociones de los demás en comparación con las personas de entornos más ricos. Es decir, los niños que habían sido menos afortunados, eran adultos más empáticos.
La empatía es solo la capacidad de comprender y compartir sentimientos, algo vital a la hora de relacionarnos, pero está relacionada también con la solidaridad. Ser solidario, implica ser generoso y compasivo con aquellos que necesitan ayuda y cuando tú la has necesitado en tu infancia y creces, entiendes mejor que nadie la situación de esas personas.
Muestran gratitud
Quienes han pasado por dificultades tienden a apreciar lo que tienen, por pequeño o insignificante que pueda parecerles a los demás. Mi madre lo sabe y lo agradece cada día. Y ojo, porque cuando hablamos de gratitud no lo hacemos solo de dar las gracias por tener un trabajo que nos permita comer pollo asado los domingos. Hablamos de ser agradecido en el más amplio sentido de la palabra.
La gratitud no consiste únicamente en agradecer las cosas materiales, sino en todas las pequeñas cosas del día a día como puede ser la posibilidad de cenar en familia, tu gato o el hecho de que tengas salud para seguir adelante. Esa apreciación de la vida desde un prisma de positivismo, es algo que todos deberíamos valorar, porque ser agradecido te hace feliz.
Tienen una ética de trabajo sólida
Mi padre no creció en un entorno de abundancia. De hecho él mismo afirma que en algunas ocasiones pasó hambre, por eso empezó a trabajar desde muy joven porque cualquier extra era bien recibido. Cuando empiezas a trabajar desde joven porque necesitas hacerlo, aprendes pronto el valor del trabajo duro y la determinación. Sabes que nada es gratis, que hay que trabajar duro para conseguir lo que sea. Desde niños, mis padres nos inculcaron no solo esa ética de trabajo, también la idea de que el esfuerzo es necesario para conseguir cada cosa.
El éxito se consigue a través del esfuerzo, la constancia y la perseverancia, por eso es importante dejar que los niños tengan autonomía para que entiendan el valor de su esfuerzo, enseñarles a gestionar la frustración y asegurándonos de que no se rindan ante la primera dificultad.
Son resilientes
La vida no es un camino de rosas para nadie, pero aquellos que han experimentado la pobreza a menudo desarrollan una resiliencia excepcional porque han tenido que enfrentarse a la adversidad desde niños. Y ojalá no hubieran tenido que aprenderlo tan duramente y sus padres hubieran podido enseñarles a cultivar la resiliencia como los padres nórdicos, y como lo hicieron.
Esta resiliencia suele perdurar en la edad adulta y se manifiesta como una capacidad para afrontar los desafíos de la vida y recuperarse de los reveses. Es una fortaleza profundamente arraigada que sirve como testimonio de la capacidad de las personas para soportar y superar los obstáculos.
Tienen una perspectiva distinta de la riqueza
La riqueza es algo diferente para cada persona a la que le preguntes. Para aquellos que crecieron sin recursos, la riqueza significa algo diferente que para aquellos niños que se criaron entre nannys, viajes a los Alpes y colegios de pago de 2000 euros al mes. En el caso de aquellos con menos recursos, la riqueza no está solo en el dinero, la riqueza también está en la sensación de seguridad y estabilidad, en las oportunidades que se les presentan y en la libertad.
Si has crecido con lo mínimo, cuando eres adulto buscas no tener estrés financiero y la felicidad financiera es mucho menor, porque saben que la riqueza es también que el dinero (y la falta de él) no te quite la paz mental.
Practican la frugalidad
Cuando creces con recursos limitados, aprendes rápidamente la importancia de administrar el dinero sabiamente. Eres más consciente de tus gastos, ahorras más y te conviertes en alguien que suele ser más consciente de sus gastos. Mi pareja, por ejemplo, estuvo viviendo bajo mínimos durante muchos años, persiguiendo un proyecto laboral que parecía que nunca llegaba y que le impedía, por ejemplo, poder encender la calefacción en invierno. No había dinero suficiente.
Ahora que ha alcanzado su sueño vive mejor, pero conserva esa prudencia y cuidado de aquella época. Sabe perfectamente dónde puede ahorrar más, cómo hacerlo y qué gastos son innecesarios. Es ingenioso y prudente, y esa habilidad práctica le ayuda a garantizar una estabilidad financiera no solo ahora que las cosas van bien, sino en el futuro también, que no sabemos cómo será. Y no se trata de ser tacaños, sino de tomar decisiones informadas que prioricen las necesidades sobre los deseos y los beneficios a largo plazo sobre las gratificaciones de corta duración.
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