Usar un lenguaje tóxico y negativo, disminuye la confianza y motivación de los niños.
Evitar ciertas preguntas y sustituirlas por otras enfocadas a la crianza positiva es la clave según Harvard
Si hacemos caso a la psicología, la neurociencia, la pedagogía y a las demás especialidades que estudian el comportamiento de los niños, sacamos en claro que los niños son esponjas y los adultos, espejos. Nuestros hijos imitan lo que ven y aprenden de lo que les enseñamos hasta sin darnos cuenta.
Siguiendo esa línea de pensamiento, si queremos que nuestros hijos sean más inteligentes emocionalmente, los padres deben comunicarse con ellos de una manera emocionalmente inteligente. Si usamos un lenguaje más tóxico y negativo, disminuye su confianza y motivación según la Universidad de Harvard, así que vamos a intentar evitar ciertas preguntas y sustituirlas por algunas más enfocadas a la crianza positiva de la que ya te hablamos aquí.
Julia DiGangi es neuropsicóloga y completó su residencia en la Facultad de Medicina de Harvard y en la de Boston, pero su currículum es mucho más impresionante. Ha escrito el libro Energy Rising: The Neuroscience of Leading with Emotional Power. Estudió genética, trauma y resiliencia en Columbia, la Universidad de Chicago y Georgetown, así que cuando habla de inteligencia emocional y educación, es más que experta. Es ella la que ha desvelado lo que no tenemos que hacer si queremos que nuestros pequeños, sean adultos con inteligencia emocional que les permita que sus relaciones, por ejemplo, tengan la responsabilidad afectiva que necesitan.
Para que esto se consiga es imprescindible que la comunicación con los pequeños favorezca su independencia pero también la conexión con sus progenitores tal y como apunta la experta. De hecho, para ella y tal y como informó a la CNCB hay tres frases que los padres de niños emocionalmente inteligentes nunca usan.
¿Por qué no me escuchas?
Es posible que nuestros hijos no nos escuchen porque no están entendiendo lo que les decimos, y no porque quieran hacer oídos sordos. La experta apunta que “los cerebros de los niños están programados para la autonomía y la necesidad de explorar el mundo basándose en su propia identidad, no en sus creencias sobre quiénes deberían ser.”
De hecho esas creencias son las que sus padres tienen sobre ellos, y ellos ni las consideran. si buscamos una mayor inteligencia emocional, la conexión es el objetivo y para conseguirlo es imprescindible que la comunicación fluya. Por eso en lugar de preguntar “por qué no me escuchas”, podemos cambiar los roles y preguntar ”¿Te he escuchado?”. Tal vez el problema no está en el niño, sino en nosotros.
¿Por qué no puedes/quieres hacer esto?
Cuando un niño tiene dificultades, no es porque no quieran hacer bien las cosas, sino porque no pueden. No es un problema de motivación, sino más bien de las capacidades del niño, y en lugar de increpar preguntándole porque no quiere hacer algo, podemos buscar qué es lo que le motiva y por qué lo hace.
Un ejemplo para entenderlo puede ser por ejemplo Twitch. Podemos enfadarnos con él si ve demasiados vídeos en streaming, o preguntarle con curiosidad por qué lo hace. Nos enfocamos en lo que le gusta y no en lo que no, para tratar de conectar con el niño. Nos gustaría como padres que leyera más, pero en lugar de preguntarle por qué no lee más libros, podemos hacer una pregunta abierta cómo “te gusta mucho Twitch, y me encantaría saber por qué. ¿Lo compartirías conmigo?”
¡Estás siendo muy irrespetuoso!
Mientras escribo este artículo tengo la ventana abierta y estoy escuchando a una de mis vecinas gritarle a su hija de unos 7 años que es una sinvergüenza porque no ha recogido los zapatos después de llegar del colegio. No conozco el contexto ni sé si la madre está cansada y ha perdido la paciencia que le quedaba, pero a priori no parece una comunicación en la que exista inteligencia emocional.
“Cuando surgen emociones, es natural querer controlar los sentimientos de su hijo diciéndole que se calle, se calme o escuche más atentamente. Pero como padre su trabajo no es controlar las emociones de sus hijos, sino dominar las suyas propias”, afirma DiGangi. Si nos ponemos tan nerviosos como los niños, no les estaremos enseñando a gestionar las emociones como la frustración o el enfado que, a pesar de lo que tendemos a pensar, no son negativas. Son solo emociones.
El enfoque más inteligente emocionalmente hablando pasa por hacer preguntas específicas, sin prejuicios, y luego afirmar explícitamente su voluntad de escuchar. Un ejemplo: tu hijo no ha terminado los deberes y tú le recriminas que es tu trabajo. Él te contesta, se pone nervioso y alza la voz. En lugar de decirle que está siendo irrespetuoso, podemos probar según la experta con un “estoy viendo que no has terminado de hacer los deberes. ¿Estarías dispuesto a hablar de ello? Sólo quiero conocer tu experiencia y saber si puedo ayudarte”.
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